CAPÍTULO 4: El día de la partida

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Y llegó el día de la partida.
Para el primer día me había dejado preparada la ropa menos cutre, una con la que pareciera "normal".
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CONSEJO 10: Espabila, si no ligas desde el principio del campamento, ya no ligas.
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Me puse unos vaqueros con rotos (parecen comprados así, nadie diría que me caí de la bici con ellos puestos) y una camiseta blanca que por delante tiene un dibujo de un sol enorme con grandes rayos encima de una casa.

Hasta aquí, normal, si no fuera porque en la espalda había una bota que aplastaba el pobre sol y la frase: "Toldos Lucía, aplastan el sol cada día".

Mi padre se empeñó en aparcar en primera fila de la explanada a pesar de que traté de convencerlo de dejar el coche bien lejos para que nadie viera que se caía a trozos. Estábamos los cinco asquerosamente sudorosos porque nuestro aire acondicionado consiste en bajar las ventanillas y sacar la cabeza todo lo que puedas. (Vale, que es peligroso y que un coche puede pasar y rompérmela pero, créeme, no hay más remedio.)
Al momento llegó un BMW impresionante, reluciente, y aparcó a nuestro lado. Se abrió la puerta y salió una ráfaga de aire gélido (parecido a cuando abres la puerta del congelador).
Yo estaba con la boca abierta ante esa maravilla cuando de dentro salió Rebeca, mi superenemiga. Evidentemente, o Rebeca no llevaba ropa vieja o su ropa vieja parecía la ropa menos vieja del planeta Tierra.
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CONSEJO 11: Jamás hagas caso a tu madre sobre la ropa que hay que ponerse.
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Llevaba los minishorts vaqueros que anuncian en la tele, una camiseta con un dibujo de lentejuelas, sandalias de plataforma, gafas de aviador, un supermoño, las uñas pintadas de azul e iba todo lo maquillada que se puede ir a los doce años.
¡Por favor! Que nos vamos al monte, ¡¡al monte!!, no a un desfile de modelos.
Rebeca me miró de arriba abajo como si yo fuera una hormiga y se echó a reír por lo bajinis. La hubiera... Saqué la lista del bolsillo y escribí:

LISTA DE PROPÓSITOS PARA EL CAMPAMENTO
-Ser popular.
-Pillar un novio.
-ASESINAR A REBECA.

-Venga, vamos- dijo mi padre, que cargaba con mis cosas-, allí están Marina y Pollo.
Y me alejé andando para atrás porque prefería que pensaran que era tonta a que viesen la parte trasera de mi camiseta. Marina, como habíamos quedado por el Messenger, iba vestida normal, y Pollo llevaba una camiseta supergraciosa. Tenía el dibujo de un pollo que miraba a un huevo frito y le gritaba: "¡¡Pepe, dime algo!!".
Pollo es mi amigo, es el tío con las ideas más ocurrentes que conozco y es capaz de las preguntas y las cosas más absurdas. Por ejemplo, ahora le ha dado por hacer flexiones para tener "tableta". En realidad se llama Álvaro, pero a él le gusta que lo llamemos Pollo y siempre se presenta así.
Enseguida pareció que estábamos en el patio del recreo, hasta vino Lourdes, nuestra directora, para avisarnos de que debíamos despedirnos de nuestros padres y de que:

Como primer paso de las responsabilidades que vais a adquirir en esta nueva etapa de autonomía, cada uno debe asumir el compromiso de hacerse cargo de su equipaje.

Lo que traducido quiere decir:

Mueve el culo, pilla tu mochila y métela en el autobús.

¡¡¡Pues empezábamos bien!!! ¿Se creían que éramos esclavos, padres o qué?
Marina cogió con dos dedos su mochila ultraligera, con su saco ultraligero, sus zapatillas ultraligeras..., todo tan ultraligero como solo pueden ser las cosas nuevas y carísimas.
A mí, mi madre me colgó del cuello la cantimplora del ejército de mi padre, en la espalda, la mochila llena hasta los topes, en un brazo, el megasaco con su bolsa de supermercado (de lo que abultaba, impedía que nadie se acercara a menos de dos metros de mí) y en el otro, la colchoneta de yoga de mi abuela...
¿ADIVINAS QUE OCURRIÓ?
En cuanto me soltaron, como aquello pesaba tanto, automáticamente... ¡ah, ah, ah, ah!, me caí de espaldas al suelo
-¡¡¡pumba!!!- y me quede pataleando como un escarabajo porque era incapaz de incorporarme yo sola.
Entre mi madre, mi padre y Raquel consiguieron levantarme y fui la única que necesitó tres viajes para dejar su equipaje en el autobús. Al terminar estaba sudada y cansada. Fue cuando llegó el temido... MOMENTO BESO.
Porque resulta que a tus padres, que son los culpables de que tengas que irte de tu propia casa quince días, les entran unas ganas irresistibles de besarte, de abrazarte y ¡¡de llorar!!
-Ay, Sari- lloraba mi madre-, ¿qué vamos a hacer tanto tiempo sin ti?
¡¡¡Pues déjame aquí, déjame
aquí!!! No hubo manera. En cuanto pudimos soltarnos, subimos corriendo al autobús. Cualquier cosa con tal de escapar de allí.
Elegí una ventana de las del final del autobús (todo el mundo sabe que delante solo se sientan los pardillos) y Marina se puso a mi lado. Hasta ahí todo bien. Busqué a mis padres para decirles adiós con la mano y vi a Raquel, que sonreía mucho y me guiñaba un ojo.
Entonces comprendí que era ella la que había convencido a mis padres de que me mandaran al campamento.
-¡¡¡Volveré!!! ¡¡¡Juro que nunca más volverás a engañarme!!!
Por supuesto, Raquel no me oyó, pero todos los del autobús pensaron que yo era idiota.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2017 ⏰

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