Todo empezó en el instituto. Yo era una chica ignorante y feliz, a pesar de no sentirme del todo a gusto con lo que era, porque esa no era yo. Hasta ese momento fui la muñequita de mis padres y hermana, la niña buena y correcta que respeta a todos y no se queja, por nada. Obedecía y cumplía con todo, sacaba buenas notas y no salía de casa, solo de vez en cuando, y solo con gente que mis padres aceptaran como ''buenas influencias''.
Me mataba por tener a mis padres contentos, me ponía vestiditos y faldas, no me maquillaba porque eso era para ''chicas mayores'', y hacerlo a mi edad era cosa de ''guarras''. Era todo lo que ellos querían, hacía todo lo que ellos querían, y aún así, cada día me comía broncas por ser lo que ellos llamaban una ''mala hija y una inútil''. Me comí muchas hostias, muchas que no merecía, y cargué con muchas culpas que no me correspondían por ser la hija pequeña.
Pero como ya he dicho, todo empezó cuando acabé la escuela y entré al instituto, una niña de 12/13 años suelta en un campo de hormonas revolucionadas, perdida y sola, sin amigos y muy confusa, ¿Qué podría salir mal? Resulta que todo. En poco tiempo empecé a conocer a la gente, y en poco tiempo me di cuenta de que no encajaba con nadie, pero me adapté, para no estar sola como había estado siempre. Primero de la ESO fue un año de muchos cambios, y es triste decirlo así, pero, también fue un año de traumas y depresiones. Empecé a sentirme una mierda, me veía horrible. Una chica bajita, piel color blanco nuclear, delgada, sin ningún tipo de curvas, con gafas, una frente kilométrica y llena de granos. Como guinda del pastel empezaron a meterse conmigo por ello, y muchos de ellos me apartaron de lo que la gente llama vida social. Conocí a un chico, se llamaba Al, me enseñó muchas cosas, y ninguna buena. Le expliqué cómo me sentía, y me dijo que él se desahogaba rajándose los brazos y más zonas de su cuerpo, como la barriga, tobillos, muslos... Y ahí empezó mi adicción a la auto lesión.
Primero fue una mierda, lo acabé sintiéndome muy sola, y si con lo del instituto no era suficiente, no paraba de discutir con mi familia. Pero yo confiaba en que segundo sería mejor. Me equivocaba.
Segundo año, otro año de mierda, que igual que el tercero, podría resumirse en hierba, alcohol, drogas y fiesta. Me pasaba el día colocada, no estudiaba, faltaba al insti, dejé las clases de piano, y aunque mi vida pareciera genial, porque hacía lo que quería, cuando quería, no iba a clase e igualmente aprobaba, aún así, yo me sentía una puta mierda, y lo preocupante es que eso, cada vez iba a peor, y una extraña sensación de dolor emocional y culpa empezó a invadir mi cabeza, y a nublarme la vista. Me planteé el suicidio como vía de escape permanente, no culpo a mi yo del pasado por ello, a día de hoy sigo considerándolo una opción, una muy buena opción, pero me auto convenzo de que no, de que el suicidio solo es una ''solución permanente a un problema temporal'', esa frase solía decírmela mi psicóloga, menuda zorra.
El problema es que yo seguía pensando en ello, ¿y si realmente yo quería una solución permanente?, ¿y si el puto problema era yo? Hace años que pienso que hay personas que no están hechas para la vida, y hasta ahora, sigo pensando que yo soy una de esas personas.
Y entonces, conocí al hijo de puta de Kim.
ESTÁS LEYENDO
El manual de la buena sumisa.
Teen FictionSam, quince años, metro cuarenta y nueve, experta en sonrisas tristes y en ver a través de los ojos de los demás. Amante de la autolesión. Es esa clase de persona tan sumamente libre, que por mucho que quisiera, no podría pertenecer a nadie, y por m...