Capítulo 9: Encuentro

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Capítulo 9: Encuentro

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Tortura.

Así definía su vida desde aquel fatídico día en el que Nezu-sensei, con toda la «amabilidad» del mundo, le impuso a su peculiar tutor con peinado de piña que disfrutaba viéndole sufrir con esos números pintados sobre papel que le traían de cabeza.

Una hora y media de martirio después, bueno fuera si se pudiera relajar. Pero no, no podía por la «esplendorosa» idea de ese intento de ser humano —apodado su «padre»— de imponerle otro tutor aún más sádico que Mukuro y que encima tenía una pistola.

Del instituto a casa y viceversa, era imposible tener un momento de silencio, paz y tranquilidad. ¡Totalmente imposible! ¡Llevaba una semana así y estaba muriendo!

Además estaba ese chico que vestía una camiseta con estampado de vaca con el que se encontraba repetidas veces y parecía vigilarle, cuyo nombre había averiguado que era Lambo. Era extraño, sin duda, y parecía tenerle un terror absoluto. ¿Qué le habría hecho él? ¡Si no se conocían de nada!

Suspiró. Con lo tranquilito que estaba él, con su vida normal de estudiante... ¿acaso había hecho algo al karma?

—Si es así, me lo está cobrando con intereses... —refunfuñó, apoyándose en la barandilla de la azotea de su instituto. Ese lugar al menos era silencioso y solitario, no había nadie que le molestara, pero a ver cuanto duraba la paz.

Siendo echado de la clase de matemáticas por un incontable número de veces consecutivas —había perdido la cuenta alrededor de la expulsión número cien— decidió que, en vez de ir a la biblioteca, iría a pasar un rato en aquel lugar para que le diera el aire.

—Herbívoro, deberías estar en clase —su cuerpo se tensó y un escalofrío recorrió su espalda al escuchar la voz del primero más temido de los estudiantes de Namimori, seguido por el mismo Mukuro.

Volteó con cautela, lentamente y esbozando una sonrisa nerviosa al encontrarse con los fríos ojos del presidente del comité de disciplina, Hibari Kyoya.

—Am... Hibari-san... bu-buenos di-días —saludó nerviosamente, y el azabache arqueó una ceja—. Y-yo... de-debería ir-irme... ¡adiós!

Corrió hacia la puerta de la azotea y bajó las escaleras a toda velocidad, con el corazón latiéndole a mil por hora. Se encerró en uno de los baños y pudo suspirar de alivio.

Luego una sonrisa recorrió su rostro, dibujándose en este con gran alegría.

Y no era para menos, ¡había hablado con el mismísimo Hibari Kyoya!

Tsuna no lo decía, pues le tomarían por un tarado —ya era «Dame-Tsuna», no quería más apodos— pero en realidad, aunque su sano instinto de supervivencia le decía que tuviera cuidado con ese chico, no podía evitar sentir cierta admiración al azabache.

¿Y cómo no? Por Dios, tenía a todo el mundo comiendo de la palma de su mano. Atractivo de sobra, más fuerte que nadie, buenas calificaciones pese a no asistir casi nunca a las clases... ¡Era prácticamente perfecto!

Su personalidad fría y solitaria no hacía más que aumentar su fascinación hacia el prefecto. Tsuna pensaba que, siendo como era, poco le importaba lo que opinaran o no de él.

Pasaba de todos mientras no incumplieran sus normas, y todos sabían que era mejor obedecerle.

El castaño hubiera querido acercarse a él, pero no tenía ni la fuerza ni el coraje para dirigirle siquiera la palabra. ¡Se ponía nervioso incluso cuando le miraba de lejos! ¡Ni en broma podría actuar ante él decentemente!

Je détesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora