2da Parte «El final»

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Una vez llegaron a su cueva maloliente y jamás visitada por el servicio de sanidad, lo esposaron en una silla vieja de madera y se pararon los cuatro frente a él. Un solo bombillo de luz amarilla iluminaba pobremente sus rostros.

—Pendejos treinta y dos años —murmuró Javier, el cabecilla.

—¿Qué quieres de mí? ¿Quién eres? —preguntó Víctor escupiéndose sangre en los pies.

Javier no hizo más que sacarse el zapato, levantarlo y darle con la suela en la mejilla, volteándole el rostro. La marca de la suela quedó estampada en su cara que comenzaba nuevamente a sangrar.

—¡Aquí el que habla soy yo, pana! —murmuró—. Te contaré una historia.

Dio media vuelta y movió un mueble de mimbre frente a él, se sentó con las piernas cruzadas y el arma reposando en su rodilla en dirección a su rostro.

—En la cárcel de Tocorón hay gente mala, ¿has estado ahí? —preguntó, él no respondió—. ¡Responde rata desgraciada!

—No, pero me han contado —respondió Víctor con la mirada puesta en la pistola frente a él.

—Tú violaste a la niña Ju...

—¡Yo no violé a nadie! —exclamó en su defensa.

En eso Alberto se acercó a él y le dio un puñetazo en el estómago, sacándole el aire y las tomándole.

—Julia, ¿por qué hacer eso? Golpeaste a una mujer... disculpa, a dos mujeres —comenzó a decir, su voz era profunda y carrasposa, cualquier palabra que saliera de la boca de Javier, significaba Amén para todos los presentes, tenía un poder inmenso—, una de ellas mi hija.

Víctor abrió los ojos como platos al escuchar eso, ¿en qué se había metido?

—¡Yo no he hecho nada! —espetó nervioso. Comenzaba a sudar.

—Mi hermosa niña me contó todo lo que vio en el video, tu acto sexual lleno de cobardía, el disparo que le diste a tú hermano y como casi la matas a batazos —En ese momento Javier se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, se detuvo frente a él y le disparó en la pierna. Sin saber, justo en el mismo lugar dónde le disparó a su hermano—. Te metiste con lo más sagrado que tiene un hombre chamo.

Él no dijo nada, simplemente bajó la cabeza y comenzó a removerse por el dolor de la bala en su pierna que lo estaba atormentando.

—Con las mujeres y la familia no se peca de esa manera —dijo guardando su arma en su cinturón—. Dame un cigarro por favor.

Juan, el tercero de los hombres le tendió el encendedor junto con un cigarrillo, el cual encendió, metió en su boca e inhaló profundamente.

—Si fuiste capaz de llevar a conocer el infierno a mi hija, su amiga y su novio. Serás el siguiente en verlo —sentenció con la voz más alta de lo normal—. Pase VIP para Víctor por favor, Juan.

Víctor lo miró asustado y siguió con la mirada como juan caminaba hacia una esquina donde había una vieja mesa de noche. De uno de los cajones sacó un frasco y se acercó nuevamente a ellos.

Era un frasco con un líquido ámbar dentro, el cual fue esparcido justo donde estaba la bala en su pierna y el dolor que se esparció por su cuerpo fue inminente. El grito lleno de sufrimiento retumbó por toda la pequeña habitación, donde afuera escuchan, pero como siempre, se quedaban callados.

—Me encanta el olor a gasolina —sentenció Javier—. Extraño y tan único...

Extendió una mano hacia Juan y este entendiendo la señal, le pasó el encendedor. Víctor lo miró, estaba totalmente sudado y parecía sufrir mucho, lo estaban haciendo bien. Él estaba arrepentido.

—¿Quieres una adivinanza? —preguntó presionando el encendedor a cada rato, para mostrarle la pequeña llama que salía del artefacto—. Bueno, supongamos que estas en una habitación algo oscura y muy fría, solo tienes un fósforo, al frente tienes una chimenea, una lámpara de aceite y una antorcha, todas apagadas ¿Qué enciendes primero?

Javier volteó hacia todos con una enorme sonrisa. Emocionado.

—¿Alguien sabe? —preguntó nuevamente lleno de júbilo—. Vamos Víctor, sé que te la sabes.

—¿El fósforo? —dijo inseguro por el juego.

—Incorrecto —espetó en medio de una carcajada—. Enciendes al hombre con gasolina frente a ti.

Lanzó la pequeña llama del encendedor a su pierna dolorida y un cientos de gritos retumbaron en el cuarto.

Gritos de dolor, aullidos de lamentos y sufrimiento que al mismo diablo le repugnarían.

—El juego que tenías con mis niñas se acabó, pedazo de animal putrefacto —susurró mientras frente a él las llamas de avivaban cada vez más, los gritos parecían haber cesado—. Ojalá no te encuentre en el infierno, no querrás que te torture allá también.

Soltó una carcajada mientras veía su cuerpo ser consumido por el abrasador fuego...

El juego acabó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora