La Mansión Maloney

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Otro día en la mansión Maloney, el sol de la mañana atravesaba las blancas cortinas de seda y el señor y la señora Maloney se sentaban en la mesa para desayunar como el resto de los días de la semana, sin imaginar que, a partir de este día, nada sería igual...

            

Acompañados de su mayordomo, Soutine Klausner, degustaban panes y frutos exóticos mientras los pájaros cantaban en el exterior.

- ¿Cómo amaneciste hoy, Soutine? - comenzó el señor Drioli Maloney, moviendo su enorme mentón de una peculiar manera.

-Acostado y en ayunas, diría mi abuelo- respondió Soutine.

Todos soltaron una carcajada. Al terminar, Drioli preguntó - ¿Cómo va el tatuaje?

-Ya cicatrizó.

El señor Maloney y Soutine eran amigos desde hace mucho tiempo, Drioli era artista y Soutine tatuaba antes de convertirse en mayordomo. Un día, Soutine le enseño a Drioli a tatuar, ya que quería una de sus obras en su cuerpo. Y fue así como Drioli le tatuó a Soutine toda su espalda, desde los hombros hasta el final de la espina dorsal, era una mezcla de colores, dorado, verde, azul, negro y escarlata. El tatuaje estaba tan concienzudamente hecho que parecía un cuadro.

Después, Soutine preguntó - ¿Y cómo amaneció el pequeño Maloney, mi señora?

-Ah, este pequeño- Comentó la señora Mary Maloney, quien ya llevaba 6 meses embarazada.

- ¿Puedo retirar los platos?

-Por favor, Soutine.

-Pido su permiso para continuar con mi proyecto, señor.

-Desde luego.

Soutine había estado trabajando en algo desde hace un buen rato, todos los días, después del desayuno, traspasaba rápidamente la verja, rodeaba la casa y entraba por la puerta trasera del jardín. Lo atravesaba y llegaba a un cobertizo de madera, entraba y lo cerraba.

Por dentro, el cobertizo era una habitación sin pintar. A la izquierda, contra una pared, había un banco de madera con una caja negra de un metro de longitud, aproximadamente, en forma de un ataúd de niño.

De pronto, oyó unas pisadas en el sendero de grava, Era Scott, Scott el médico.

Vaya, vaya, Klausner -dijo el médico-, así que aquí es donde se esconde por las mañanas.

-Hola, Scott, sabe que puede llamarme por mi nombre y no necesariamente por mi apellido -replicó Soutine.

Antes de ir a ver a la señora Mary, decidí pasar por aquí. ¿Cómo va esa garganta?

-Bien. Perfectamente.

- ¿Qué es esto? -preguntó-. ¿Está haciendo una radio?

—No, es algo sin importancia.

—Tiene unas tripas muy complicadas.

—Sí.

Soutine parecía estar en tensión, distraído.

—¿Qué es? —repitió el médico—. Da un poco de susto, ¿no?

—Son cosas de sonido.

—¡Qué barbaridad! ¿Es que no se cansa de hacer lo mismo todo el santo día? ¿No debería servir a los Maloney?

—Me gusta el sonido.

—Ya veo —el médico fue hasta la puerta, se dio la vuelta y dijo-: Bueno, no le entretengo más. Me alegro de que ya no le dé la lata la garganta.

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