Me callo. Si este tipo tiene más de treinta años, yo soy bombera. Le doy la mano,
aturdida, y nos saludamos. Cuando nuestros dedos se tocan, siento un extraño y
excitante escalofrío por todo el cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incómoda.
Debe de ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latidos de
mi corazón.
—La señorita Dorsoth está indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero
que no le importe, señor Park.
—¿Y usted es…?
Su voz es cálida y parece divertido, pero su expresión impasible no me permite
asegurarlo. Parece ligeramente interesado, pero sobre todo muy educado.
—Kiara Lavrènty. Estudio literatura inglesa con Leesy… digo… Khaleesy…
bueno… la señorita Dorsoth, en la Estatal de Washington.
—Ya veo —se limita a responderme.
Creo ver el esbozo de una sonrisa en su expresión, pero no estoy segura.
—¿Quiere sentarse? —me pregunta señalándome un sofá blanco de piel en
forma de L.
Su despacho es exageradamente grande para una sola persona. Delante de los
ventanales panorámicos hay una mesa de madera oscura en la que podrían comer
cómodamente seis personas. Hace juego con la mesita junto al sofá. Todo lo demás
es blanco —el techo, el suelo y las paredes—, excepto la pared de la puerta, en la
que treinta y seis cuadros pequeños forman una especie de mosaico cuadrado. Son
preciosos, una serie de objetos prosaicos e insignificantes, pintados con tanto
detalle que parecen fotografías. Pero, colgados juntos en la pared, resultan
impresionantes.
—Un artista de aquí. Trouton —me dice el señor Park cuando se da cuenta de lo
que estoy observando.
—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario
—murmuro distraída, tanto por él como por los cuadros.
Ladea la cabeza y me mira con mucha atención.
—No podría estar más de acuerdo, señorita Lavrènty —me contesta en voz baja.
Y por alguna inexplicable razón me ruborizo.
Aparte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y aséptico. Me
pregunto si refleja la personalidad del Adonis que está sentado con elegancia
frente a mí en una silla blanca de piel. Bajo la cabeza, alterada por la dirección que
están tomando mis pensamientos, y saco del bolso las preguntas de Leesy. Luego
preparo la grabadora con tanta torpeza que se me cae dos veces en la mesita. El
señor Park no abre la boca. Aguarda pacientemente —eso espero—, y yo me siento
cada vez más avergonzada y me pongo más roja. Cuando reúno el valor para
mirarlo, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra alrededor
de la barbilla y con el largo dedo índice cruzándole los labios. Creo que intenta
ahogar una sonrisa.
—Pe… Perdón —balbuceo—. No suelo utilizarla.
—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Lavrènty —me contesta.
—¿Le importa que grabe sus respuestas?
—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la
grabadora?
Me ruborizo. ¿Está bromeando? Eso espero. Parpadeo, no sé qué decir, y creo
que se apiada de mí, porque acepta.
—No, no me importa.
—¿Le explicó Leesy… digo… la señorita Dorsoth para dónde era la entrevista?
—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo
entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año.
Vaya. Acabo de enterarme. Y por un momento me preocupa que alguien no
mucho mayor que yo —vale, quizá seis o siete años, y vale, un megatriunfador,
pero aun así— me entregue el título. Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa
atención en lo que tengo que hacer.
—Bien —digo tragando saliva—. Tengo algunas preguntas, señor Park.
Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Sí, creo que debería preguntarme algo —me contesta inexpresivo.
Está burlándose de mí. Al darme cuenta de ello, me arden las mejillas. Me
incorporo un poco y estiro la espalda para parecer más alta e intimidante. Pulso el
botón de la grabadora intentando parecer profesional.
—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su
éxito?
Le miro y él esboza una sonrisa burlona, pero parece ligeramente decepcionado.
—Los negocios tienen que ver con las personas, señorita Lavrènty, y yo soy muy
bueno analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que les hace ser mejores, lo que no, lo
que las inspira y cómo incentivarlas. Cuento con un equipo excepcional, y les pago
bien. —Se calla un instante y me clava su mirada gris—. Creo que para tener éxito
en cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer
cada uno de sus detalles. Trabajo duro, muy duro, para conseguirlo. Tomo
decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo un instinto innato para
reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas. La
base es siempre contar con las personas adecuadas.
—Quizá solo ha tenido suerte.
Este comentario no está en la lista de Leesy, pero es que es tan arrogante… Por un
momento la sorpresa asoma a sus ojos.
—No creo en la suerte ni en la casualidad, señorita Lavrènty. Cuanto más trabajo,
más suerte tengo. Realmente se trata de tener en tu equipo a las personas
adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que fue Harvey Firestone quien dijo
que la labor más importante de los directivos es que las personas crezcan y se
desarrollen.
—Parece usted un maniático del control.
Las palabras han salido de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—Bueno, lo controlo todo, señorita Lavrènty —me contesta sin el menor rastro de
sentido del humor en su sonrisa.
Lo miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me dispara el corazón y vuelvo a
ruborizarme.
¿Por qué tiene este desconcertante efecto sobre mí? ¿Quizá porque es
irresistiblemente atractivo? ¿Por cómo me mira fijamente? ¿Por cómo se pasa el
dedo índice por el labio inferior? Ojalá dejara de hacerlo.
—Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has nacido para
ejercer el control te concede un inmenso poder —sigue diciéndome en voz baja.
—¿Le parece a usted que su poder es inmenso?
Maniático del control, añado para mis adentros.
—Tengo más de cuarenta mil empleados, señorita Steele. Eso me otorga cierto
sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me
interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil
personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.
Me quedo boquiabierta. Su falta de humildad me deja estupefacta.
—¿No tiene que responder ante una junta directiva? —le pregunto asqueada.
—Soy el dueño de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta
directiva.
Me mira alzando una ceja y me ruborizo. Claro, lo habría sabido si me hubiera
informado un poco. Pero, maldita sea, qué arrogante… Cambio de táctica.
—¿Y cuáles son sus intereses, aparte del trabajo?
—Me interesan cosas muy diversas, señorita Lavrènty. —Esboza una sonrisa casi
imperceptible—. Muy diversas.
Por alguna razón, su mirada firme me confunde y me enciende. Pero en sus ojos
se distingue un brillo perverso.
—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?
—¿Relajarme?
Sonríe mostrando sus dientes, blancos y perfectos. Contengo la respiración. Es
realmente guapo. Debería estar prohibido ser tan guapo.
—Bueno, para relajarme, como dice usted, navego, vuelo y me permito diversas
actividades físicas. —Cambia de posición en su silla—. Soy muy rico, señorita
Lavrènty, así que tengo aficiones caras y fascinantes.
Echo un rápido vistazo a las preguntas de Leesy con la intención de no seguir con
ese tema.
—Invierte en fabricación. ¿Por qué en fabricación en concreto? —le pregunto.
¿Por qué hace que me sienta tan incómoda?
—Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, cuál es su
mecanismo, cómo se montan y se desmontan. Y me encantan los barcos. ¿Qué
puedo decirle?
—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica y los hechos.
Frunce los labios y me observa de arriba abajo.
—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
—¿Por qué dirían algo así?
—Porque me conocen bien. —Me contesta con una sonrisa irónica.
—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo?
Y nada más preguntárselo lamento haberlo hecho. No está en la lista de Leesy.
—Soy una persona muy reservada, señorita Lavrènty. Hago todo lo posible por
proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas.
—¿Por qué aceptó esta?
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Placentero Secreto 《Chanyeol》
Ficção Adolescente¿Entrarías en un mundo desconocido? ¿Te dejarás llevar por la lujuria y el amor? Adaptación.