1.- Lo viejo, lo pasado.

30 2 0
                                    

Siento el frío recorriendo por todo mi cuerpo. Desde la planta de mis pies, ascendiendo por mi espina dorsal lenta y tortuosamente hasta mi nuca, provocando que cada una de las pequeñas imperfecciones y vellos de mi cuerpo se ericen. Abrazo mi cuerpo con los brazos por encima del camisón que tengo puesto, el cual es mas delgado de lo que me gustaría en este momento; aunque lo mas extraño de esto es el hecho de que no recuerdo habérmelo puesto. Según el clima tan húmedo y frio que se esta manifestando, conociéndome a mi misma, hubiese usado algo mas abrigador, como aquel suéter horrible que suelo usar una que otra vez a la hora de dormir.

Miro a mi alrededor, extrañada por el punto de la playa en el que me encuentro, ya que hacía un tiempo que había estado evitándolo por los recuerdos que resguarda, aunque debo admitir que el olor salado que acompaña a la abrupta brisa, es celestialmente familiar; así como la fina arena en la que, a cada minuto que pasa, estoy mas hundida pero no de una forma molesta, sino suave... y la sensación acompañada con una que otra, apenas perceptible inmersión de agua. Abstraída por esos pensamientos, desvío mi atención a las verdaderas incógnitas que deberían preocuparme es... ¿Cómo he llegado hasta aquí? y ¿Porque?

Roto mi cabeza por la costa tratando de descifrar alguna de éstas, pero en vez de hacerlo, me confunde aún más el hecho de que toda la playa esté desierta, sin señal de alguna persona o alguna otra criatura mas que la parvada de gaviotas que danzan a la expansión del cielo. Lo anterior me lleva a la conclusión de que es de mañana y por lo visto muy temprano aunque ello tenga poco sentido ya que no veo el sol asomándose como acostumbra cada día que vengo.

La suave brisa, de un segundo a otro se intensifica, convirtiéndose en un voraz viento causando que mis rizos se vuelvan locos y yo desee saber qué está pasando. Comienzo a caminar pesadamente sobre la arena, dejando un camino vacilante de pisadas tras de mí. Sé perfectamente que puedo llegar a casa desde aquí, desde que nos mudamos, hemos venido aquí... solíamos venir aquí. Paro en seco mi carrera cuando escucho una apenas perceptible y aguda voz, su voz. Podría jurar que ha sido ella, porque la conozco, y conozco cada una de sus facetas. Ésta es diferente porque no es emoción ni tampoco miedo o tristeza, simplemente no puedo reconocer la intención y el sentimiento con lo que lo dice, simplemente dice mi nombre.

Casi automáticamente, se forma un nudo en mi garganta y siento el cómo mis músculos se tensan al darme media vuelta para dirigirme hacia el sonido, mis pies comienzan a moverse rápidamente y cuando menos lo noto ya estoy corriendo, importándome poco el agua helada que brincotea cada vez que doy una zancada, mojando así mis piernas desde mis pantorrillas hasta mis muslos.

Al comenzar a notar que me falta el aire y tengo dificultades para respirar, bajo un poco el ritmo y al hacerlo, noto algo clavándose en una de mis plantas del pie, momentáneamente arde y dejo salir un quejido de dolor, sin dejar de caminar. Instintivamente bajo la mirada, asegurándome que no salga sangre o alguna otra cosa importante, encontrándome solamente con... ¿pisadas?

Pequeñas y separadas pisadas, lo cual significa que ha sido real, realmente he oído su voz; la profundidad y longitud entre cada una, me indica que ha ido corriendo así que, por obviedad me aventuro a seguir el más preciso y misterioso camino que se pinta en la arena. Después de hacerlo durante algunos minutos, caigo en la cuenta de que me dirige hacia un acantilado, al cual ella y yo solíamos ir juntas algunas veces, con finalidad de distraernos  por algún tiempo, experimentando libertad momentánea y excitación por la vista de un lugar tan majestuoso, también demasiado alto y vertiginoso. Solíamos correr enajenadas, aunque más ella debido a la gran ilusión que le hacía romper las reglas y hacer caso omiso a la advertencias de mis padres dándoles mucha menos importancia de la que merecían, ahora recuerdo el porqué siempre fui precisa, concisa y estricta en seguirlas antes  de que todo esto pasara, antes de que yo tuviera la sensación extraña de albedrio propio y dominio de mis acciones. Me gustaba, aunque me di cuenta que eso no debía ser, demasiado tarde. Me abofeteo mentalmente por tal insensatez. Sé que todo ha sido mi culpa. A pesar de ello, cada salida nocturna, cada ocasión en la que tuve que darle mi abrigo porque era demasiado terca como para traer algo mas abrigador, todos los momentos en los que tomaba fuerte de mi mano para que pudiésemos ir a la orilla para oler el salado mar en un día soleado; todo aquello mereció la pena.

"Le Inmortalité" y los Océanos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora