tres

465 5 0
                                    

El auto da una vuelta a la manzana y retoma el camino por el que llegó.
Mara se sienta en la rama del árbol.
Respira por la nariz. Aún está agitada.
Respira hondo.
Su espalda, apoyada en el tronco, con la mochila puesta, se mueve hacía arriba y hacía abajo.
Sus piernas, antes recogidas, ahora se estiran y caen a ambos lados de la rama.
Cierra los ojos, los abre. Se acomoda el pelo. Respira.
Saca el celular del bolsillo. está apagado. Lo enciende, llama a su mamá. Le dice que no volverá por unos días, que no se preocupe, que está con amigas. La madre protesta, pero ella corta y apaga el celular.
Luego de un rato se quita la mochila de la espalda y la abre.
Un cielo es lo que lleva ahí.
Lo saca y lo agita. Lo cuelga en la rama para cerrar la mochila y acomodarla contra el tronco.
Del mismo modo en que se colocaría una bufanda o un pañuelo, asegura su tela alrededor de la rama, Luego, con un movimiento de brazos, hace un nudo y la deja caer.
Se trata de una tela muy larga, turquesa, ambos extremos llegan al piso. Sin que pueda percibirse duda, Mara se cuelga de ella. Brazos contraídos. Rodillas al pecho.
De a poco, se estira el cuerpo y con los pies encuentra el nudo. Allí se para.
Sus brazos descubren el hueco que la tela ofrece. Su espalda se curva y abre el espacio. Un nido.
Allí se mete.
Desde adentró, recoge con rapidez los faldones de la tela que caen. Los acomoda para que sean uno su manta, otro su almohada.
Así se queda.

En el árbol pareciera haber nacido un fruto que, aunque gigante y deforme, apenas se ve de lo alto que se encuentra.

la chica pájaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora