— ¡Más fuerte! —exclamó uno de ellos, mientras otro jalaba del borde del cuello de mi camiseta.
Y así había sido. Mitad de semestre, aquél infierno empeoraba día tras día. Sentía cada vez más fuerte los golpes, mis ojos ardían de furia, mi boca sangraba, mi estómago moría de hambre y dolor, mi cabeza había sido azotada más de cuatro veces en el suelo, las palmas de mis manos estaban repletas y cubieras de costras y cicatrices y mi cuerpo se debilitaba cada vez más y más. Golpe número cuarenta y ocho, volví a caer al suelo. Me encontraba, junto con ellos, en la parte trasera de la especialidad de Química. No había nadie, ni quién me escuchara. Pandora había pasado el descanso en la sala de Dirección, debido a el concurso de fotografía. Estaba solo, completamente solo. ¿Lo estaba?
— ¿Tenemos algún problema? —presencié una voz diferente a las de costumbre. Alto, muy alto. 1.91, si el cálculo de perspectiva no me fallaba. Noté que era uno de ellos, pues portaba una chaqueta negra. Las reglas decían muy en claro que se podía vestir como uno quisiera, a excepción de las de cuero, parecidas a la de los motociclistas. Todos se detuvieron, uno me dio una última bofetada y se apartó de mí. Entonces, me miró. Apenas pude hacer lo mismo, mis ojos estaban hinchados, mis mejillas de igual manera. La luz del sol me cegaba a más no poder, así que me era imposible percibir su rostro. Abrió paso, me tendió la mano y dudé en tomarla. Le arqueó una ceja a los demás, mientras volvía a cuestionar ¿tenemos algún problema? Nadie respondió a ello— Eso creí... —soltó una carcajada y me levantó. Pareciera ser el jefe de ellos, pareciera ser quién mandaba ahí. Encanto, ojos de encanto. Me encontraba en la cuerda floja de meter la pata y probar sus labios pero, antes de caer en aquella tentación, vi la silueta de Pandora a un lado de la del director. El rubio bufó, escuché una maldición de su boca e hizo un puchero un tanto masculino.
— A ti no se te puede sacar del aula de castigo, porque ya regresar a lo de antes... —comprendí que estaba siendo injusto contigo, apenas pudiste decir una palabra, apenas pudiste renegar. Pandora me preguntó con la mirada que había pasado, tampoco pude decir nada. Nos llevó hacia la sala de Control Escolar, de la mano, como si fuéramos nenes pequeños. Ordenó que tomáramos asiento y así lo hiciste. Colocaste los pies encima de la mesa, rebelde, todo un rebelde, eso eras.
— Se te ha caído esto —me tendiste el cuaderno azul. Recuerdo haberte contado que me lo había obsequiado mi tía Delansi en mi cumpleaños número catorce, recuerdo que dijiste que ibas a regalarme uno mejor, color negro o color gris, ya que te encantaban esos dos— ¿Es una bitácora de vida? —preguntaste. Y bueno, no, no lo era. Nunca tuve una bitácora de vida, nunca supiste diferenciar sobre lo que era y para qué era, apenas te tomaste la molestia de comprender lo que era y para qué era.
— No, es un diario —lo tomé inseguro. Creí que te echarías a reír como mi madre, cuándo le dije lo mismo, pero no, no hiciste eso, hiciste y dijiste algo peor.
— Los diarios son para maricas... —y ¡bam! ¿Alcanzaste a escuchar cómo se partía mi corazón? Supongo que no, o supongo que sí. Quería darte una bofetada en ese mismo instante que habías dicho eso, pero no, solamente hice puño mi mano y guardé el golpe para mí.
— Ya me lo han dejado en claro tus amigos —puse los ojos en blanco. Percataste rápidamente el amigos y me pausaste con otra de tus estúpidas palabrerías.
— Espera, esos hijos de puta no son nada mío, no son mis amigos. Y vale, perdona. No ha sido mi intención llamarte así... —te disculpaste, pero me callé, no quería seguirte la charla, te odiaba, te odiaba tanto. Más sin embargo, insististe en saber mi nombre, sobre todo en seguir conversando conmigo, cosa que odié aún más— Christofer... —y lo único que hacías era 'tender' cosas. Tampoco tomé tu mano, no correspondí a tu saludo. Desvié la mirada, guardé el cuaderno en mi mochila y comencé a mover los pies, ya que apenas alcanzaba el piso de lo bajo que era, no alcanzaba a tocarlo— Christofer Heavywhite...