CAPÍTULO 2
conversación con Jasper Erkel me ha dejado muy alterada. En especial la última frase que me ha dicho
al despedirnos. «Pertenecer a una persona.» Son las palabras que yo he utilizado cuando él ha insinuado
que no tenía sentido que me jugase la vida por Daniel.
«Pertenecer a una persona.»
Antes de Daniel nunca había pensado algo así. De hecho, probablemente si hubiese oído esa frase me
habría parecido absurda. Ilógica. Y algo reaccionaria. Yo soy una mujer independiente, liberada, lista,
moderna, autosuficiente. ¿Por qué diablos voy a querer pertenecer a nadie? ¿O por qué diablos quiero
que otra persona me pertenezca a mí?
La respuesta es sencilla. Apabullante. Rotunda.
Porque esa persona es Daniel.
He llegado a su habitación y él todavía no está, lo que sin duda no me ayuda lo más mínimo a
tranquilizarme.
Pertenecer a otra persona.
Me acerco a la ventana y dejo vagar la vista por los tejados de Londres. Al instante recuerdo la
primera vez que fui a su apartamento, la primera vez que me enseñó lo que conllevaba entregarme a él, y
me toco con gesto casi inconsciente la muñeca donde solía llevar la cinta.
Él me regaló la llave de su piso colgando de una cinta de cuero y yo me até ésta a la muñeca. Nunca
olvidaré sus ojos cuando me la vio puesta, cuando me dijo que eso me marcaba como suya. Igual que
tampoco olvidaré el horror con que me miró cuando me la quitó y me obligó a devolvérsela.
No he elegido esas palabras al azar para defenderme de la insinuación del detective Erkel. Daniel me
enseñó lo que significan y ahora no puedo pensar en nosotros en otros términos. Yo le pertenezco a él y él
me pertenece a mí. La pregunta que de verdad me consume por dentro, la que amenaza con hacerme
estallar los pulmones, es que no sé si Daniel quiere pertenecerme.
«No importa —me dice una voz que grita desde mi corazón y mi alma—, él te dijo que quería ser
tuyo, que quería que lo poseyeras. Y eso es exactamente lo que vas a hacer. Porque eso es exactamente lo
que él necesita.»
Apoyo la frente en el cristal de la ventana y me maldigo de nuevo por no haber sido capaz de sacar
todas estas fuerzas de mí misma cuando él me lo pidió. Si lo hubiera hecho, Daniel no habría tenido el
accidente. Si lo hubiera hecho, él no habría estado a punto de morir.
Dios, si ni siquiera dejé que me explicase qué quería exactamente. Tal vez entonces lo habría
entendido y no me habría portado como una cobarde.
—Basta, Amelia —me digo en voz alta—. Basta.
Tengo que dejar de pensar en mí y centrarme en Daniel. Sí, eso es exactamente lo que tengo que
hacer. Voy a recordar todo lo que me hizo, todos y cada uno de los sentimientos que despertó en mí, el
placer que sentí en sus brazos al saber que él estaba al mando, que las reacciones de mi cuerpo eran
suyas. Daniel me demostró que yo le pertenecía y me pidió que yo hiciese lo mismo con él.
Voy a demostrárselo, voy a dejarle claro que es así y que nada, ni siquiera mis miedos o su pasado
pueden separarnos.
Pero no voy a conformarme con su cuerpo, ni con su placer, que es lo que él me pidió a mí que le entregase, yo lo quiero todo. Incluido su amor.
Daniel no sabe lo que ha hecho y no voy a darle la oportunidad de averiguarlo. Yo siempre he sido
una mujer muy decidida, aunque hasta ahora esa determinación sólo la haya utilizado en mi vida
profesional. Porque hasta ahora nunca había encontrado a nadie que me despertase por dentro.
Oigo girar el picaporte y me doy la vuelta justo a tiempo de ver entrar a los enfermeros empujando la
cama de Daniel. Él sigue dormido, o al menos con los ojos cerrados.
—¿Ha ido todo bien? —le pregunto a Ivo.
—Perfectamente, el doctor Jeffries vendrá a verla dentro de un par de horas con los resultados. El
señor Bond no se ha despertado y sigue descansando tranquilo. —Coloca la cama en su sitio y revisa por
última vez los monitores a los que ha vuelto a conectar a Daniel—. Avíseme si necesita algo.
—Descuide.
Espero a que los dos enfermeros salgan de la habitación antes de acercarme a Daniel. Ha adelgazado,
pero sigue siendo el hombre más atractivo que he visto nunca y en lo más profundo de mi ser sé que si no
hubiese vuelto a verlo, no habría habido otro hombre como él en mi vida. No habría podido.
Tiene una barba incipiente, lo que hace que se le marquen más los pómulos y la fuerte mandíbula que
me sedujo en cuanto lo vi. Echo de menos sus ojos.
Los ojos de Daniel son el secreto para descifrar su alma.
Recuerdo la mañana en que lo conocí. Cuando lo vi en aquel ascensor, sin saber quién era, me quedé
completamente fascinada con sus ojos. Nunca había visto unos tan distantes y que quemasen tanto al
mismo tiempo. Él se colocó a mi espalda y noté su presencia cerca de mi piel. Yo estaba muy nerviosa,
era mi primer día en la ciudad, mi primer día en el nuevo trabajo.
Me esperaban en Mercer & Bond, el mejor bufete de abogados de Londres y de todo el Reino Unido.
Había conseguido la entrevista porque Patricia Mercer es la mejor amiga de infancia de mi madre, pero
mi incorporación dependía de que obtuviese el visto bueno del otro propietario del bufete.
Ningún trayecto en ascensor se me había hecho tan largo y tan corto al mismo tiempo. Él se subió en
el vestíbulo, igual que yo, apenas dijo nada y se colocó al fondo, con la espalda pegada al cristal. En otra
planta subieron unas señoras, y yo, la mujer a la que su prometido le había sido infiel por frígida una
semana antes de la boda, tuve ganas de arrancarles los ojos y evitar así que lo mirasen.
Hay hombres que cuando se sienten observados por una mujer se hinchan de orgullo, otros se
pavonean sin disimulo y unos pocos se incomodan. Daniel no hizo nada de eso. Sin moverse de donde
estaba, su postura transmitió a aquellas mujeres que no estaba interesado en sus miradas y que éstas no
eran bienvenidas, y a mí que sabía que no me había gustado que lo mirasen.
El ascensor se detuvo en el piso donde se encontraba la sede de Mercer & Bond y si él no me hubiese
avisado, habría podido quedarme allí mirándolo para siempre. Salí del habitáculo metálico convencida
de que nunca más volvería a ver al atractivo y distante desconocido de mirada triste y penetrante. Pero
apenas una hora más tarde, descubrí que era Daniel Bond y que tenía mi futuro en sus manos.
Al menos profesionalmente.
Él intentó que Patricia no me contratase y cuando ésta lo obligó a hacerlo acogiéndose a una de las
normas del bufete, Daniel se ofreció a encontrarme trabajo en otro despacho de abogados si accedía a
irme de allí. Nunca se lo he dicho a él, pero si esa proposición me la hubiese hecho Patricia, habría
aceptado.
¿Por qué me quedé? ¿Porque Mercer & Bond es un gran bufete? No, lo hice porque ningún hombre me entregase, yo lo quiero todo. Incluido su amor.
Daniel no sabe lo que ha hecho y no voy a darle la oportunidad de averiguarlo. Yo siempre he sido
una mujer muy decidida, aunque hasta ahora esa determinación sólo la haya utilizado en mi vida
profesional. Porque hasta ahora nunca había encontrado a nadie que me despertase por dentro.
Oigo girar el picaporte y me doy la vuelta justo a tiempo de ver entrar a los enfermeros empujando la
cama de Daniel. Él sigue dormido, o al menos con los ojos cerrados.
—¿Ha ido todo bien? —le pregunto a Ivo.
—Perfectamente, el doctor Jeffries vendrá a verla dentro de un par de horas con los resultados. El
señor Bond no se ha despertado y sigue descansando tranquilo. —Coloca la cama en su sitio y revisa por
última vez los monitores a los que ha vuelto a conectar a Daniel—. Avíseme si necesita algo.
—Descuide.
Espero a que los dos enfermeros salgan de la habitación antes de acercarme a Daniel. Ha adelgazado,
pero sigue siendo el hombre más atractivo que he visto nunca y en lo más profundo de mi ser sé que si no
hubiese vuelto a verlo, no habría habido otro hombre como él en mi vida. No habría podido.
Tiene una barba incipiente, lo que hace que se le marquen más los pómulos y la fuerte mandíbula que
me sedujo en cuanto lo vi. Echo de menos sus ojos.
Los ojos de Daniel son el secreto para descifrar su alma.
Recuerdo la mañana en que lo conocí. Cuando lo vi en aquel ascensor, sin saber quién era, me quedé
completamente fascinada con sus ojos. Nunca había visto unos tan distantes y que quemasen tanto al
mismo tiempo. Él se colocó a mi espalda y noté su presencia cerca de mi piel. Yo estaba muy nerviosa,
era mi primer día en la ciudad, mi primer día en el nuevo trabajo.
Me esperaban en Mercer & Bond, el mejor bufete de abogados de Londres y de todo el Reino Unido.
Había conseguido la entrevista porque Patricia Mercer es la mejor amiga de infancia de mi madre, pero
mi incorporación dependía de que obtuviese el visto bueno del otro propietario del bufete.
Ningún trayecto en ascensor se me había hecho tan largo y tan corto al mismo tiempo. Él se subió en
el vestíbulo, igual que yo, apenas dijo nada y se colocó al fondo, con la espalda pegada al cristal. En otra
planta subieron unas señoras, y yo, la mujer a la que su prometido le había sido infiel por frígida una
semana antes de la boda, tuve ganas de arrancarles los ojos y evitar así que lo mirasen.
Hay hombres que cuando se sienten observados por una mujer se hinchan de orgullo, otros se
pavonean sin disimulo y unos pocos se incomodan. Daniel no hizo nada de eso. Sin moverse de donde
estaba, su postura transmitió a aquellas mujeres que no estaba interesado en sus miradas y que éstas no
eran bienvenidas, y a mí que sabía que no me había gustado que lo mirasen.
El ascensor se detuvo en el piso donde se encontraba la sede de Mercer & Bond y si él no me hubiese
avisado, habría podido quedarme allí mirándolo para siempre. Salí del habitáculo metálico convencida
de que nunca más volvería a ver al atractivo y distante desconocido de mirada triste y penetrante. Pero
apenas una hora más tarde, descubrí que era Daniel Bond y que tenía mi futuro en sus manos.
Al menos profesionalmente.
Él intentó que Patricia no me contratase y cuando ésta lo obligó a hacerlo acogiéndose a una de las
normas del bufete, Daniel se ofreció a encontrarme trabajo en otro despacho de abogados si accedía a
irme de allí. Nunca se lo he dicho a él, pero si esa proposición me la hubiese hecho Patricia, habría
aceptado.
¿Por qué me quedé? ¿Porque Mercer & Bond es un gran bufete? No, lo hice porque ningún hombre me había hecho reaccionar nunca como Daniel.
Meses atrás, pensaba que eso me convertía en una mujer débil, que mi futuro no podía depender de lo
que un hombre me hiciese sentir. Pero ahora sé que estaba equivocada, que nunca había conocido a nadie
que me demostrase en qué consiste el amor y el deseo. La vida.
Daniel lo sabía. Lo supo desde el principio y por eso intentó resistirse a la atracción que parecía
incontenible entre nosotros.
Le paso una mano por el pelo y me siento en la silla que hay al lado de la cama. Tal vez él no se
resistió sólo por eso. Tal vez sabía que si se daba la oportunidad de estar conmigo, sus verdaderos
anhelos terminarían por salir a la luz. Tenía miedo de que yo no supiera entenderlo, de que no pudiese
estar a la altura.
Cierro los ojos y me maldigo de nuevo. Por desgracia, Daniel acertó.
Le fallé.
Ni siquiera fui capaz de entenderlo.
Sin embargo, ahora lo entiendo con absoluta claridad. No es difícil. Ni obsceno. Sencillamente es la
máxima expresión del amor: Daniel quería pertenecerme. Y yo lo rechacé.
Me llevo una mano a la mejilla para secarme una lágrima.
—No llores.
Abro los ojos de golpe y el corazón se me sube a la garganta.
—Daniel —balbuceo y esa única lágrima de repente tiene mucha compañía.
—No llores —repite.
—Yo… —tengo que tragar saliva para poder continuar…— lo siento.
