EL COLEGIOAntes incluso de empezar la primaria, su madre le había enseñado a leer. Aque lo, sin embargo, le trajo algunos problemas.«Me aburría bastante durante los primeros años de colegio, así que me entretenía metiéndome en líos». Pronto quedó claroque Jobs, tanto por su disposición como por su educación, no iba a aceptar figuras paternas. «Me encontré a lí con un tipode autoridad diferente de cualquiera que hubiera visto antes, y aque lo no me gustaba. Lo cierto es que casi acabanconmigo. Estuvieron a punto de hacerme perder todo atisbo de curiosidad».Su colegio, la escuela primaria Monta Loma, consistía en una serie de edificios bajos construidos en la década de 1950 quese encontraban a cuatro manzanas de sucasa. De joven, contrarrestaba el aburrimiento gastando bromas. «Tenía un buen amigo lamado Rick Ferrentino, y nosmetíamos en toda clase de líos —recordaba—. Como cuando dibujamos cartelitos que anunciaban que iba a ser el "Día delevar tu mascota a clase". Fue una locura, con los perros persiguiendo a los gatos por todas partes y los profesores fuera desus casi las». En otra ocasión, convencieron a los otros chicos para que les contaran cuáles eran los números de lacombinación de los candados de sus bicicletas. «Entonces salimos y cambiamos todas las cerraduras, y nadie podía sacarsu bici. Estuvieron a lí hasta bien entrada la noche, hasta que consiguieron aclararse». Ya cuando estaba en el tercer curso,las bromas se volvieron algo más peligrosas. «Una vez colocamos un petardo bajo la si la de nuestra profesora, la señoraThurman. Le provocamos un tic nervioso».No es sorprendente, pues, que lo mandaran expulsado a casa dos o tres veces antes de acabar el tercer curso. Paraentonces, no obstante, su padre había comenzado a tratarlo como a un chico especial, y con su estilo tranquilo pero firmedejó claro que esperaba que el colegio hiciera lo mismo. «Verán, no es culpa suya —le defendió Paul Jobs ante losprofesores, según relató su hijo—. Si no pueden mantener su interés, la culpa es de ustedes». Jobs no recordaba que suspadres lo castigaran nunca por las transgresiones cometidas en el colegio. «El padre de mi padre era un alcohólico que logolpeaba con un cinturón, pero yo ni siquiera estoy seguro de que me dieran un azote alguna vez». Y añadió que suspadres «sabían que la culpa era del colegio por tratar de hacer que memorizara datos estúpidos en lugar de estimularme».Para entonces ya estaba comenzando a mostrar esa mezcla de sensibilidad e insensibilidad, de irritabilidad e indiferencia,que iba a marcarlo durante el resto de su vida.Cuando legó el momento de pasar a cuarto curso, la escuela decidió que lo mejor era separar a Jobs y a Ferrentino yponerlos en clases diferentes. La profesora de la clase más avanzada era una mujer muy resuelta lamada Imogene Hi l,conocida como Teddy, y se convirtió, en palabras de Jobs, en «uno de los santos de mi vida». Tras observarlo durante unpar de semanas, decidió que la mejor manera de tratar con él era sobornarlo. «Un día, después de clase, me entregó uncuaderno con problemas de matemáticas y me dijo que quería que me lo levara a casa y los resolviera. Yo pensé: "¿Estásloca?", y entonces e la sacó una de esas piruletas gigantescas que parecían ocupar un planeta entero. Me dijo que cuandolo hubiera acabado, si tenía bien casi todas las respuestas, me daría aque la piruleta y cinco dólares. Y yo le devolví elcuaderno a los dos días». Tras unos meses, ya no necesitaba los sobornos. «Solo quería aprender y agradarle».Hi l le correspondía con el material necesario para pasatiempos tales como pulir una lente y fabricar una cámara de fotos.