Capítulo 2: El plan

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   Era obvio que después de notar el intelecto que tenía el muchacho y de ver como los salvó ya todos confiaran en él, incondicionalmente y viceversa.

Gonzalo agarró la bolsa con el gato, que habían dejado tirado, y fue a dejársela a la mujer; mientras Jack, se les paraba al lado.

-Muchas gracias –dijo.

-Gracias a vos –respondió la mujer recibiendo la bolsa-. Y perdón...

-¿Perdón por qué?

-Porque te mentí, somos más en el equipo, somos cinco.

-Perfecto –respondió con una sonrisa de oreja a oreja-. Tal vez podamos salir de acá, entonces.

-Me llamo Magalí Gallar, me dicen Magui.

-Yo Ramiro Mor, dijo el hombre negro.

-Y yo Jonathan Maidon, dijo el hombre rubio.

-Un gusto, conocerlos a todos. Perdón por apuntarlos con mi arma, lo que sucede es que no sabía cómo reaccionarían al verme; ahora se que son de fiar.

Luego de ese encuentro, emprendieron el camino hacia el refugio del grupo de tres, para que Gonzalo conociera a los demás. Los mayores le pidieron, al chico, que por favor les contara su plan, pero él se negó rotundamente; primero quería conocer a todo el equipo.

A pesar de tener una personalidad medio áspera, Gonzalo contestaba a todas las preguntas que le hacían. Algunos asuntos que respondió, fueron, en principal; el por qué de su agite y su falta de respiración, porque sufre de asma; que la pastilla verde que había comido era un medicamento, el cual no había consumido cuando empezaron sus síntomas, porque el masticarlos provocaba ruido suficiente para atraer a los "vigilantes", como ellos le decían. Ese era un medicamento desarrollado por su madre, que era una doctora química muy talentosa; él había aprendido a crearlo también, observando a su madre. Después de que ella muriera en un accidente de transito, tuvo que juntar las hiervas medicinales por si mismo y crear las pastillas. Ahora es muy complicado hacerlas, porque el planeta está casi muerto.

El arma de defensa personal que tenía, la había heredado de su padre, el cual murió en la noche del Apocalipsis, era un soldado; uno de los que luchó contra los demonios aquella vez. De su padre, aprendió a disparar, y la precisión la mejoró conforme se enfrentaba a los vigilantes; ya que tenía que apuntarles a la boca, para matarlos.

El chico tenía una cicatriz en la cara, la cual se produjo por causa de su primer enfrentamiento con un vigilante. Al salir de su refugio, como su padre era militar tenían un sótano antibombas, cuando se le terminaron las provisiones. Teniendo a penas trece años se encontró con uno de esos mini demonios y le disparó hasta el cansancio en la cabeza, sin ningún resultado. El demonio llegó a morderlo en la mejilla, lugar de la cicatriz. En ese momento de tensión, la única y afortunada reacción que tuvo fue la de meterle el arma en su boca llena de dientes puntiagudos y dispararle. El vigilante cayó, retorciéndose de dolor, por dentro eran sensibles; solo su piel era dura y resistente. Gonzalo se dio cuenta de ello y apuntó su arma dándole un disparo más; seguía sufriendo, pero vivo en fin; un segundo disparo, hasta un tercero, y solo ahí murió.

Volvió a su refugió sin éxito, con hambre y sed, a ese paso iba a morir en cualquier momento. Su asma lo había atacado, agitado, comió su pastilla para recuperarse; luego con el dolor en su cara. Sujetó un tuvo de ensayo de su madre y colocó una gota de su sangre, la cual había tocado la saliva del monstruo. Después de lavarse la herida, con un poco de alcohol, buscó el radar de ADN militar que poseía su padre. Revolvió muchas cosas hasta encontrarlo, pero al final ahí estaba; un radar en forma de reloj para rastrear enemigos prófugos de la ley. Un invento único, al cual se le atribuía a los ingenieros de la armada de su país.

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