La Cenicienta parte 3

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-¡Esta claro que me elegirá a mí! Soy más esbelta e inteligente. Además... ¡Mira que bien me sienta mi vestido! -dijo la mayor dejando ver sus dientes de conejo mientras se apretaba las cintas del corsé tan fuerte que casi no podía respirar.

-¡Ni lo sueñes! ¡Tu no eres tan simpática como yo! Además se dé buena tinta que al príncipe le gustan las mujeres de ojos grandes y mirada penetrante -Contestó la menor de las hermanas mientras se pintaba los ojos, saltones como los de un sapo.

Cenicienta las miraba medio escondida y soñaba con acudir a ese maravilloso baile. Como un sabueso, la madrastra apareció entre la sombras y le dejó en claro que solo era para señoritas distinguidas.

-¡Ni se te ocurra aparecer por ahí, Cenicienta! Con esos andrajos no puedes presentarte en el palacio. Tú dedícate a barrer y fregar que para eso sirves.

La pobre Cenicienta subió al cuartucho donde dormía y lloraba amargamente. A través de la ventana vio salir a las tres emperifolladas para dirigirse a la gran fiesta, mientras ella se quedaba sola con el corazón roto.

-¡Qué desdichada que soy!  ¿Por qué me tratan tan mal? Repetía sin consuelo.

De repente, la estancia se iluminó. A través de las lágrimas vio una mujer de mediana edad y cara de bonachona que empezó a hablarle con voz aterciopelada.

-Querida... ¿Por qué lloras? Tú no mereces estar triste.

¡Soy muy desgraciada! Mi madrastra no me ha permitido ir al baile de palacio. No sé porque se portan tan mal conmigo. Pero.. ¿Quién eres?

-Soy tu hada madrina y vengo a ayudarte, mi niña.Si hay alguien que tiene que asistir a ese baile, eres tú . Ahora confía en mi. Acompáñame al jardín.

Salieron de la casa y el hada madrina cogió una calabaza que había tirada sobre la hierba. La tocó con su barita mágica y por arte de magia se transformó en una lujosa carroza de ruedas doradas, tirada por dos esbeltos caballos blancos. Después rozó con la varita a un ratón que correteaba entres sus pies y lo convirtió en un flaco y servicial cochero.

-¿Que te parece, Cenicienta?... ¡Y tienes quien te lleve al baile!

-¡Oh, que maravilla, madrina! -Exclamó la joven- Pero con estos harapos no puedo presentarme en un lugar tan elegante.

Cenicienta estaba apunto de llorar nuevamente viendo lo rotas que estaban sus zapatillas y los trapos que tenía por vestido.

-¡Uh, no te preocupes, cariño! Lo tengo todo previsto.

-Con otro toque mágico transformó sus desastrosa ropa en un precioso vestido de gala. Sus desgastadas zapatillas se convirtieron en unos hermosos y delicados zapatitos de cristal. Su melena quedó recogida en un lindo moño adornado con una diadema de brillantes que dejaba descubierto su largo cuello ¡Estaba radiante! Cenicienta se quedo maravillada y empezó a dar vueltas de la felicidad.

-¡Oh, que preciosidad de vestido! ¡Y el collar, los zapatos, y los pendientes...! ¡Dime que esto nio es un sueño!

-Claro que no, mi niña. Hoy será tu gran noche. Ve al baile y disfruta mucho, pero recuerda tienes que regresar antes que las campanas del reloj den las doce, porque a esa hora el hechizo se romperá, y todo volverá a ser como antes ¡Y ahora date prisa que se hace tarde!

¡Gracias, muchas gracias, hada madrina! ¡Gracias!


  


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