«Aprendí de e la más que de ningún otro profesor, y si no hubiera sido por esa mujer, estoy seguro de que habría acabadoen prisión». Aque lo volvió a reforzar en él la idea de que era especial. «En clase, yo era el único del que se preocupaba. Ela vio algo en mí».La inteligencia no era lo único que la profesora había advertido. Años más tarde, le gustaba mostrar con orgu lo una foto deaque la clase el «Día de Hawai». Jobs se había presentado sin la camisa hawaiana que habían propuesto, pero en la fotosale en primera fila, en el centro, con una puesta. Había utilizado toda su labia para convencer a otro chico de que se ladejara.Hacia el final del cuarto curso, la señora Hi l hizo que sometieran a Jobs a unas pruebas. «Obtuve una puntuación dealumno de segundo curso de secundaria», recordaba. Ahora que había quedado claro, no solo para él y sus padres, sinotambién para sus profesores, que estaba especialmente dotado, la escuela planteó la increíble propuesta de que lepermitieran saltarse dos cursos y pasarlo directamente del final del cuarto curso al comienzo del séptimo. Aque la era laforma más senci la de mantenerlo estimulado y ofrecerle un desafío. Sus padres, sin embargo, eligieron la opción máswww.LeerLibrosOnline.net15sensata de hacer que se saltara un único curso.La transición fue desgarradora. Jobs era un chico solitario y con pocas aptitudes sociales y se encontró rodeado de chicosun año mayores que él. Y, peor aún, la clase de sexto se encontraba en un colegio diferente: el Crittenden Middle. Soloestaba a ocho manzanas de la escuela primaria Monta Loma, pero en muchos sentidos se encontraba a un mundo dedistancia, en un barrio leno de bandas formadas por minorías étnicas. «Las peleas eran algo habitual, y también los robosen los baños — según escribió Michael S. Malone, periodista de Silicon Va ley—. Las navajas se levaban habitualmente aclase como signo de virilidad». En la época en que Jobs legó a lí, un grupo de estudiantes ingresó en prisión por unaviolación en grupo, y el autobús de una escuela vecina quedó destruido después de que su equipo venciera al deCrittenden en un torneo de lucha libre.Jobs fue víctima de acoso en varias ocasiones, y a mediados del séptimo curso le dio un ultimátum a sus padres: «Insistí enque me cambiaran de colegio». En términos económicos, aque lo suponía una dura exigencia. Sus padres apenas lograbanlegar a fin de mes. Sin embargo, a esas alturas no había casi ninguna duda de que acabarían por someterse a su voluntad.«Cuando se resistieron, les dije simplemente que dejaría de ir a clase si tenía que regresar a Crittenden, así que sepusieron a buscar dónde estaban los mejores colegios, reunieron hasta el último centavo y compraron una casa por 21.000dólares en un barrio mejor».Solo se mudaban cinco kilómetros al sur, a un antiguo huerto de albaricoqueros en el sur de Los Altos que se habíaconvertido en una urbanización de chalésidénticos. Su casa, en el 2.066 de Crist Drive, era una construcción de una planta con tres dormitorios y un garaje —deta lede primordial importancia— con una puerta corredera que daba a la ca le. A lí, Paul Jobs podía juguetear con los coches ysu hijo, con los circuitos electrónicos. El otro dato relevante es que se encontraba, aunque por los pelos, en el interior de lalínea que delimitaba el distrito escolar de Cupertino-Sunnyvale, uno de los mejores y más seguros de todo el va le.«Cuando me mudé aquí, todas estas esquinas todavía eran huertos —señaló Jobs mientras caminábamos frente a suantigua casa—. El hombre que vivía justo ahí me enseñó cómo ser un buen horticultor orgánico y cómo preparar abono.Todo lo cultivaba a la perfección. Nunca antes había probado una comida tan buena. En ese momento comencé a apreciarlas verduras y las frutas orgánicas».Aunque no eran practicantes fervorosos, los padres de Jobs querían que recibiera una educación religiosa, así que lolevaban a la iglesia luterana casi todos losdomingos. Aque lo terminó a los trece años. La familia recibía la revista Life, y en julio de 1968 se publicó unaestremecedora portada en la que se mostraba a un par de niños famélicos de Biafra. Jobs levó el ejemplar a la escueladominical y le planteó una pregunta