El resto de días para Kurai y Ketsu fueron iguales: salían de casa, mataban a algunos animales para divertirse y después volvían a casa, muertos de miedo... Aunque esto último intentaban ocultarlo, con más éxito Kurai que Ketsu.
Nunca sabrían por qué sus padres les trataban así, quizás no quisieron tenerlos en realidad, o quizás les divertía. No les duró mucho el juego.
Una tarde, apunto de anochecer, los niños volvían a casa. Sabían lo que pasaría al llegar a casa... pero la paliza de aquel día, el día que pasó todo, fue la más dura. Esta vez los dos sufrieron. Acabaron tendidos en el suelo, respirando entrecortadamente y llenos de moratones. Perdieron la cuenta del tiempo que estuvieron tirados en el suelo sin moverse por el dolor, pero en cuanto pudieron levantarse no lo dudaron ni un segundo y sacaron sus pequeñas dagas, antes de ir en busca de esas personas que eran sus progenitores.
Estaban en el salón, parecían orgullosos de aquello que habían hecho. Kurai fue el primero en acercarse, tenía un ojo morado y el labio totalmente reventado, además de tener golpes por todo el cuerpo. Ketsu se acercó tras él. Apenas habían hecho ruido, sus padres no se habían dado cuenta de su presencia. Ambos hermanos se miraron, después cogieron a la vez los cabellos de sus padres, Kurai el de su madre y Ketsu el de su padre (provocando gritos que alertaron a los vecinos), tiraron hacia atrás para dejar su cuello al descubierto y, por último, con las dagas cortaron la piel tan rápido como les fue posible. Suficiente para comenzar con su diversión. Y sus padres con su sufrimiento.
La sangre borboteaba por sus cuellos, pero aún les quedaban unos minutos de vida y los niños lo aprovecharían. Una sonrisa sádica y psicópata se formó en sus angelicales caras. Corrieron para ponerse frente a los adultos y comenzar a acuchillarles, cortarles extremidades y hacerles sufrir de más formas.
Esta vez, a Kurai le daba igual acabar lleno de sangre.
No tardó mucho en llegar la policía y golpear la puerta.
Los niños dejaron los cadáveres ensangrentados y mutilados en la casa antes de salir corriendo por la puerta trasera.
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Akagawa Kurai.
RandomKurai nunca tuvo una vida fácil. Ni él, ni su hermano. Creció rodeado de sadismo, maltrato, dolor y sangre, hasta que ocurrió algo que cambió su vida para siempre...