Capítulo II
“Las cosas más importantes de la vida, no son cosas”
“...no perdono lo imperdonable. El perdón es un reflejo
para cuando no se soporta lo que se sabe.
Yo me resistí a ese reflejo.”
Heredarás la Tierra, Jane Smiley
Andrea intentaba abrocharse el botón del pantalón tejano, pero después de tumbarse en la cama y ver que tampoco así lo conseguía, resopló y se rindió a la evidencia.
–¡He vuelto a engordar! Claro que no me extraña, con las cenas que prepara tu padre... Yo no entiendo que después de pasarse el día en el restaurante llegue con ganas de hacernos la cena.
–Venga, mamá, no te quejes, bien que te lo comes todo y anoche, encima, repetiste el postre.
Alicia observaba a su madre sacar piezas y piezas de ropa del armario y probarse una tras otra sin encontrar qué ponerse. La verdad es que su madre estaba guapísima con cualquier cosa que se pusiera, no entendía cómo podía preocuparse tanto por su aspecto. Su padre decía lo mismo y Andrea siempre creía que lo decía para tenerla contenta, ¡cómo si eso fuese tan fácil!
–¡No me lo recuerdes! Después me encontraba fatal, suerte que no tengo problemas con eso –hizo el gesto de meterse dos dedos en la boca.
–No sé cómo puedes hacerlo, solo de pensarlo me pongo mala.
–Lo que es malo es destrozarse el estómago y yo ayer creí que iba a reventar. Apúntate esto en tu cabecita, hija, el aspecto de una persona es su tarjeta de presentación –Andrea cogió a Alicia por los hombros para que la mirara a los ojos–. Nunca traiciones a un hombre haciendo que se enamore de una joven delgada y hermosa, para después convertirte en una vieja, gorda y descuidada, porque si lo haces él no dudará en... –hizo un gesto con el pie como si abriese un cubo de basura y tirase algo sucio dentro–. Anda, no me entretengas más y súbeme la cremallera –se giró para que Alicia la ayudara–. Estoy tan nerviosa, es importante para mí conseguir este encargo, nunca he realizado un proyecto como este y, a parte de lo económico, que no diré que no me importe, sobre todo es el reto. Lo más grande que he decorado es un piso de 150 metros y esto es una casa de 300 metros cuadrados para mí solita.
Se miró al espejo y contempló su imagen junto a la de su hija. La cogió por los hombros y la acercó a ella.
–Fíjate Alicia, así serás dentro de veinticuatro años.
Alicia se observó y tuvo una sensación extraña al verse junto a su madre. Andrea la soltó y corrió a colocarse los zapatos al tiempo que se ponía el abrigo. Volvió de nuevo sobre sus pasos y dio un sonoro beso a su hija.
–No me esperéis a cenar, no sé a qué hora terminaremos la reunión y hoy me conviene un poco de dieta. Dile a tu padre que no se acueste sin mí.
Alicia la siguió hasta la puerta y la despidió. Al girarse, su mirada se detuvo en el gran árbol (de plástico, por supuesto) que habían adornado aquella mañana entre las dos. A ella siempre le había gustado la Navidad, era la fiesta del año que más le gustaba. En cambio Andrea la odiaba, profunda e intensamente. Siempre decía que le parecía macabro celebrar el nacimiento de un niño al que años después pensaban crucificar. Tras este lapso de tiempo dedicado a la contemplación de lucecitas y bolas de colores, se dirigió a su habitación y se miró en el espejo que su madre le había regalado hacía dos años para su cumpleaños y que presidía la estancia. Le pareció extraño que no le hubiese dicho nada. Ella se fijaba mucho en esas cosas. Supuso que debió pensar que no era necesario martirizarla. Simplemente, la había colocado frente al espejo, junto a ella, de ese modo ella misma podía verlo y no era necesario ser desagradable. Las opíparas comidas de papá habían sido nefastas para su cintura y sus caderas y, a pesar de que había convencido a su madre para que fuesen al médico y la dejaran ponerse a dieta, los resultados eran ínfimos. Ella, por su cuenta, hacía un par de semanas que había suprimido el desayuno y la merienda, pero no era suficiente.