Comienzo

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La primera vez que te vi fue tan fascinante, no podía dejar de mirarte. Eras tan perfecto. Tu ropa, tus zapatos, todo tú... me encantabas. No nos hablamos, tan solo cruzamos miradas... y vaya qué miradas. Pasó el tiempo y no te volví a ver. Al siguiente año, un día de lo más normal, me dijeron para salir, estaba aburrida así que pensé ¿por qué no?... Fui con mis amigos a un compromiso por la tarde y ahí fue donde te volví a ver. Estabas más robusto, más bronceado, más perfecto. Mi amiga nos presentó y tú pasaste de estar hablando con un bellezón a hablar conmigo. Hablamos de temas superficiales... ¿Qué tipo de música escuchas? ¿Cuál es tu color preferido? Hubo un momento cuando nos quedamos callados y solo nos mirábamos. Vaya miradas que cruzábamos. Me preguntaste si quería ir a tu casa, a penas te conocía, pero... ¿por qué no?
Al salir de la fiesta e ir al estacionamiento, me sorprendí al ver tu carro... era muy caro para alguien de veintitantos años. Llegamos a tu casa y wow, sí que era preciosa... muy lujosa para ser alguien de veintitantos años. Me preguntaste que quería tomar y te dije "lo que sea que tomes tú", me miraste y reíste "las niñas no toman lo que tomo yo". Me acerqué a ti, pensaste que te iba a besar, incluso te agachaste para estar a mi altura. "Yo no soy una niña más". Reíste de nuevo y me miraste de una manera tan rara. Creo que en ese momento, ese preciso momento en el que me mirabas sonriendo, es ahí cuando comencé a enamorarme. Claro que yo no lo sabía. Mientras tomábamos whisky, conversábamos de nuestras vidas. Recién en esa conversación me enteré de que él era casi 10 años mayor. Tenía 26 años, trabajaba en una empresa de electrodomésticos muy reconocida en el  área de administración y al parecer, no le iba tan mal. Me preguntaste si quería subir, claro que quería subir. Yo lo que más quería era ver tu cuarto, de seguro sería tan misterioso como tú. Entramos a tu cuarto, me quedé muy asombrada. Era gigante e intrigante. Tu cama, wow, tu cama... era fantástica, tan medieval. Me recosté en tu cama y tú me seguiste. Comenzamos a besarnos, pero antes de que llegara más lejos, te detuviste. "¿Estás segura?" me preguntaste, "claro que lo estoy, no es que seas el primero". Yo me quería hacer la grandecita, la que ha tenido las suficientes experiencias como para saber todo lo que se hay que saber sobre el sexo. Tú lo entendiste. Hay personas que no lo entienden. "Es una puta" dicen, "se acuesta con cualquiera", pero no. Eso no es cierto. A esta edad es cuando más te juzgan por el sexo. Eres virgen, "eres una santa, forajida, mosquita muerta". Ya has tenido sexo, "eres una puta, perra, promiscua". Yo prefería que me llamen perra. Me inventaba historias falsas sobre mi cogiéndome a diferentes tipos inexistentes. Pero tú, al oírme decir eso, me miraste y te reíste. Me dijiste "pensé que no eras una niña más. Las niñas mienten con respecto a sus experiencias y tú, mi querida, estás mintiendo. ¿Quieres aprender? Yo te enseñaré" En ese momento lo supe. Supe que quería que me enseñaras lo habido y por haber. Sabía, de una extraña manera, que podía confiar en ti. Sabía que no me harías daño intencionalmente y ahí es donde me dejé llevar.

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