Una mirada, pero como cada día

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Salí corriendo de casa, faltaban dos minutos para que pasara el autobús y no pensaba perderlo. Perder el autobús significaría no poder verla. A mi chica de gafas rosadas.
La mochila me golpeaba en la espalda a cada paso que daba, había salido tan rápido que se me había olvidado ponerme el cinturón y el pantalón se caía, dejando al descubierto medio calconcillo. Pero me daba igual, corría por aquella rubia de gafas rosas que tan enamorado me tenía, corría para ver de que color tenía los brackets este mes cuando me sonriera al verme.
Llegué a la parada veinte segundos antes de que pasara el bus, subí y pasé la tarjeta. Caminé hiperventilando por el estrecho pasillo entre asientos ocupados, dirigiéndome a mi asiento habitual. Como cada día, estaba vacío. Me senté y miré hacia delante, ella levantó la mirada un momento de su libro y sonrió mientras cruzaba elegantemente las piernas. Tenía los braquets verdes, en conjunto con sus ojos. Y llevaba una coleta alta y sus gafas rosas de pasta. Como cada día.

Como cada día, en la siguiente parada su amiga peliroja se sentó a su lado.
-Beth! Buenas tardes preciosa-La saludó la peliroja. La rubia levantó la vista y le dedicó una amplia y seductora sonrisa.
-¡Jessica! Feliz lunes-Le contestó sarcástica.- ¿Cómo ha ido el fin de semana?
-Bien Beth,-Se sentó a su lado, mientras sacaba los auriculares y su móvil del bolsillo.-He tenido competición, y la verdad es que me he lucido, jeje.
-Vaya Jess, eso esta muy bien-Dijo la rubia, con una notable felicidad en su expresión. La pecosa se puso los auriculares, pero justo en el momento en el que iba a seleccionar la canción, clavó sus ojos miel en mis ojos café. Hizo una expresión que no supe distinguir y le susurró algo a Gafas Rosadas. Esta se rió y negó con la cabeza, mientras pasaba página de su libro. La peliroja volvió a mirarme, esta vez con más intensidad. Sentí un cosquilleo de cabeza a pies, y también ahogo. No era capaz de aguantar su fuerza en la mirada, pero algo me atraía a seguir mirándola. No entendí aquella situación, llevabamos tres años sentámdonos en el mismo sitio, ignorándonos de la misma forma. Pero ese día se fijó en algo de mi.

Llegamos a mi parada, bajé del asiento y me puse de pie delante de las puertas, delante de ellas. Me fijé en el libro que llevaba la rubia entre sus delicadas manos, con las uñas pintadas de azul claro. Cuando conseguía dintiguir una palabra, ella cerró el libro de golpe y me miró. Sentí como me ardían las mejillas y las manos me comenzaron a sudar, afortunadamente, las puertas se abrieron en ese mismo instante y salí, casi corriendo, hacia mi destino. Sentía que todo había sido como cada día, menos por aquella mirada... inquietante.

La rubia de ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora