Como una travesura, enterró el cuchillo en sus ojos; Como una travesura, la degolló; Como una travesura, le abrió el vientre.
Pero todo eso, no fue más que una simple e inocente travesura.
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El momento en el que entre, el temblaba en su pequeño espacio. Podía ver como el miedo estaba impregnado en su rostro. La oscuridad era propietaria de tan pequeño espacio, donde la única luz que dejo en visto aquella atrocidad fue la de un rayo estruendoso repudiado con un nauseabundo olor, dejando en visto un cuerpo inerte en el suelo, que era adornado con un líquido carmesí y una desfiguración en el rostro con una mueca de horror.
Escrute aquello como una imagen imposible de olvidar, aprisionando el escrúpulo con mi mano. Mirando fijo, en un punto de la esquina del cuarto; como sus ojos avellana lucían perdidos, cuya inocencia y brillo habían sido asesinados junto con aquel cuerpo.
Lo observe con miedo, con ignorancia y un asco ante la escena. Daba pasos inseguro, sin despejar la mirada del filo del cuchillo incrustado en la frente del cuerpo.
Con el sonido de un nuevo trueno que llevo alumbrar la habitación. Era testigo de cómo interpretando una paradoja sus ojos perdidos de total brillo, traspasaron por unos ojos llorosos, completamente aterrados.
Aquella frialdad que sentí al pisar la escena del crimen, se esfumaba con las gotas de lluvia al chocar contra el techo. Tomando como intruso el sentimiento de horror y un escrúpulo ante las hazañas una vez confesadas con palabras titubeantes y balbuceos repetidos.
-Lo siento, lo siento... -Repetía continuamente, como una grabadora.
Su temblor; su llanto, sus uñas clavadas en mi espalda, tras tirarse entre mis brazos, y su mirada que reflejaba el crimen cometido, me extendía la mano en busca de una salvación.
Titubeaba al querer tocarlo, demasiado hasta temblar, dudaba por un niño, de mi pequeño hermano. Cegado de ignorancia, lo abrace hasta pasear mi manos por sus cabellos despeinados, y sus prendas llenas de un borroso carmesí.
Abrazaba aquella atrocidad con ignorancia.
No era capaz de aceptar sus palabras -no quería hacerlo-, y si así fuera, el solo cometió un error. Un grave error. Me tomo unos segundos formular una oración estable, y comenzando anegarle sus disculpas. Negué para él; el supuesto acto cometido y para mí mismo; no quería creer lo que observaba. Transijo sus lamentos, llevándole la contraria y acariciando su revoltoso cabello. Ignore el como su semblante perdido, pasaba a uno bañado en sollozos; negué cualquier culpa que recayera en él. Todo, absolutamente todo, seria negado. El mantendría una inocencia actuada, no importara la hazaña que cometiera, a mis ojos solo estaba mi hermano pequeño, mi pequeño travieso que cometió una accidentada travesura.
Tomándolo en brazos, con la melodía de un murmuro, cubrí sus ojos. Con susurro cariñoso y verdades repudiadas con un disfraz de mentiras, lo estruje entre mis brazos. Ignorante de los sollozos provenientes de mi, deformando la imagen del cuerpo de la mujer.
Solo fue la travesura de un niño, de mi pequeño e inocente hermano.