al pastor de la iglesia. «Si levanto un dedo, ¿sabrá Dios cuál voy a levantar inclusoantes de que lo haga?». El pastor contestó: «Sí, Dios lo sabe todo». Entonces Jobs sacó la portada de Life y preguntó:«Bueno, ¿entonces sabe Dios lo que les ocurre y lo que les va a pasar a estos niños?». «Steve, ya sé que no lo entiendes,pero sí, Dios también lo sabe».Entonces Jobs dijo que no quería tener nada que ver con la adoración de un Dios así, y nunca más volvió a la iglesia. Sinembargo, sí que pasó años estudiando y tratando de poner en práctica los principios del budismo zen. Al reflexionar, añosmás tarde, sobre sus ideas espirituales, afirmó que pensaba que la religión era mejor cuanto más énfasis ponía en lasexperiencias espirituales en lugar de en los dogmas. «El cristianismo pierde toda su gracia cuando se basa demasiado enla fe, en lugar de hacerlo en levar una vida como la de Jesús o en ver el mundo como él lo veía —me decía—. Creo que lasdistintas religiones son puertas diferentes para una misma casa. A veces creo que la casa existe, y otras veces que no. Esees el gran misterio».Por aquel entonces, el padre de Jobs trabajaba en Spectra-Physics, una compañía de la cercana Santa Clara que fabricabaláseres para productos electrónicos y médicos. Como operario de máquinas, le correspondía la tarea de elaborar losprototipos de los productos que los ingenieros diseñaban. Su hijo estaba hechizado ante la necesidad de lograr unresultado perfecto. «Los láseres exigen una alineación muy precisa —señaló Jobs—. Los que eran realmente sofisticados,para aviones o aparatos médicos, requerían unos deta les muy precisos. A mi padre le decían algo parecido a: "Esto es loque queremos, y queremos que se haga en una única pieza de metal para que todos los coeficientes de expansión seaniguales", y él tenía que ingeniárselas para hacerlo». La mayoría de las piezas tenían que construirse desde cero, lo quesignificaba que Paul Jobs debía fabricar herramientas y moldes a medida. Su hijo estaba fascinado, pero rara vez loacompañaba al ta ler. «Habría sido divertido que me enseñara a utilizar un molino y un torno, pero desgraciadamente nuncafui a lí, porque estaba más interesado en la electrónica».Un verano, Paul Jobs se levó a Steve a Wisconsin para que visitara la granja lechera de la familia. La vida rural no le atraíanada, pero hay una imagen que se le quedó grabada. A lí vio cómo nacía una terneri la, y quedó sorprendido cuando aquelanimal diminuto se levantó en cuestión de minutos y comenzó a caminar. «No era nada que hubiera aprendido, sino que lotenía incorporado por instinto —narró—. Un bebé humano no podría hacer algo así. Me pareció algo extraordinario, aunquewww.LeerLibrosOnline.net16nadie más lo vio de aque la manera». Lo expresó en términos de hardware y software: «Era como si hubiese algo en elcuerpo y en el cerebro del animal diseñado para trabajar conjuntamente de forma instantánea en lugar de aprendida».En el noveno curso, Jobs pasó a estudiar en el instituto Homestead, que contaba con un inmenso campus de bloques dedos pisos de hormigón, por aquel entonces pintados de rosa. Estudiaban a lí dos mil alumnos. «Fue diseñado por uncélebre arquitecto de cárceles —recordaba Jobs—. Querían que fuera indestructible». Jobs había desarro lado una aficiónpor pasear, y todos los días recorría a pie las quince manzanas que lo separaban de la escuela.Tenía pocos amigos de su misma edad, pero legó a conocer a algunos estudiantes mayores que él que se encontrabaninmersos en la contracultura de finales de la década de 1960. Aque la era una época en que el mundo de los hippies y delos geeks estaba comenzando a solaparse en algunos puntos. «Mis amigos eran los chicos más listos —afirmó—. A mí meinteresaban las matemáticas, y la ciencia y la electrónica. A e los también, y además el LSD y todo el movimientocontracultural».Por aquel entonces, sus bromas solían incluir elementos de electrónica. En cierta ocasión instaló altavoces por toda lacasa. Sin embargo, como los altavoces también pueden utilizarse como micrófonos, construyó una sala de control en suarmario donde podía escuchar lo que ocurría en otras habitaciones. Una noche, mientras tenía puestos los auriculares yestaba escuchando lo que ocurría en el dormitorio de sus padres, su padre lo pi ló, se enfadó y le exigió que desmantelarael sistema. Pasó muchas tardes en el garaje de Larry Lang, el ingeniero que vivía en la ca le de su antigua casa. Langacabó por regalarle a Jobs el micrófono de carbón que tanto lo fascinaba, y le mostró el mundo de los kits de la compañíaHeath, unos lotes de piezas para montar y construir radios artesanales y otros aparatos electrónicos que por aque la épocacausaban furor entre los soldadores. «Todas las piezas de los kits de Heath venían con un código de colores, pero elmanual también te explicaba la teoría de cómo funcionaba todo —apuntó Jobs—. Te hacía darte cuenta de que podíasconstruir y comprender cualquier cosa. Una vez que montabas un par de radios, veías un televisor en el catálogo y decías:"Seguro que también puedo construir algo así", aunque no supieras cómo. Yo tuve mucha suerte, porque, cuando era niño,tanto mi padre como aque los juegos de montaje me hicieron creer que podía construir cualquier cosa».Lang también lo introdujo en el Club de Exploradores de Hewlett-Packard, una reunión semanal de unos quince estudiantesen la cafetería de la compañía los martes por la noche. «Traían a un ingeniero de uno de los laboratorios para que noshablara sobre el campo en el que estuviera trabajando —recordaba Jobs—. Mi padre me levaba a lí en coche. Aque lo erael paraíso. Hewlett-Packard era una pionera en los diodos de emisión de luz, y a lí hablábamos acerca de lo que se podíahacer con e los». Como su padre ahora trabajaba para una compañía de láseres, aquel tema le interesaba especialmente.Una noche, arrinconó a uno de los ingenieros de láser de Hewlett-Packard tras una de las charlas y consiguió que lo levaraa dar una vuelta por el laboratorio de holografía. Sin embargo, el recuerdo más duradero se originó cuando vio todos losordenadores de pequeño tamaño que estaba desarro lando la compañía. «A lí es donde vi por primera vez un ordenador desobremesa. Se lamaba 9100A y no era más que una calculadora con pretensiones, pero también el primer ordenador desobremesa auténtico. Resultaba inmenso, puede que pesara casi veinte kilos, pero era una be leza y me enamoró».A los chicos del Club de Exploradores se les animaba a diseñar proyectos, y Jobs decidió construir un frecuencímetro, quemide el número de pulsos por segundo de una señal electrónica. Necesitaba algunas piezas que fabricaban en HewlettPackard, así que agarró el teléfono y lamó al consejero delegado. «Por aquel entonces, la gente no retiraba sus númerosdel listín, así que busqué a Bi l Hewlett, de Palo Alto, y lo lamé a su casa. Contestó y estuvimos charlando durante unosveinte minutos. Me consiguió las piezas, pero también me consiguió un trabajo en la planta en la que fabricabanfrecuencímetros». Jobs trabajó a lí el verano siguiente a su primer año en el instituto Homestead. «Mi padre me levaba encoche por las mañanas y pasaba a recogerme por las tardes».Su trabajo consistía principalmente en «limitarme a colocar tuercas y torni los en aparatos» en una línea de montaje. Entresus compañeros de cadena había cierto resentimiento hacia aquel chiqui lo prepotente que había conseguido el puesto traslamar al consejero delegado. «Recuerdo que le contaba a uno de los supervisores: "Me encanta esto, me encanta", ydespués le pregunté qué le gustaba más a él. Y su respuesta fue: "A mí, fo lar, fo lar"». A Jobs le resultó más senci locongraciarse con los ingenieros que trabajaban un piso por encima del suyo. «Servían café y rosqui las todas las mañanasa las diez, así que yo subía una planta y pasaba el