Capítulo I

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Capitulo I

“Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”

“–Y, sin embargo, hace una mañana hermosa.

Las tormentas, como el insomnio,

no tienen importancia una vez que pasan.”

La abadía de Northanger, Jane Austin

–¡Mamá, está sonando el horno! –Alicia intentaba colocarse un mechón de pelo rebelde e irrespetuoso que se empeñaba en taparle el ojo, por más que ella le ordenaba quedarse quieto, el mechón, ni caso, o era muy desobediente o era sordo.

–¡Mario, el horno! –Andrea buscaba los pendientes de aguamarina, siempre se los ponía cuando estaba nerviosa, le daban seguridad. Mario decía que eran sus pendientes para volar, no porque tuvieran alas o aire a propulsión, sino porque se los ponía siempre que cogían un avión a alguna parte.

Esa noche estaba nerviosa, especialmente nerviosa. Tenía un nudo en el estómago y es que la hermana pequeña de Mario y su marido, la sacaban de quicio. Cristina era una mujer de mucho temperamento, demasiado, para ser exactos. Sabía de todo, entendía de cualquier cosa, y su palabra sentaba cátedra. Al mismo tiempo era tremendamente llorona, a la que algo no le gustaba o alguien se ponía contra ella, rápidamente los ojos se anegaban y comenzaba el teleteatro. Juan, su marido, era un calzonazos, ¿para qué nos vamos a andar por las ramas? Era el típico hombre, capaz de aguantar lo que haga falta por no sulfurar a su esposa. Procuraban no verse muy a menudo, Mario no tenía pelos en la lengua y su hermana intentaba no estar a tiro más que una o dos veces al año. Por algún motivo oculto, Cristina tenía ganas de que el momento del encuentro fuese entonces y con una contundente llamada de teléfono se había auto–invitado a cenar.

–Tendría que tomarme dos tilas, aunque luego me duerma en la mesa. –Andrea encontró los pendientes y al colocárselos sintió un calor por todo el cuerpo, el sosiego y la calma estaban más cerca. Respiró hondo y salió de la habitación, Mario estaba enfrascado en la cena y sabía que necesitaría ayuda.

Alicia, por su parte, no había dado su brazo a torcer optando por colocarse una pinza invisible que controlase al descarado mechón. Se tumbó en la cama a leer una revista de esas “superactuales” donde te explican cómo vestir, cómo actuar, cómo ligar y hasta cómo comer para ser una chica de tu siglo. Mujeres clónicas en imágenes a todo color sobre papel cuché. Chicas jovencísimas con tallas increíbles, el culto a la fragilidad y al ascetismo, revuelto con el culto a la belleza. Alicia leía con interés un artículo sobre “dietas mágicas” en el que, con todo lujo de detalles, explicaban una serie de ayunos convertidos en regímenes de adelgazamiento, advirtiendo, por supuesto, que eran nocivos para la salud.

No se moría de ganas de ver a sus tíos, sobre todo por lo de después: caras largas y comentarios estridentes. Su tía era una mujer muy divertida, la verdad, decía una cantidad de tonterías que no tenían desperdicio, pero por algún motivo, a su madre le hacía perder los papeles. Lo que era un verdadero misterio era cómo habían aguantado tantos años sin agarrarse nunca de los pelos, aunque no perdía la esperanza, quizá esta noche...

–¡Alicia! ¡Baja a ayudarnos!

Cerró la revista y se tumbó un rato mirando al techo. A los padres había que hacerles esperar, era una norma establecida. Un padre nunca entendería que su hijo le obedeciese inmediatamente. Hay que ser compresivo con ellos, estudiarles y comportarse cómo esperan que te comportes. Pasaron cinco minutos y dejó que la llamaran dos veces más, entonces se puso de pie, se miró al espejo y haciendo una mueca de resignación bajó las escaleras que la llevarían al escenario.

Peso ceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora