Requiem Aeternam. (Austria)

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El viento soplaba en un febrero, álgido, acompañado de las melancólicas notas que salían de un viejo piano, situado en una olvidada ciudad austriaca. El tic tac del reloj acompañaba de manera irritante el sonido que expresaba un joven de cabello castaño y peculiares ojos violáceos. Aquel que alguna vez fue un aristócrata que ahora se compadecía de su propia miserable situación.

Su esposa le había dejado para poder marcharse con alguien a quien "Realmente amaba", llevándose con ella todos los títulos nobles, todas las riquezas que pudiera haber tenido alguna vez. 

Su futuro era el de un músico frustrado por las críticas de una sociedad intolerante a las cosas nuevas o desconocidas. Su arte era considerado como aberraciones por las demás gentes que le rodeaban. 

Oh, ¿Y en dónde se puede refugiar de tantos males sin tener una familia siquiera?... 

El eco estruendoso de la soledad le invadía cada día más, una voz en su cabeza le gritaba que era tiempo de partir y abandonar las cosas mundanas que le rodeaban, ¿Qué debía hacer?...

Su mente se hundía en un vórtice constante entre el arte y la locura, la falta de afecto y la melancolía. Sus falanges acariciaban las teclas del piano como el hombre que acaricia la mano de su mujer. Tocaba con delicadeza cada tecla, pero expresando su cólera y poca resistencia en el yermo que era su hogar ahora. Vacío, oscuro, un cuarto que antes estaba tapizado con los más bellos colores azules, una alfombra de color carmín y las cortinas -Siempre abiertas- de terciopelo rojo. 

Su fino cuerpo se había tornado débil, pálido. Casi como un cadáver en busca de algo inexistente. Su vestimenta era una mezcla extraña entre la moda, las riquezas y la miseria en la que se encontraba. 

No habían objetivos ya, ¿Por qué seguir de pie?, ¿Por qué seguir luchando una guerra que ya se ha perdido?. Moriría como el aristócrata que nunca se dio a conocer en el mundo del arte musical como lo hubieran hecho  Chopín o cualquier otro músico. Moriría sin trascender como alguien importante, y tan solo moriría como un ser común y corriente, sin haber hecho nada productivo para una sociedad que se pudre en los intereses económicos y de clase social.

Tomó las llaves de aquella mansión que ahora se caía a pedazos y salio por las calles. Lloviznaba, y el gélido viento que soplaba podría ser suficiente para matar a alguien en tan solo unas horas. 

Caminaba por los adoquines, húmedos por la lluvia, casi congelados. El viento soplaba con intensidad, haciendo volar a las hojas caídas de un invierno  sin desdén alguno, danzaban en el viento, de manera violenta, se estrellaban en los arboles, y finalmente caían al piso con la gracia de una bailarina, tan solo para repetir aquellas acciones de nuevo.

Triste, repetitivo... al igual que la vida. 

El austriaco se sentó en la acera de una calle oscura, solitaria, esperando que aquel fuera su último día, y es que pudiendo escapar de sus problemas a través de la muerte o seguir sufriendo ¿Quién no elegiría morir?

Se detuvo, en una solitario callejón que no era acompañado de nadie además del silencio y el álgido clima. Miró caer las gotas de lluvia, aún sin darse cuenta que aquellas que rodaban por sus mejillas eran en realidad las lágrimas de una vida frustrada.

Se sentó en una esquina, esperando de manera sigilosa a quien le arrebataría la vida. Las nubes eran grises, la lluvia caía, el clima era gélido. Ya no importaba siquiera ¿O sí? ¿De qué le serviría vivir una vida sumida en la inutilidad del arte?...

Las lágrimas se fundían con la lluvia, confundiéndose entre ellas. Cerró los ojos, adormecido por el llanto... Nieve se comenzó a formar a sus alrededores, sobre su cabello, sobre sus ropas... 

La noche cayó, sin que él se diese cuenta. Efímera, etérea. Solo de esa manera se podía describir a la vida que estaba dejando ir. 

El eco estruendoso del silencio consumía la poca cordura que restaba en su mente, gritándole de manera inquietante en forma de coro:

"Requiem aeternam dona eis, domine et lux perpetua luceat eis..."

Su cabeza daba vueltas, buscando la estabilidad emocional que necesitaba en un momento como tal...

 "Te decet hymnus Deus, in Sion, et tibi reddetur votum in Ierusalem... "

Sus pensamientos se hundían poco a poco en un vórtice de confusión, de desconcierto y melancolía. Un frío álgido recorrió su cuerpo, haciéndole perder la poca fuerza que le quedaba, obligando a cerrar los ojos, quizás, de manera eterna...

"Exaudi orationem meam; ad te omnis caro veniet..."

Oh, Dios todo poderoso, escucha a esta pobre alma que te ruega desde las profundidades de un lugar peor que el averno...  Escucha el lamento de un alma que desea reposar en las divinas tierras del edén y que sin embargo, merece arder en las llamas eternas del averno.

Abrió los ojos de manera lenta, escuchando finalmente el silencio, sintiendo los últimos latidos de su corazón, sintiendo el frío calarle hasta los huesos, congelando lentamente las lágrimas estancadas en sus ojos, era difuso, distante. Apenas podía vislumbrar una tenue silueta, justo en frente de él. Blanco, como el invierno que estaba a punto de matarle, vestido de un negro que tan solo podría asemejarse al fúnebre color del plumaje de una corneja. 

Se acercó a él, mirando a el de ojos violáceos con unos ojos que tan solo podrían asemejarse al rojo de la sangre que derrama el hombre sin motivo alguno.

Eso fue todo.

Un último respiro, un último latido, una última mirada y la última sonrisa que se podría haber surcado en sus labios, tan radiante, tan sincera. La muerte estaba por llevarse algo tan preciado y que ahora repudiaba más que a nada. Al fin terminaba la agonía en su ser, en su alma y su corazón. Era el fin.

Se inclinó hacia Roderich, a pocos centímetros de su rostro, cubriéndole los ojos con una mano y tapándole la boca con la otra, Cantó con suavidad, casi con una dulzura etérea, el último verso del Réquiem Aeternam.

—"Requiem aeternam dona eis, Domine et lux perpetua luceat eis..."    

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