Apareció como lo hacen las sorpresas, y también las desgracias: como un vendaval o una tormenta en el mar; de sopetón y sin dar tiempo a nadie para reaccionar. Las puertas de cristal se abrieron y ahí estaba ella, parada en mitad de la entrada, con una docena de gente mirándola; descalza y llena de heridas. Temblando y con la cara manchada; perdida y con la sonrisa más grande que Zero había visto desde que el tiempo se apeó del mundo y Dios decidió dejarlos en la estacada.
― ¿Es este un hospital? ―preguntó, con una voz más grave de lo que supuso que tendría alguien con una cara como la de ella―. Porque ahora me vendría que ni pintado.
Ni él ni ninguna de las personas que estaban entonces en el hall se esperaban aquella pregunta, ni tampoco a la chica que había entrado. Tardaron en responder lo mismo que ella en caer al suelo.
La chica tardó tres días en despertar, y todo el hospital supo cuando abrió los ojos por fin.
Siempre dijeron que fue la curiosidad la que los llevó a estar haciendo guardia por el pasillo donde la chica descansaba. Una curiosidad insaciable, que dormitaba a la espera de respuestas que no llegarían hasta que ella despertara, claro. Así que el escaso personal se pasó aquellos tres días deambulando por el pasillo donde ella descansaba, esperando ser ellos los que estuvieran ahí cuando por fin abriera los ojos. Y aunque no sabían exactamente qué ocurriría cuando lo hiciese, estaban preparados. Como siempre.
El grito que resonó por el ala oeste del hospital despertó tanto a los enfermos de las habitaciones circundantes como a Zero, que dormitaba en una maltrecha silla, cerca de la puerta. Se despertó sobresaltado, y se levantó de inmediato.
― Calma, calma ―dijo, levantando ambas manos. Sabía, por experiencia, en qué podía derivar aquella situación. Esas cuatro paredes habían visto la escena demasiadas veces―. Tranquila, nadie va a hacerte daño, pequeña.
La chica pareció calmarse ligeramente, aunque seguía apretada contra el cabecero de la cama. Apartó las mantas con rapidez e hizo ademán de levantarse, pero finalmente se detuvo. Sacudió la cabeza, como queriendo despejarse, y para cuando se hubo frotado los ojos estaba sonriendo.
― Tú eres el tío del mostrador, ¿no? El del hospital.
― El mismo. Zero, para servirla ―dijo, haciendo una ligera reverencia. La chica rió alto y fuerte, y se sentó en el borde de la cama.
― Así que esto sí es un hospital.
― Es el único de la zona. Aunque, además de hospital, también es una residencia, un centro de estudio, una biblioteca comarcal, una escuela, un restaurante y un hostal.
― Vaya. No estaba segura de que este edificio a medio caer sería realmente un hospital cuando llegué.
― No deberías sorprenderte tanto. No todo es lo que parece desde fuera, pequeña.
― No me digas pequeña. No creo que tú seas mucho mayor que yo. Aunque…
― Aunque ahora es mucho más difícil saberlo ―terminó él, con gesto serio. Se quedó un momento callado, mirándola fijamente―. Espero que entiendas que las preguntas que tengo que hacerte ahora son estrictamente necesarias.
― Eso lo veremos ―repuso ella, sonriendo.
― ¿Has contraído el virus?
― No ―respondió ella, con rotundidad―. ¿Y tú?
― El personal sanitario está limpio.
― ¿Eres médico? ―preguntó con curiosidad.
― Enfermero.
― ¿De vocación?
― Empujado por la situación, más bien.
― ¿Desde cuándo?
― Desde que abrí el hospital hace ya más de un año, con la ayuda de un par de locos. Tuvimos que enseñarnos entre nosotros, y al final sabemos un poco de todo.
― No creo que se me hubiera ocurrido jamás abrir un hospital. Sobre todo con el peligro de contraer el virus.
― Tenemos unas reglas aquí. Reglas bastante estrictas.
― ¿Es por eso que estoy en esta sala, vestida con mis ropas viejas?
― Bueno, sí, esa es una de las razones... ¡Oye! ¡Que las preguntas aquí las hago yo! ―La chica se limitó a reír, encantada. Zero no iba a admitirlo en voz alta, ni siquiera frente a los demás, pero le gustaba esa risa, limpia y clara. Carraspeó, e intentó volver a las preguntas, pero la chica ya se había levantado.
― Me he cansado de preguntarte cosas. Además, ¿qué más necesitas saber de mí, además de que estoy limpia?
― Tu nombre, estaría bien.
― No tengo ―dijo ella, con lentitud.
― Todo el mundo tiene uno ―contestó Zero, perplejo. ¿Cómo no iba a tener nombre una adolescente?
― Ya no queda nadie que se acuerde de él, así que no importa como me llamaba.
Un silencio pesado se instalo después de sus palabras. Zero podía escuchar a los demás murmurar en el pasillo.
― Pero necesitas uno. No podemos llamarte simplemente chica.
― No podéis y no lo haréis. No me gusta.
― ¿Y qué tal pequeña? Te pega más ―bromeó. La chica le sacó la lengua, pero no dijo nada―. Pues si no tienes, tendré que ponerte uno. ¿O prefiere la señorita sacarse uno de la manga?
― Creo que será mejor la segunda opción. No quiero ofender, pero no me pareces lo suficientemente imaginativo como para ponerme un nombre a mi altura.
― ¿A tu altura? ¿Con tu poco más de metro y medio? No será difícil.
― Veamos, entonces, qué puedes hacer.
― Pienso tomarme el reto como algo personal ―la avisó, sonriendo―. Mandaré que te preparen una habitación en nuestra ala. Ponte cómoda y prepárate. Encontraré un nombre a tu medida.
Pasaron un par de días antes de que Zero tuviese el nombre preparado. Estuvo a punto de ponérselo un par de días antes, pero prefirió esperar. Quería estar seguro. Quería acertar. Lide y Carlo no pararon de reírse de él durante esos días, mientras Zero tenía la atención dividida. Incluso los pacientes no paraban de hacer comentarios y sugerencias. Ponerle un nombre a aquella chica que había revolucionado el hospital con su sonrisa y su frescura se convirtió en el divertimento principal durante varios días.
Pero cuando Zero proclamó en el comedor que, de ahora en adelante, deberían referirse a aquél huracán imparable como Maravilla, o simplemente Mara, nadie discutió la resolución.
Ella se limitó a asentir, sonriendo. Dijo que estaba de acuerdo, y siguieron comiendo.
Lo que no dijo es que se sorprendió del nombre como no lo había hecho de nada en mucho tiempo. Que no creía ser una maravilla, pero que intentaría serlo ahí, para ellos.
Lo que ni Zero ni ella sabían es que el nombre fue la mejor elección posible. La única, visto en perspectiva,
Y es que nadie sabe muy bien si uno elige llevar un nombre, o el nombre elige a quién llevar.
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Maravillas y pesadillas.
Science FictionJamás olvidaré el día en el que Maravilla llegó a este hospital en el fin del mundo al que un puñado de locos llamábamos hogar. Aunque, cuando llegó, no se llamaba así. En realidad, no tenía nombre.