rato con e los».A Jobs le gustaba trabajar. También repartía periódicos —su padre lo levaba en coche cuando lovía—, y durante susegundo año de instituto pasó los fines de semana y el verano como empleado de almacén en una lóbrega tienda deelectrónica, Haltek. Aque lo era para la electrónica lo mismo que los depósitos de chatarra de su padre para las piezas decoche: un paraíso de los buscadores de tesoros que se extendía por toda una manzana con componentes nuevos, usados,rescatados y sobrantes apretujados en una maraña de estantes, amontonados sin clasificar en cubos y apilados en un patioexterior. «En la parte trasera, junto a la bahía, había una zona va lada con materiales como, por ejemplo, partes del interiorde submarinos Polaris que habían sido desmantelados para venderlos por piezas —comentó—. Todos los controles y losbotones estaban a lí mismo. Eran de tonos militares, verdes y grises, pero tenían un montón de interruptores y bombi las dewww.LeerLibrosOnline.net17color ámbar y rojo. Había algunos de esos grandes y viejos interruptores de palanca que producían una sensación increíbleal activarlos, como si fueras a hacer esta lar todo Chicago».En los mostradores de madera de la entrada, cargados con catálogos embutidos en carpetas desvencijadas, la genteregateaba el precio de interruptores, resistencias, condensadores y, en ocasiones, los chips de memoria más avanzados.Su padre solía hacerlo con los componentes de los coches, y obtenía buenos resultados porque conocía el valor de laspiezas mejor que los propios dependientes. Jobs imitó su ejemplo. Desarro ló un vasto conocimiento sobre componenteselectrónicos que se complementó con su afición a regatear y así ganarse un dinero. El joven iba a mercadi los de materialelectrónico, tales como la feria de intercambio de San José, regateaba para hacerse con una placa base usada quecontuviera algunos chips o componentes valiosos, y después se los vendía a su supervisor en Haltek.Jobs consiguió su primer coche, con la ayuda de su padre, a la edad de quince años. Era un Nash Metropolitan bicolor quesu padre había equipado con un motor de MG. A Jobs no le gustaba demasiado, pero no quería decírselo a su padre, niperder la oportunidad de tener su propio coche. «Al volver la vista atrás, puede que un Nash Metropolitan parezca el cochemás enro lado posible —declararía posteriormente—, pero en aquel momento era el cacharro menos elegante del mundo.Aun así, se trataba de un coche, y eso era genial». En cuestión de un año había ahorrado suficiente con sus distintostrabajos como para poder pasarse a un Fiat 850 cupé rojo con motor Abarth. «Mi padre me ayudó a montarlo y a revisarlo.La satisfacción de recibir un salario y ahorrar para conseguir un objetivo fueron muy emocionantes».Ese mismo verano, entre su segundo y tercer años de instituto en Homestead, Jobs comenzó a fumar marihuana. «Mecoloqué por primera vez ese verano. Tenía quince años, y desde entonces comencé a consumir hierba con regularidad».En una ocasión su padre encontró algo de droga en el Fiat de su hijo. «¿Qué es esto?», preguntó. Jobs contestó confrialdad: «Es marihuana». Fue una de las pocas ocasiones en toda su vida en que tuvo que afrontar el enfado de su padre.«Aque la fue la única bronca de verdad que tuve con mi padre», declararía. Pero Paul volvió a someterse a su voluntad.«Quería que le prometiera que no iba a fumar hierba nunca más, pero yo no estaba dispuesto a hacerlo». De hecho, en sucuarto y último año también tonteó con el LSD y el hachís, además de explorar los alucinógenos efectos de la privación desueño. «Estaba empezando a colocarme con más frecuencia. También probábamos el ácido de vez en cuando,normalmente en descampados o en el coche».Durante aque los dos últimos años de instituto también floreció intelectualmente y se encontró en el cruce de caminos, tal ycomo él había comenzado a verlo, entre quienes se encontraban obsesivamente inmersos en el mundo de la electrónica ylos que se dedicaban a la literatura o a tareas más creativas. «Comencé a escuchar mucha más música y empecé a leermás cosas que no tuvieran que ver con la ciencia y la tecnología (Shakespeare, Platón). Me encantaba El rey Lear». Otrasobras favoritas suyas eran Moby Dick y los poemas de Dylan Thomas. Le pregunté por qué se sentía atraído por el rey Leary el capitán Ahab, dos de los personajes más obstinados y tenaces de la literatura, pero él no pareció entender la conexiónque yo estaba planteando, así que lo dejé estar. «Cuando me encontraba en el último año del instituto tenía un curso genialde literatura inglesa avanzada. El profesor era un señor que se parecía a Ernest Hemingway. Nos levó a algunos denosotros a practicar el senderismo por la nieve en Yosemite».Una de las clases a las que asistía Jobs pasó a convertirse en parte de la tradición de Silicon Va ley: el curso de electrónicaimpartido por John McCo lum, un ex piloto de la marina que poseía el encanto de un hombre del espectáculo a la hora dedespertar el interés de sus alumnos con trucos tales como prender fuego con una bobina de Tesla. Su pequeño almacén,cuya lave les prestaba a sus estudiantes favoritos, estaba abarrotado de transistores y otras piezas que había idoacumulando. Tenía una habilidad impresionante para explicar las teorías electrónicas, asociarlas a aplicaciones prácticas,tales como la forma de conectar resistencias y condensadores en serie y en paralelo, y después utilizar esa informaciónpara construir amplificadores y radios.La clase de McCo lum se impartía en un edificio similar a una cabaña situado en un extremo del campus, junto alaparcamiento. «Aquí estaba —comentó Jobs mientras miraba por la ventana—, y aquí, en la puerta de al lado, es dondesolía estar la clase de mecánica del automóvil». La yuxtaposición subraya el cambio de intereses con respecto a lageneración de su padre. «El señor McCo lum pensaba que la clase de electrónica era la nueva versión de la mecánica delautomóvil».McCo lum creía en la disciplina militar y en el respeto a la autoridad. Jobs no. Su aversión a la autoridad era algo que ya nisiquiera trataba de ocultar, y mostraba una actitud que combinaba una intensidad áspera y extraña con una rebeldíadistante. «Normalmente se quedaba en un rincón haciendo cosas por su cuenta, y lo cierto es que no quería mezclarsemucho conmigo ni con nadie más de la clase», señaló más tarde McCo lum. El profesor nunca le confió una lave delalmacén. Un día, Jobs necesitó una pieza que no tenían a lí en aquel momento, así que lamó a cobro revertido alfabricante, Burroughs, de Detroit, y le informó de que estaba diseñando un producto nuevo y de que quería probar aque lapieza. Le legó por correo aéreo unos días más tarde. Cuando McCo lum le preguntó cómo lo había conseguido, Jobs detaló, con orgu lo desafiante, los pormenores de la lamada a cobro revertido y de la historia que había inventado. «Yo me pusewww.LeerLibrosOnline.net18furioso —afirmó McCo lum—. No quería que mis alumnos se comportaran así». La respuesta de Jobs fue: «Yo no tengodinero para hacer la lamada, pero e los tienen un montón».Jobs solo asistió durante un año a las clases de McCo lum, en lugar de durante los tres que se ofrecían. Para uno de susproyectos construyó un aparato con una célula fotovoltaica que activaba un circuito cuando se exponía a la luz, nada departicular para cualquier estudiante de ciencias en sus años de instituto. Le interesaba mucho más jugar con rayos láser,algo que había aprendido de su padre. Junto con algunos amigos, creó espectáculos de música y sonido destinados afiestas, con rayos láser que rebotaban en espejos colocados sobre los altavoces de su equipo de música.
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Biografia De Steve Jobs
Non-FictionEstá es La biografía de Steve Jobs, quiero aclarar que no soy la Autora de esta biografía.