Palabras.
Hay palabras bellas, palabras burdas. Palabras que dicen mucho y palabras que no dicen nada. Palabras que atraen, palabras que alejan. Palabras que enamoran y palabras que lastiman. Algunas son muy comunes, otras no tanto. Hay muchas palabras, de todo tipo, pero todas tienen algo en común: son armas de doble filo.
Las palabras mueven el mundo; pueden ayudarte a conquistar a una chica, pero también pueden hacer que te odie.
Es indispensable, ante todo, el uso de la palabra, pero nunca su abuso.
"Los problemas se solucionan hablando" dicen muchos, con razón.
Pero... ¿y si no sé hablar? Medir las palabras es de sabio experimentado, no de un pibe enamorado.
Es muy fácil sentir, pero no tanto demostrar. ¿Cómo le hago saber cuánto la amo? Muchos dirían que es muy sencillo: decírselo, hacer uso de las palabras.
Sin embargo, acá aparece otro inconveniente: las palabras no me alcanzan. Resulta que no sé qué decir, no sé cómo explicar lo que me pasa y, para colmo, otro dicho muy común hoy en día aparece:
"Menos palabras y más hechos".
Qué dilema, ¿no? ¿Cómo se exteriorizan los sentimientos?
"Si la amás de verdad vas a saber cómo demostrárselo" escucho por ahí. Eso me asusta, me condiciona. "Entonces, ¿la amo de verdad?" pienso. No hay dudas de que sí: el corazón se me acelera cuando la veo; si no la veo hace un tiempo, siento un vacío en el pecho; me siento cómodo entre sus brazos; cuando la beso me quema el pecho.
Y entonces me doy cuenta de que los hechos también son armas de doble filo. Porque algo bien hecho puede llevarte al éxito en la vida y algo mal hecho puede hundirte. Pero, ¿y algo no hecho?
Me siento abrumado después de todo esto; no sé si debo hablar y actuar después, o actuar después de hablar, o simplemente actuar sin hablar. Pero lo que sí sé es que siempre algo hay que hacer. Nunca más pienso dejarme estar, o al menos, voy a intentarlo.
Al fin y al cabo, intentar también es hacer algo.
