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Capítulo 28

– Creo que dejaste bastante claro la última vez que no había nada más que decir. Solo que me querías fuera de tu vida... para siempre. ¿Qué es lo que ha cambiado?

Dome reflexionó las palabras que Sebastien le espetaba. ¿En verdad había sido tan dura la última vez? Ahora tendría que tragarse palabra por palabra lo dicho, ya que la situación estaba por dar un giro radical.

–Sebastien yo tengo algo que decirte –ella miró al suelo y se debatía entre lo que debía confesar–. La última vez –empezó, pero se detuvo bruscamente–. Cuando nosotros... –lo intentó esta vez– yo... –vaciló y maldijo el momento que su mente elegía para bloquearse–. Yo tengo un hijo, Sebastien –soltó finalmente y expectante lo miró.

Pero el rostro de Sebastien no reflejaba nada. Ni emoción, ni enojo, ni sorpresa. Absolutamente nada.

–Ya lo sé, Doménica –pronunció, lejano–. No es algo que puedas ocultar por mucho tiempo cuando te hospedas en la casa de mi mejor amigo.

–Ah, por supuesto. Pero, ese no es el punto al...

–Doménica, intuyo por donde viene la cosa –dijo Sebastien–; y, la verdad no era necesaria ninguna explicación ni tantos rodeos. A mí no me interesan tus decisiones y toda esa retahíla que me vas a soltar a continuación de que lo mejor para los hijos es crecer con sus padres verdaderos y que...

–Pero yo... –ella intentó interrumpirlo, mas él continuó.

–Y que primero es el bien del niño, etcétera, etcétera, ¿crees que me importa? –Sebastien esquivó su mirada–. ¡Claro que no! De hecho, me alegro que finalmente te cases con el padre de tu hijo. Aunque no entiendo porque esperaste tanto. Francamente...

–Sebastien, espera. Yo no he dicho que Eduardo sea el padre.

Eso lo detuvo en seco y la miró incrédulo. Obviamente, se había equivocado completamente con Doménica.

–¿En serio? –espetó y ella respiró aliviada, creyendo que él ya lo estaba entendiendo todo–. Ahora entiendo menos, nena. Tendrás que explicarme que pinto yo aquí porque no comprendo nada.

–Sebastien... –Dome lo miró. Ahora era el momento–. Tú...

–¡Querido! Te estaba buscando por todos lados –pronunció a lo lejos una sonriente Rebecca–. ¿Por qué tan solo por aquí? –preguntó, aunque curiosamente no se acercó.

–Yo no... –Sebastien estaba a punto de fulminarla con su mirada.

–No importa –agitó sus manos en el aire, restándole importancia–. Solo quería decirte... En realidad, ¿a que no adivinas a quien encontré por aquí?

–No tengo idea –respondió, sin ánimo de seguirle el juego.

–A este pequeñito –exclamó, tomando la mano de un niño rubio que salió de detrás de los arbustos–. Alex, ¿verdad? –preguntó mirando al chiquillo, pero sin quitar su atención de la reacción de Dome.

Alex afirmó y acto seguido se soltó, dirigiéndose a los brazos de su madre Rebecca sonrió con malicia y le envió una elocuente mirada a Doménica.

–Muy bien. Gracias por traerlo, Rebecca –gruñó Sebastien, sin mirar siquiera al niño–. Te busco luego, ¿está bien? Hay algo que Doménica tiene que decirme.

–Ah. Tú eres Doménica... –soltó Rebecca, con desprecio evidente–. Pues, es obvio lo que te va a decir, querido.

–¿Qué? –Sebastien la miró, interrogante– ¿Tú lo sabes?

Quiero olvidarme de ti (Italia #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora