Capitulo - 2 -

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Conduje demasiado deprisa, eso me llevó a tener que dar varios frenazos, no maté a nadie, pero casi me paso varios semáforos en rojo. Llegué a casa hecha una furia, me sentía como si me hubieran estafado, como cuando te compras algo que has estado deseando mucho tiempo y, cuando por fin lo tienes en tus manos, resulta que está roto, o no es lo que esperabas, ¡vamos! Como cuando te acuestas con alguien a quien has idealizado y luego resulta ser un auténtico fiasco, ¿a quién no le ha pasado?

Al menos, el haber vuelto a contactar con el Alan prefabricado, me había hecho llegar a casa en una oleada de nervios y adrenalina. Por una vez en mucho tiempo, no había llegado arrastrándome como una serpiente. Dejé las cosas de mala manera en la mesa de la entrada, lo que provocó que se cayera el manuscrito de Ídem de mi bolso, lo recogí enseguida del suelo, y paseé con el por el salón mientras me dirigía a la mesa donde tenía el ordenador. Me senté y lo encendí, ahora sabía qué buscar, y mi queridísimo Google se encargaría de obrar el milagro, lo tenía claro, en la barra del buscador tecleé «Alan Jane», y, a diferencia de los negativos resultados que obtuve anteriormente, con este nuevo nombre se abrieron muchísimos resultados, sobre todo varios artículos referentes a finanzas, incluso me leí uno por encima que lo firmaba el mismísimo Alan.

Tecleé sobre un perfil de Facebook, y me sorprendí a mí misma al ver que había dado con el perfil que andaba buscando desde un inicio, Alan Jane. La foto de perfil era una en la que salía con unas gafas de sol y era en blanco y negro, pinché sobre ella y, sin quererlo, sonreí. Era una foto divertida, salía con un gorro de paja, una cerveza en la mano, unas gafas de sol y con la cabeza ligeramente hacia arriba en una carcajada; aquella foto desprendía muy buen rollo. No pude ver muchas más, ya que lo tenía privado, «¡Joder!» Refunfuñé de mala manera, ¿Cómo podía tener tan mala suerte? Al menos, ver en el gilipollas que se había convertido, me había hecho contenerme, de otro modo, ya le habría mandado una solicitud de amistad y una docena de mensajes privados. Apagué el ordenador, me puse un poco de vino en una copa y me dispuse a perderme en los mundos de aquel artífice de palabras mágicas.

***

«... y en cada pensamiento estas tú, mi querida y amada nostalgia, acompañante de noches desveladas, ¿Qué he podido hacerte, para que no dejes de perseguirme? Atraes recuerdos que no quisiera rememorar, no por ser desagradables, sino todo lo contrario, me recuerdas lo que una vez tuve, y me torturas por no haberlo mantenido. Quiero dejar de pedirle tiempo al tiempo, quiero dejar de soñarla despierto, quiero dejar de desearla a cada segundo del día, quiero no arrepentirme de haberme marchado. Lárgate nostalgia, y llévate todos tus recuerdos, recuerdos de...»

***

Tres golpes en la puerta me hicieron dar un leve brinco. Me había metido tanto en esas palabras, que no me había dado cuenta de que estaba llorando, miré a mi alrededor porque durante unos minutos me había olvidado del mundo. Otros tres golpes me hicieron poner de pie, ¿quién podía ser? Luego lo tuve claro, la única que hacía estas cosas era Carlota. Había veces que, cuando se aburría en su casa, o volvía de una noche de sexo desenfrenado, tenía la necesidad de hablar conmigo; a veces la escuchaba, otras hacia como que la escuchaba, de todas formas, ella no notaba la diferencia así que...

Tenía la camisa abierta, me la había desabrochado para acomodarme en el sillón. Abrí la puerta, y sin mirar me adentré para quitármela del todo. Nadie que no fuera ella podría haber entrado, Martin, el portero, era bastante concienzudo y muy, muy desconfiado. Cuando escuché la puerta me estiré en una postura que Carlota me había enseñado sacada de sus clases de yoga, tenía los músculos engarrotados, me volví al no escuchar los tacones por la estancia, entonces me quedé sin respiración.

—Guau, ¿así recibes a tus visitas?

—¿Qué coño haces tú aquí? —Intenté disimular que ver a Alan allí, de pie, con ese abrigo tejido por los mismísimos dioses no me ponía nerviosa. Tenía las manos dentro de los bolsillos de aquel abrigo y me miraba con sus penetrantes y brillantes ojos oscuros—. ¿Y cómo sabes dónde vivo?

ÍDEM  (Pre-cuela De Si Tan Solo Fuera Sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora