Capítulo 1.

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   — Dod, ¿crees que la bahía es segura? Ya sabes lo que dice madre...

   — Por los Dioses, Ly, cállate. No va a pasar nada.

   Los gritos y los disparon que sonaban en la calle despertaron a Doderot de sus sueños de sangre y muerte. Se vistió y cogió sus cosas antes de que sus compañeros tuvieran tiempo de reaccionar.

   — Vamos, es hora de que nos larguemos. A no ser que prefiráis morir hoy —dijo mientras entreabría la cortina para poder ver mejor. La calle estaba vacía, apenas iluminada por los primeros rayos de luz. El polvo que se levantaba del suelo y flotaba, casi ingrávido, dificultaba el reconocimiento. Aun así, Doderot podía ver el movimiento que había en las casas: ventanas cerrándose, puertas que se atrancaban. Era la señal que necesitaba.

   — Cargad las armas.

   No necesitaron una palabra más. Cogieron sus armas y, con la profesionalidad inherente de los soldados, las pusieron a punto. Se cruzaron los petates alrededor del pecho y miraron a Doderot, expectantes.

   — ¿Cuáles son las órdenes, capitán? —preguntó Gadea, que se había colocado a su lado.

   — Será mejor que nos marchemos antes de darles tiempo a ubicarse —dijo Doderot, sin apartar la vista de la ventana. Los demás asintieron y esperaron hasta que el jefe se posicionó al lado de la puerta. Se caló el casco y pulsó el botón derecho, que habilitaba una línea segura de comunicación entre el equipo.

   — ¿Crees que es buena idea? —escuchó Doderot. A pesar de queno podían verse las caras y de que el transmisor distorsionaba la voz, sabía quien había hablado—. Todavía no hemos pateado el culo a esos hijos de puta.

   — No estamos aquí para patearle el culo a nadie, Nao. Nuestras órdenes eran observar desde lejor y recabar información, y eso es justamente lo que hemos hecho.

   — Pero...

   — Guárdate tus peros para el coronel. Veremos si eres tan imbécil como para discutirle nada cuando lo tengas en frente —le espetó Doderot. Esperó un momento para ver si Nao o algún otro tenían algo más que decir, y al ver que no continuó—: Iremos por las calles circundantes haciendo el menor ruido posible. La dirección es clara: tenemos que llegar a la linde del bosque con rapidez. De allí iremos a la base, cogeremos los coches y nos largaremos. Y nadie atacará a no ser que yo lo ordene. ¿Entendido?

   Vio como unos cuantos asintieron, pero eso no le reportó ninguna confianza. Los últimos días habían sido duros, y las desconfianzas que parecían haber desaparecido en las misiones anteriores volvieron a emerger. Nao había sido particularmente molesto, siempre cuestionándolo y haciendo lo que le venía en gana. No le gustaba que lo hiciera día a día, pero ahí fuera podía costarles la vida.

   — En marcha.

   Empujó la puerta con suavidad, y avanzaron en fila. Bajaron las escaleras y salieron a la calle. Un silencio sepulcral les dio la bienvenida, como si el sonido de las balas que les habían despertado no fueran más que una pesadilla. Pero Doderot sabía la verdad; no hay mayor pesadilla que la realidad.

   Sabía que, detrás de cada puerta, de cada ventana, una persona rezaba a todos los dioses que una vez velaron por el mundo que los mataran.

   Giraron a la derecha y se metieron por una callejuela. Haber pasado los últimos dos meses en aquél pueblo olvidado por todos les confería conocimientos del terreno, pero no podían competir con los lugareños. Por eso era esencial la rápidez. Y también la discrección. Si conseguían marcharse rápido armando el menor escándalo posible...

Soldado 144Donde viven las historias. Descúbrelo ahora