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Huele mucho a polvo, mi padre era alérgico al polvo pero yo, con el tiempo, he aprendido a soportar todo tipo de olores y sensaciones. A poco más de un metro, Nick se encuentra cargando dos costales de arena, uno en cada hombro mientras Zayn echa un suspiro y bebe un poco de agua.

Son las cuatro de la tarde y por suerte no hace mucho calor. El día de hoy la meta es dejar terminadas tres columnas para dejar reforzado el primer piso. Desde ayer comenzamos a hacer los pozos para adecuarlas y las llenaremos en unos minutos más.

Respiro hondo y las tripas me gruñen. Las botas de casquillo me tienen muerto y el sudor ácido que me corre por todo el cuerpo es insoportable. Me seco la grasa y el sudor de la cara con una pequeña toalla que siempre llevo para casos como esos y me acerco a la llave más cercana. Necesito lavarme un poco.

—¿Necesitas una toalla más grande? —una voz resuena a mis espaldas. No la reconozco, así que volteo de golpe, con un ojo cerrado por el agua y el otro apenas entreabierto.

—¿Disculpe, yo? —pregunto, todavía sin creer que el guapísimo hermano mayor de la culona me está hablando. Digo, no es como si no tuviera la esperanza de que lo hiciera, pero por lo general ningún dueño de la casa se acerca para ofrecer algo a sus trabajadores.

—Sí, ¿necesitas una toalla más grande —Quiero negar con la cabeza, pero una toalla más grande y seguramente limpia, me vendría bien, por lo que asiento.

Él me mira por un momento y camina lejos. Me quedo estático, pero luego de unos segundos me acerco cuando lo veo cerca. Lleva en su mano dos toallas y una botella de agua. Es ahí cuando por fin lo veo de pies a cabeza. Un buen tipo, unos diez centímetros más alto que yo, cabello negro corto, ojos verdes y unas pestañas grandísimas. Su rostro se parece de cierta manera al de su hermana, pero más alargado. Tiene músculos y ropa deportiva puesta, de fútbol. Es gratamente fornido, como me gustan.

—¿Te gusta el fútbol? —Me saca de mi ensimismamiento. Sí. Me ha encontrado viendo su ropa.

—Nunca lo he jugado, pero me entretiene verlo por la televisión —cuento, haciendo una mueca cuando Nick pasa por mi lado busco, golpeándome un hombro —. A usted supongo que sí.

—Andrew —se nombra —. Llámame Andrew. ¿Tú eres Louis, cierto?

—Yo, bueno sí, Louis...

Supongo que no hay problema si platico con ese guapísimo muchacho, de todos modos estamos en tiempo de descanso.

Observo a mí alrededor, dándome cuenta de que los demás ya comenzaron a comer de sus loncheras, y que Harry acaba de llegar para verificar nuestro trabajo. Ese día precisamente me ha tocado hacerles a todos tacos de carne picada con mucho chile en tortillas de harina hechas en casa.

—Sus esposas seguramente los consienten mucho —menciona algo despistado, viéndome de re ojo.

—¿Por qué lo dices?

—Todos traen comida.

—Ah... sí, nosotros siempre venimos preparados —repongo, soltando un suspiro —. Y ninguno tiene esposa, todos somos solteros. Ellos no saben ni cómo se prende la mecha, yo les preparo la comida.

Andrew voltea dramáticamente hacia mi cara, con la boca abierta. Contengo una risa y me dejo llevar cuando me agarra de los hombros, como si nos conociéramos de años, y me zarandea.

—¿Es en serio?

—Sí, en serio.

—No te creo...

—Entonces no lo hagas, pero no tengo por qué mentir.

—Aquí en la casa nadie cocina, y yo soy una completa mierda en eso. Por eso no te creo.

—Cuando quieras te lo demuestro. No me subestimes —ofrezco, a lo que Andrew alza una ceja y niega con la cabeza, pero responde con un "sí".

Nuestra plática parece decaer, así que antes de que todos terminen de comer, me despido del pelinegro y camino hacia los otros. Busco mi lonchera en la mochila del grupo y asiento cuando Andrew se despide con la mano, alejándose del lugar de trabajo.

El silencio parece eterno, más aun cuando Harry llega hasta nosotros y se sienta, comenzando a mencionar los pequeños imperfectos y a recordarnos la meta del día. Su voz suena mucho más áspera, parece que algo anda mal con él. Sin embargo, dejo de pensar en eso y sigo comiendo.

Hoy ha sido un día diferente. El trabajo parece fluir más rápido y he hablado con Andrew a pesar de que pensé que nunca sería posible. Sacudo la cabeza de un lado a otro y sonrío de lado. Se siente bien cuando converso con alguien más, eso me saca de mi vida tan cotidiana.

Me gusta escuchar las tonterías que dicen cuando Harry llega. Es como si los motivara a charlar aunque no diga mucho y yo me entretengo con todo lo que sucede, por ello no replico nada.

—¿Te quedaron? —Nick se fija en la vasija cuadrada que hay sobre mis piernas. Me han quedado tres tacos que ya no me caben por más que quiera comérmelos.

—Sí, ¿los quieres?

Él asiente, agarrando dos. Levanto la cabeza, para ofrecer el último y al encontrarme con Harry, levanto el refractario y se lo ofrezco. No le hablo, de pronto las palabras no me salen, pero él parece entender y lo toma.

Es así como se come mi último taco. Es así como pasamos los días de trabajo...

Albañil «l.s»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora