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Recuerdo una vez que mamá me encontró en un rincón de la casa llorando por la muerte de mi primer perro, me consoló mientras me decía que la muerte es sólo otra parte de la vida que debemos afrontar.
Yo le pregunté cuánto tiempo le quedaba a ella, y cuánto tiempo debíamos aprovechar para estar juntas.

Ella no contestó al momento, sólo sonrío ofreciéndome sus manos. Me acariciaba las mías con amor, con cariño; después me susurró al oído algo que no había podido comprender hasta ahora.

🌸

Despierta, niña.

Una voz grave y rasposa me despertó de mi sueño, los párpados me pesaban y sin verme podía decir que mis ojos se encontraban rojos por las horas incontables por las que estuve llorando, sin mencionar la falta de sueño.

Miré al hombre parado en el marco de la puerta esperando por mí, lo recordaba de ayer; uno de los fortachones que me arrastró hasta éste infierno.

—Tu psiquiatra te espera, levántate.

—Los psiquiatras son para los locos —ladré yo con las sábanas hasta mi cuello dando a entender que no me movería.

El gran hombre rió con cinismo evidente hasta en la forma en que miraba hacia mi dirección, una vez terminada su risa acortó la distancia sin importarle el cómo reaccionaría y con sus enormes manos me arrebató la cobija tirándola al suelo haciéndome chillar del miedo.

Me tomó de las muñecas, levantándome como si yo no pesara ni un gramo y me dijo a la cara: —¿Y qué crees que eres tú? 

🌸

Jamás me había sentido tan humillada en mi vida, no tener privacidad era una cosa, pero el ser arrastrada —de nuevo en menos de 24 horas— sobrepasaba mi límite de paciencia. No merecía tal trato.

Simplemente me rendí, ya no tenía la energía para luchar contra algo que obviamente me superaba por mucho, así que sólo dejé que el fortachón me guiara a mi destino mientras me sujetaba de la muñeca para que no pudiese huir.
Me limité a observar a las personas a mi alrededor, papá solía decir que conociera el terreno enemigo, que nunca actuara precipitadamente, pero una mente de cuatro años no piensa igual que una de treinta, menos cuando la mente mayor estaba entrenada para las tácticas de guerra. Quién hubiese imaginado que los consejos de mi padre me servirían algún día.

Una vez parada frente a una puerta por la que podría pasar un caballo, mi escolta tomó la perilla y abrió esta dejando una oficina estéticamente bonita a la vista; "Déjala entrar" se escuchó desde adentro una voz masculina, después un empujón en mi espalda impulsándome hacia delante, sin mencionar el portazo detrás de mí seguido del cerrojo. Encerrada.

—Buenos días, YooNa —habló de nuevo aquél hombre. Tragué grueso sin despegar mi cuerpo de la puerta, de seguro me quedaba sin comida por estar encajando las uñas sobre la madera cara—. Soy el doctor Park, voy a cuidar de ti el tiempo que estés aquí.

La velocidad de mi corazón incrementó por el miedo y la ansiedad, no había tomado ni comido nada desde que me habían traído a éste lugar, el insomnio y las ganas de vomitar estuvieron presentes por casi cuatro horas —tal vez hasta más—, ahora debía estar encerrada con un desconocido que seguro me tratará de psicópata para poder drogarme con calmantes.

emergency ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora