Capitulo - 7 -

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Aquella mañana me levanté con cara de idiota. Esa cara de idiota que se te pone cuando eres rematadamente feliz, esa cara en la cual reina la sonrisa y los ojos se achinan, sabéis a la cara que me refiero, ¿verdad? Pues sí, con esa cara de idiota me había levantado.

No podía ignorar el hecho de que llevaba unos días con una preocupante falta de sueño, pero ni el tremendo cansancio que sentía podía quitarme el buen humor. Alan seguía profundamente dormido y, a decir verdad, me moría de la envidia; incluso pensé en poner una excusa y no ir a trabajar, luego me acordé de que eso mismo había hecho el día anterior. Entonces me di cuenta de que solo hacía unos días que Alan había vuelto a mi vida. Es curioso cómo es el tiempo, cada instante con Alan era efímero, pero, sin embargo, sentía esa sensación la cual te hace dudar sobre cuánto tiempo ha pasado realmente. los instantes se hacían cortos, pero a su misma vez largos, ¿alguien puede entenderlo? Al menos yo me solía entender a mí misma, casi siempre, –que no quiere decir siempre–.

Después de quedarme durante diez minutos con cara de boba mirando la babilla que le salía a Alan de la boca, me decidí a darme una ducha y prepararme para un nuevo día. Realmente amanecer con buen humor sirve de mucho, ni hasta las pequeñas torpezas que se cometen mientras uno está medio dormido me alteraban. Cuando terminé de arreglarme y casi a punto de salir por la puerta de casa miré a Alan una vez más, entonces, me di cuenta de que me podía acostumbrar a esa situación bastante rápido; a decir verdad, me encantaría que así fueran todas mis mañanas.

Llevaba dos horas inmersa en mi trabajo, el cual había cogido con ganas, cuando Carlota se puso en mi campo de visión, iba hecha un completo desastre, vaqueros desgastados, unas zapatillas viejas, un moño desecho y una camiseta básica blanca, fruncí el ceño sin entender qué pasaba, que yo vistiera así no era raro, muchas mañanas, sobre todo cuando la regla estaba a punto de joder mis días, me levantaba con la moral por el suelo o más desganada que un día de resaca, y optaba por vestir como una indigente, en mí no era nada raro, pero Carlota era harina de otro costal. Caminé hacia ella decidida, cuando me vio frente a ella se recostó en su silla y me miró asombrada.

—¿Me vas a decir dónde coño te metes últimamente? 

—He estado ocupada con cosas, Nadia, ¿ha pasado algo? 

—No sé, dímelo tú.

Me miró fijamente pero no dijo nada. No había que ser muy listo para saber que le estaba molestando mi tono de voz, pero ¿qué podía hacer? Hacía días que estaba más rara que un perro verde, y no me había contado ningún detalle del tío con el que estaba entreteniéndose; eso era muy, muy, raro. Me hizo una señal con su cabeza para que me sentara en la silla que había delante de ella y obedecí sin rechistar.

—Nadia, hay algo que tengo que contarte. —Puse los ojos en blanco y me dio una colleja que resonó por toda la estancia—. Eso por sarcástica.

—¡Pero si no he dicho nada!

—No me digas que estoy loca, y prométeme que no dirás una palabra a nadie. —asentí—. Ya sabes que no me llevo muy bien con el novio de mi madre, ¿verdad?

—Sí.

—Bueno, hace unos días estaba tomando algo con Kevin. — Fruncí el ceño—. El amigo de mi hermano... —Asentí—. Bueno, pues estábamos haciendo el tonto cuando me pareció verle entrar en la cafetería que había justo enfrente de la calle. Al principio no hice mucho caso, yo sé que suele quedar con sus amigotes una vez a la semana, pero estaba a punto de irme para mi piso cuando...

De repente caí, ¿Kevin? Solo conocía a un Kevin y era el mejor amigo de Daniel.

—Espera, espera, espera. —La interrumpí—. ¿Kevin? ¿El amigo de tu hermano? ¿Quedas con el amigo de tu hermano?

ÍDEM  (Pre-cuela De Si Tan Solo Fuera Sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora