3/3

213 51 9
                                    


  — Prohibidas las visitas a esta hora. — Le dijo la enfermera impidiéndole el acceso a la enorme sala en cuyo extremo estaba la cama de su amigo.

  Seung Hyun insistió. — Solo quiero colgar estás grullas sobre su lecho. Por favor... —

  Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando le chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparente impasibilidad con que minutos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara. —Pero solo cinco minutos, ¿Eh?—

  Ji Yong dormía.

  Tratando de no hacer el mas mínimo ruidito, Seung Hyun puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a mas no poder para alcanzar el cielorrazo. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetados con alfileres.

  Fue al bajar de su improvisada escalera cuando advirtió que Ji Yong lo estaba observando. Tenía la cabecita tirada hacía un lado y una sonrisa en los ojos.

  — Son hermosas, Seung-chan. Gracias. —

  — Hay un millar. Son tuyas, Ji Yong. Tuyas. — Y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.

  En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas comenzaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermedad también dejó colar, al entreabrir por un instante la ventana.

  Los ojos de Ji Yong seguían sonriendo.

  El niño murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían miles frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?










  Febrero de 1976.

  Choi Seung Hyun cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

  Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

  Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

  Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.

  Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los mas sofisticados restaurantes.

  Grullas y mas grullas.

  Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.

  — Algún día completará las mil. — Cuchichean entre risitas. — ¿ Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio? —

  Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la pérdida de Hiroshima, de su niñez. Con su perdido amor primero.


~FIN.

···


Todos los créditos para su Autora oficial, Elsa Bornemann.

Mil Grullas [Adaptación GTOP.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora