Capitulo 4

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Cenicienta prometió estar ahí antes de la medianoche y partió hacia el palacio. Cuando entró en el salón donde estaban todos los invitados, todos se apartaron para dejarla pasar, pues nunca habían visto una dama tan bella y refinada. El príncipe acudió a besarle la mano y se quedó prendado inmediatamente. Desde ese momento no tubo ojos para ninguna otra mujer.

Su madrastra y sus hermanas no la reconocieron, pues estaban acostumbradas a verla siempre harapienta y cubierta de ceniza. Cenicienta bailó y bailó con el apuesto príncipe toda la noche, estaba tan embelesada que le pilló por sorpresa la primera campana del reloj de la torre marcando las doce.

-¡He de irme!  -Susurró el príncipe mientras echaba a correr hacia la carroza que le esperaba en la puerta.

-¡Espera!... ¡Me gustaría volver a verte! -Gritó Alberto.

Pero Cenicienta ya se había alejado cuando sonó la última campanada. En su escapada, perdió uno de sus zapatitos de cristal y el príncipe lo recogió con cuidado. Después regresó al salón, dio por finalizado el baile y se paso toda la noche suspirando de amor.

Al día siguiente, se levantó decidido a encontrar a la misteriosa muchacha de la que se había enamorado, pero no sabía ni siquiera como se llamaba, llamó a un sirviente y dio la orden muy clara:

- Quiero que recorras el reino y busques a la mujer que ayer perdió este zapato ¡Ella será la futura princesa, con ella me casaré!

El hombre obedeció sin rechistar y fue casa por casa buscando a la dueña del delicado zapatito de cristal. Muchas jóvenes que pretendían al príncipe intentaron que su pie ajustara a él, ¡Pero no hubo manera! ¡A ninguna le servía! 

Por fin se presentó en el hogar de Cenicienta, las dos hermanas bajaron cacareando como gallinas y le invitaron a pasar. Evidentemente, pusieron todos su empeño en calzarse el zapato, pero sus enormes y gordos pies no calzaban en él ni de lejos. Cuando el sirviente ya se iba, cenicienta apareció en el recibidor.

-¿Puedo probar yo, señor?

Las hermanas, al verla, soltaron unas risotadas que más bien parecían rebuznos.

-¡Que desfachatez! -Gritó la hermana mayor.

¿Para qué, ¡Si tu no fuiste al baile! -dijo la pequeña entre risitas.

Pero el lacayo tenía la orden de probarselo a todas, absolutamente todas, las mujeres el reino. Se arrodilló frente a Cenicienta y con una sonrisa,  comprobó como el fino pie de la muchacha se deslizó dentro de él con suavidad y encajaba como un guante.

¡La cara de la madre y de las hijas era un poema! Se quedaron patidifusas y con una expresión tan bobalicona en la cara que parecían apunto de desmayarse. No podían creer que Cenicienta era la preciosa mujer que enamoró al príncipe heredero.

-Señora -dijo el sirviente mirando a Cenicienta con una sonrisa en el rostro -el príncipe Alberto la espera, venga conmigo si es tan amable.

Con humildad, como siempre, Cenicienta se puso un sencillo abrigo de lana y partió hacia el palacio para reunirse con su amado. Él la esperaba en la escalinata y fue corriendo a abrazarla. Poco después celebraron la boda más bella que se recuerda y fueron muy felices toda la vida. Cenicienta se convirtió en una princesa muy querida y respetada por todos su pueblo.

          


                                                                            FIN 

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2017 ⏰

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