Capítulo 2.

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— Dod, ¿es normal esta tormenta?

   — No, no lo es. Pero estate tranquilo, Ly; estoy aquí contigo, y no voy a dejar que nada malo nos pase. Además, padre llegará pronto, y nos sacará de aquí.

   de esta tumba de piedra y agua y sal y cielo y enormidad.

   Central era la ciudad más sucia en la que Doderot había tenido la desgracia de estar. Y eso que había tenido la desgracia de estrenarse como soldado en las ciudades fronterizas del este, lo que le daba material con el que comparar. No es que se viese la suciedad a primera vista, al menos no toda ella.  Pero estaba podrida por dentro, y eso empañaba la idea que siempre había tenido de lo que se supone que debería ser el bastión y pilar de un país.

   Las casas se agolpaban a las afueras, en el círculo exterior, y cada día estaban más sucias y desprotegidas. El círculo medio estaba cada día más masificado; la gente no paraba de llegar, buscando un lugar seguro para sus familias sin saber que Central no era más que una ratonera, esperando a devorarles. Y en el centro, observando desde su altura, el interior brillaba con fuerza, sin dejar que la podredumbre siquiera respirara cerca.

   Doderot la odiaba. Pero era la ciudad en la que había nacido, y a la que siempre acababa volviendo.

   — ¿Qué vas a hacer al llegar a casa, Dod? —preguntó Shia, dándole un codazo para sacarle de su ensimismamiento—. Los chicos y yo estábamos hablando de ir a tomar algo después de pasar por casa.. Podrías venir.

   — Tenía intención de ir al hospital, para ver si Zadok ha salido ya.

   — ¿Quién? —preguntó Nao, que se removía incómodo en su asiento.

   — Zadok: nuestro colega, el cuarto miembro de la más maravillosa de las escuadras de Central, que formamos nosotros tres y que dirige nuestro amado y brillante cabo, Doderot —explicó Shia—. Lleva en el hospital cuanto, ¿un año ya? Un pequeño problema en una misión anterior le dejó un poco tocado. No sé si me entiendes —dijo, dándose un par de golpes con el dedo en la cabeza.

   — ¿Y dónde quedo yo?

   — Tú quedas fuera —dijo Doderot con sequedad—.  Te lo haré pasar mal en la Academia y, si consigues salir, te asignaré a otro Cabo. No hay sitio en mi equipo para nadie más, y menos para ti.

   — Así que me has traído a Central para dejarme por ahí tirado, ¿no?

   — Te equivocas, Nao. Doderot piensa destrozarte primero, y sólo después te dejará por ahí tirado, en alguna escuadra que te quiera —dijo Shia, con una sonrisa.

   — ¿Todo esto te parece una broma, imbécil?

   — ¡Claro que sí! ¿A ti no?

   — A mí no me hace gracia.

   — Es normal. Todavía eres un pequeño polluelo que apenas acaba de salir del cascarón. Con el tiempo, Nao, aprenderás que no todas las bromas están pensadas para hacerte reír a ti.

   — No creo que te quedes demasiado lejos de nosotros. Muy a su pesar —dijo Yamil, señalado a Doderot con la cabeza.

   — Mil, yo soy el cabo. Si digo que se queda fuera, se queda fuera.

   — No creo que el Sargento te deje hacer eso, jefe.

   — Hans es un idiota. Y, para nuestra suerte, un idiota que no quiere problemas.

   — ¿Mi opinión no cuenta? —preguntó Nao, mirándoles.

   — No —respondieron los tres al unísono

Soldado 144Donde viven las historias. Descúbrelo ahora