1

381 32 18
                                    



Mientras fumo un cigarrillo pienso en el dolor. Dicen que el dolor físico se transmite a una velocidad de 120 metros por segundo, pero nadie se ha tomado la tarea de medir la velocidad del dolor dentro del alma, quizá es porque es la clase de dolor que permanece a través del tiempo matando lentamente.

Pienso mucho en el dolor, es como una prisión que asfixia. Estoy en la azotea del hospital, recostado contra la barandilla con la vista fija en el asfalto. No es que esté pensando en saltar, pero pienso un poco en la desesperación y toda esa mierda de dolor psicológico que lleva a las personas a poner fin a su existencia.

― En tu lugar no apoyaría todo el peso del cuerpo contra esa barandilla; puede que no sea segura.

Vuelvo la vista y ahí está él. Se llama Daniel, es uno de los chicos del pabellón de enfermos terminales, tiene uno de esos tipos de leucemia difícil de vencer.

― No deberías estar aquí, Dany. Mañana es el gran día.

― No quería estar solo en la habitación pensando en lo de mañana. Tengo miedo. ―Suspira antes de sentarse en suelo, recostando la espalada contra la baranda, levantando la mirada hacia el cielo―. No es mi primera vez en el quirófano, pero estoy asustado. Es como un juego de ruleta rusa. Entraré a cirugía, pero no sabré cómo resultará todo. Puede que esta sea la última vez que vea las estrellas y converse contigo, y, ¿sabes qué es lo peor?

Sacudo la cabeza, pero él me mira con expresión socarrona:

― Que no podré hacerte el amor.

Sonrío y saco del bolsillo un cigarrillo y se lo ofrezco junto con un viejo encendedor. Echo una ojeada a firmamento, no veo ninguna de las estrellas que el mencionó, sin embargo, me siento junto a él y sigo fumando.

― ¡Tenía que decírtelo! ―dice devolviéndome el encendedor―. No hay nada de malo en que quiera hacerlo contigo, Delu. ¿Me rechazas porque soy un chico blanco?

― Es un mal momento. No tiene que ver con el color de la piel.

― Cuando te internaron, pensé: ¡Es el destino. Mi sueño hecho realidad. Mi amor platónico está aquí para desflorarme!

Me río. Dany sigue sonriendo socarronamente; toma mi mano con disimulo y la coloca sobre su muslo. Siento que mis dedos hormiguean al sentir la tersura y calidez de su piel. No aparto la mano, quiero prolongar la sensación un poco más mientras él guía mi mano hacia arriba.

― ¿No tienes un sueño que quisieras hacer realidad ahora mismo, Delu?

― Ir a Hollywood para que un famoso cirujano plástico me ponga pene, ¿cuenta?

― Si es lo que quieres en la vida: Cuenta. Pero antes de que te pongas pene... ¿Nos echamos un polvo?

― Después de lo que me pasó, no quiero saber nada de sexo en lo que me queda de vida.

― Es mejor fracasar intentándolo que fracasar por miedo. Quizá solo fue la polla equivocada, pero te aseguro que la mía es mejor.

― Para tu información era el chico correcto, pero mi cuerpo no sirve. Está demasiado dañado. No puedo tener sexo, pero si quieres puedo mostrarte el minino, así no morirás virgen de ojos.

― ¿De verdad? ¿Y puedo tocar?

― Tal vez un roce suave. ―Después de todo lo que ha ocurrido, ¿Qué puede ser peor que el dedo de Dany acariciando?

Me pongo de pie frente a él y levanto la bata.

Sus ojos azules se abren llenos de sorpresa. Levanta la mano para tocarme, pero se detiene antes de rozarme y sonríe.

CENIZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora