Parte única.

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 —Déjame estar a tu lado —Dice Seungcheol en un tono quejumbroso, suplicante. Jeonghan se sienta en la cama y el cabello castaño le cuelga sobre los hombros en desorden, su silueta recortada contra la luz blanca que atraviesa la cortina. Su delgado cuerpo se insinúa detrás de la tela delgada, casi transparente, de una camiseta raída que el joven usa para dormir. 

—Ay, padre —dice él pasándose la mano por la cabellera despeinada. —Por favor. Usted me dijo que me olvidara de todo esto. 

—Jeonghan, por favor. 

—Yo no quiero hacerle daño, padre. 

—Te necesito. 

—La vez pasada usted dejó de hablarme una semana. 

—No puedo más. 

—¿Y yo qué, padre? 

—No me dejes así.

— ¿Usted cree que yo no tengo sentimientos? 

—No te voy a volver a dejar. 

—Eso lo dice ahora porque quiere estar conmigo. ¿Y después qué, padre? 

—Seguimos juntos, te lo juro. 

—Usted sufre, se arrepiente de haberme querido, me trata como si yo fuera el mismísimo demonio. ¿Y en dónde quedan mis sentimientos, padre? 

—Eso no va a volver a pasar.

 —Como si no lo conociera.

 Seungcheol se sienta en la cama, agarra la mano de Jeonghan entre las suyas y dice con firmeza:

 —Yo te quiero. 

—Y su vocación qué... 

—Yo nunca he faltado a mi vocación. 

—Usted me dijo la última vez que lo nuestro no podía ser porque su vocación era lo primero, lo más importante, lo fundamental en su vida. 

—Y así es. 

—Entonces en qué quedamos.

 La voz del sacerdote se reblandece, se hace más aguda, se quiebra: 

—Yo quisiera no tener cuerpo, Jeonghan, no sentir, convertirme en un hombre de ladrillo o de cemento. Pero no puedo. Soy débil, no aguanto más, estoy desesperado. 

—Usted sabe que yo todavía lo quiero. 

—¿Sí? 

—Pues claro. 

—¿No tienes ya una pareja? 

—Pretendientes no me faltan, padre.

 —¿Y no has estado con nadie? 

—Yo quisiera, pero no me dan ganas, no me apetece.

—Todavía me quieres. 

—Con todo lo mal que usted me ha tratado. 

—Yo nunca te he tratado mal, Jeonghan.

 —No me habla, pasa a mi lado y no me ve, no me saluda, es como si yo no existiera. ¿Usted cree que yo no siento, que a mí no me duelen sus desplantes? 

—Intento alejarme de ti, olvidar lo que pasó, dejarte libre para que hagas tu vida aparte, sin mí. 

—Y lo que hace es herirme, castigarme, hacerme llorar. 

—Con todo lo que yo te quiero... 

Jeonghan hace a un lado las cobijas y sus muslos resplandecen con la poca luz que entra por la ventana desde la calle. Sus caderas abiertas, rotundas, sugieren unas curvas femeninas en la plenitud de sus encantos, a pesar de ser un varón. Pregunta con la cabeza inclinada: 

El sacerdote - JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora