Calles de sangre.
Mi primer trozo de pan después de tres días sin comer, era todo un manjar en mi paladar. Masticaba todo lo que podía para mantener el sabor en mi boca. Aunque el pan estuviese duro, lo disfrutaba como nunca. Mi madre y mi padre nos miraban comer a mí y a Kaila. Mis ojos se llenaron de lágrimas al verlos. Me abalancé abriendo mis brazos, abrazándolos fuertemente. Envolvieron sus manos en mi cintura, y repetían susurrando "Ya, todo está bien." Mientras por mi espalda sentía el mojar de sus lágrimas. Me sujetaron tiernamente rozando sus manos detrás de mí cuello, recostándome así en el colchón que estaba tirado en el suelo. La guerra nos había arrebatado todo. Los miré durante un par de segundos a los ojos, hasta que todo se puso negro.
-Even, despierta. –Susurra Kaila con los ojos llorosos.
- ¿Qué pasa? – Pregunto mientras bostezo.
- Hay gente gritando afuera, ve a esconderte rápido.
Sabía lo que estaba pasando, no exactamente pero si sabía lo que podría suceder si no hacía caso a mi hermana. Me destapo y me levanto rápidamente. Me sujeta de la mano y vamos corriendo hasta el cuarto de mis padres. Abrimos la puerta y, sin encender la luz, nos dirigimos al armario. Estaríamos esperando allí hasta que el desastre pasara.
Nos estábamos asfixiando, nos faltaba el aire, pero no podíamos salir, ya que habían llegado. Escuchamos un portazo, se encontraban dentro. Oíamos a hombres hablar, preguntándose entre ellos "¿Dónde están?" y afirmando que en las habitaciones no había nadie.
Escondernos dentro de la casa había sido la peor decisión ¿Nos daba tiempo el estar escondidos? Si, ¿tiempo para qué? Para que no nos mataran pero, ¿Ese tiempo en qué ayudaba? En nada. No podíamos hacer nada. Ellos ya estaban en casa, nos buscarían a toda costa por todos los rincones del hogar. Escuchábamos los pasos crujir en el suelo de madera, podíamos saber en qué habitación se encontraban. Estaban en el baño. Mi madre y mi padre estaban allí, escondidos en la ducha. El grito de mi madre nos paralizó el corazón, nos miramos y lloramos en silencio. Los sujetos gritaban "¡Los encontramos!" y mi madre lloraba mares rogando a gritos que no les hicieran nada. Sus voces se iban apagando a medida que se alejaban, habían ido a la calle. No se escuchaban rastros dentro de casa, así que con miedo nos abrazamos y rompimos en llanto.
- Tenemos que ser fuertes ¿sí? ... No.. No nos podemos quedar acá, tenemos que irnos – Kaila lloraba y apenas podía formular las palabras. Sujetó mi rostro mientras me consolaba y limpiaba las lágrimas que caían de mis mejillas.
Le hice caso, sin berrinches. Abrimos las puertas del armario, sujeté la mano de Kaila muy fuerte, y salimos silenciosamente. Caminamos por los pasillos de la casa, mientras pensaba que la única salida era la puerta de entrada, ya que las ventanas estaban bloqueadas con tablones de madera. Mi hermana se dio cuenta tarde, y me miro asustada a los ojos, pensando que era nuestro fin, que tal vez hubiese sido mejor quedarnos en el armario y esperar al día siguiente.
-¿Y ahora qué hacemos?- Pregunté.
- No sé..- Dijo Kaila mirando a todos lados, con la esperanza de encontrar algún lugar para salir.
De pronto, mi madre grita "¡¡¡No hay nadie dentro!!!". Nos paralizamos. No sabíamos que hacer, intentamos correr pero ya era tarde. Un hombre estaba sujetando a mi hermana del cabello, ella gritaba con desesperación tratando de escapar. Y yo ya no tenía los pies en el suelo, un hombre me agarró del brazo y me llevó hacia afuera junto con mi hermana. Nos hicieron arrodillar en la calle, donde no se veía un alma, solo se escuchaban los gritos y llantos de mi familia. En ese momento miré a mis costados, y estábamos todos en fila mirando al frente, arrodillados y con las manos en la espalda. Ya no escuchaba nada, me sentía mareado, solo se oía un chillido mientras uno de los sujetos daba un discurso a las personas escondidas en sus casas. El hombre, sacó un machete que tenía entre la espalda y el pantalón, y con él apuntaba a mi padre, mientras seguía hablando. Dio media vuelta, y se puso detrás de mi papá, apoyando el filo del machete en el cuello de mi padre. Cerré los ojos por un momento.
Su cuerpo sin cabeza se desplomó. El militar me miró, apuntándome con el machete lleno de sangre. Aún no podía oír nada, no era consciente de lo que sucedía. No había reacción de parte mía, estaba en shock, solo me caían lágrimas. Mi madre, que estaba al lado mío, se tiró al suelo rogando y llorando, apoyando su mejilla en el torso de mi papá. El hombre la sujetó del cabello poniéndola derecha, e hice lo mismo, cerré mis ojos por un segundo. Los abrí y él estaba en frente mío, mirándome a los ojos, y podía escuchar un "Mira, mira" mientras señalaba los cuerpos decapitados de mis padres. Solo podía llorar, y cerré los ojos al mismo tiempo que él se dirigía hacia mi hermana. Reaccioné y le grité, le rogué que no le hiciera daño a la vez que lloraba, pero no fue suficiente. Mi hermana me miró con los ojos llenos de lágrimas, y yo no lo soporté, presioné mis párpados tratando de no mirar. Los volví a abrir despacio. Sentí algo en mi cuello, un líquido espeso y algo presionándolo.
ESTÁS LEYENDO
Calles de sangre.
Short StoryDesde Siria, Even y Yitzak nos cuentan sus historias de vida.