No me estoy disculpando por las lágrimas y él lo debe de saber, porque tarda varios segundos en
contestar y no aparta sus negros ojos de los míos.
—No, ahora no.
Vuelve la cara, la emoción se ha desvanecido de golpe y mira hacia el frente.
—Daniel… —empiezo.
—Me precipité, Amelia —afirma rotundo—. No voy a cometer el mismo error.
—Pero…
—Es demasiado importante.
Asiento y trago saliva. No quiero alterarlo, no creo que sea lo mejor, teniendo en cuenta las
circunstancias, y en el fondo sé que tiene razón. Ahora no es el momento de hablar de eso. Necesitamos
mucha más intimidad de la que puede proporcionarnos esta habitación de hospital.
—De acuerdo —acepto—. El doctor Jeffries vendrá dentro de un rato con los resultados de las
pruebas que acaban de hacerte.
Él vuelve la cabeza de nuevo, despacio, y tarda varios segundos en hablarme.
—Estoy cansado —dice—. Creo que dormiré un rato. Tal vez podrías irte a casa y regresar más
tarde. Seguro que tú también necesitas descansar.
¿Qué diablos me está insinuando? ¿Que no le hago falta, que no me necesita?
Ni hablar.
—Estoy bien. No te preocupes por mí. Tú duerme, yo me quedaré aquí sentada —contesto, tras
decidir que lo mejor para los dos será fingir que no me he dado cuenta de lo que pretendía.
—Vete, Amelia. No hace falta que te quedes.
De no ser porque esas palabras están a punto de partirme el corazón, habría sonreído de felicidad al
oír de nuevo su tono firme. Vuelve a sonar como antes, como el hombre seguro y decidido del que me
enamoré sin remedio y no voy a permitir que me eche de su lado.
Él me dijo claramente que me necesitaba y hasta que no me diga lo contrario, nada ni nadie me
alejará de aquí (y si me lo dice, quizá tampoco).
—Voy a quedarme, Daniel —aseguro con firmeza, mirándolo directamente a los ojos.
Los suyos brillan. Y él mismo debe de notarlo, porque inclina levemente el mentón hacia abajo y
vuelve la cara de nuevo hacia la ventana, pero no repite que me vaya.
Los dos nos quedamos en silencio; su torso sube y baja con cada respiración y los latidos de mi
corazón van acompasándose a ese movimiento.
Le he echado de menos. Me he pasado los últimos días atemorizada ante la posibilidad de que no se
despertase y, sin embargo, ese miedo me parece ridículo comparado con el que siento ahora al ver que
Daniel quiere apartarse de mí.
Una parte de mí me dice que tengo que ser compresiva, él ha estado a punto de morir en un accidente
de coche y es incluso lógico que quiera estar solo para pensar en todo lo que le ha sucedido. Pero otra
parte, la que habita en mis entrañas y en mi corazón, me dice que no puedo permitírselo, que lo que de
verdad necesita es que yo esté a su lado y le recuerde por qué tenemos que estar juntos.
Niego con la cabeza y decido hacerle caso a esa segunda voz; es la misma que me gritó que me
equivocaba la noche en que lo abandoné. Aunque debo ir con cuidado. Despacio. Con suma cautela e
inteligencia.
El día que conocí a Daniel en aquel ascensor, lo comparé en mi mente con una pantera enjaulada.
Ahora esa pantera además está herida y desconfía de todo el mundo, incluso de mí. Y con razón. Tengo
que volver a ganarme su confianza.
Sólo así lograré despertar de nuevo su pasión y, finalmente, obtener su amor.
Qué estúpida he sido por no haberme dado cuenta antes. Un hombre que posee a una mujer como
Daniel me poseyó a mí en su casa de la Toscana, no lo hace sólo porque sienta deseo. Se trata de algo
mucho más profundo y duradero.
No puedo seguir reconcomiéndome por mis errores, tengo que ser fuerte y seguir adelante. Y a juzgar
por la actitud de Daniel, voy a necesitar ser más valiente de lo que había creído en un principio.
—¿Recuerdas algo del accidente? —le pregunto y me arrepiento al instante, porque la respiración se
le acelera durante un segundo.
—Sí. —Creo que ésa va a ser la única palabra que salga de sus labios, pero me equivoco—. ¿Por
qué no iba a acordarme? —Vuelve la cabeza y me mira con el cejo fruncido—. ¿Te han dicho algo los
médicos?
—No, no —me apresuro a asegurarle—. No. El doctor Jeffries vendrá más tarde y ahora que… —
tengo que volver a tragar saliva…— ahora que estás despierto, podemos hablar los dos con él. —No voy
a darle la oportunidad de que me eche de esa conversación—. Él te confirmará lo que quieras.
—Sé que no me mentirías, Amelia.
Esa pequeña afirmación me reconforta un poco, pero no consigo quitarme de encima el temor que me
produce su distanciamiento.
—Cuando me llamaron del hospital, la noche del accidente… —levanto una mano y deslizo un dedo
por encima de la cinta de cuero que le até hace días alrededor de la muñeca. A él se le eriza el vello del
antebrazo, pero es la única reacción que consigo…— me dijeron que yo figuro como persona de contacto
en tu póliza de accidentes.
No hace falta que le pregunte por qué. Daniel vuelve de nuevo la cara y me mira otra vez.
—Antes tenía a Patricia.
Cierro los dedos de la mano con la que no lo estoy tocando hasta clavarme las uñas en la palma. A
pesar de las intimidades que compartimos, la vida de Daniel sigue siendo un secreto para mí y me duele
no saber qué papel ha desempeñado Patricia Mercer en ella. Me trago mi orgullo y me obligo a no
reaccionar.
«Voy a ser fuerte», me repito.
—¿Cuándo lo cambiaste?
Él parece relajarse ante mi actitud calmada y en cierto modo dominante. No he aceptado su breve
respuesta y no le he pedido que me lo explique, simplemente le he dicho que sea más específico.
—La primera vez que viniste a mi piso.
—El mismo día que me diste la llave —digo, sin esperar a que él me lo confirme—. Entiendo.
Y es verdad. Para Daniel, entregarme esa llave equivalía a un compromiso y en su mente era de lo
más lógico que yo fuese también la persona autorizada a tomar una decisión en su nombre en el caso de
que él no pudiese. Si me lo hubiese dicho, si me hubiese explicado lo que de verdad sentía… No, no voy
a excusarme. Cometí un error y ahora tengo que pagar las consecuencias.
—Cuando salga de aquí…
—No, Daniel —lo interrumpo yo ahora—. No es el momento. Hablaremos de todo cuando estés bien.
Deslizo los dedos por encima de su mano y los entrelazo con los suyos.
—De acuerdo —acepta ahora él, tras apretármelos levemente.
Siento una opresión en el pecho, pero el breve instante de felicidad desaparece sin previo aviso.
Daniel me suelta los dedos y flexiona los suyos para ocultar el rechazo.
—Tengo una mano rota y también la rodilla, ¿no? —me pregunta, recorriendo los yesos con la mirada
—. ¿Qué más?
—Un pulmón perforado y tuvieron que intervenirte para eliminar un coágulo en el cerebro —
respondo con su misma frialdad—. Tendrás que hacer recuperación para el brazo y la pierna. La herida
del pulmón está cicatrizando bien y supongo que el médico nos hablará más tarde del resto.
—Vaya.
—Sí, vaya. —Me estoy poniendo furiosa. ¿Acaso le parece poco?—. ¿Hacia adónde ibas con tanta
prisa? ¿Y de dónde venías? Llevaba semanas sin saber de ti. Ni siquiera Stephanie sabía dónde estabas.
No puedes volver a hacerme esto, Daniel —se me escapa.
Quizá él tenga práctica en eso de mantener las distancias y controlar sus emociones, pero a mí me
está costando. Y creo que después de todo lo que ha pasado, me merezco un respiro. Un beso. O como
mínimo un abrazo.
—Volvía a Londres. No iba tan rápido, aunque reconozco que probablemente no tenía toda la
atención fija en la carretera. Me embistió un coche, un todoterreno. Y el Jaguar perdió el control. —
Frunce el cejo como si estuviese intentando recordar algo—. El volante no respondía.
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Todos los días M.C Andrews
FantasyA pesar de que Daniel y Amelia disfrutaron de los noventa días más intensos y sensuales que ninguno de los dos pudiera recordar, ella lo abandonó porque no se sentía capaz de darle lo que él tanto ansiaba. Sin embargo, la separación sólo ha servido...