Mi nombre es Sara García, y soy la psiquiatra del Manicomio "La Última Rosa" situado a las afueras de la serranía de Cádiz. Me gustaría decir que tengo un trabajo normal en el que siempre tengo que hacer lo mismo, sin embargo, mi trabajo no se asemeja a ninguno normal. Corro el riesgo día tras día de quedarme como mis pacientes. Yo lo había resistido bien hasta entonces. Mi mente era fuerte aunque intentará entender a mis pacientes. Buscar el por qué de cada caso podría suponer la locura para la mayoría, pero yo ya estaba acostumbrada, y si estaba loca yo aún no me había dado cuenta. Antes de entrar aquí pensaba que todos los internos de un psiquiátrico habían perdido su alma y con ella todos sus sentimientos. Al entrar por primera vez en aquel lugar descubrí que todo lo que había pensado era mentira. Aquel lugar por inhóspito que fuera, era la entrada a un mundo donde los sentimientos se intensificaban de tal forma que no había manera de distinguir bueno o malo. Pensaba que mi trabajo era ayudar a cada interno, en cambio, terminé sintiendo que ellos me ayudarían más a mí. Todos estaban aquí o por su pasado o por sus miedos, ambas cosas las poseemos todos y cada unos de los que estamos fuera de aquel lugar, cualquiera podría estar aquí dentro.
Mi vida iba tomando un ritmo normal. Al menos todo lo normal que pueda ser la vida de un psiquiatra. Yo estaba de guardia y llegó otro paciente más ese día, olía a humo, no imaginaba como un hombre, aparentemente tan sereno, había luchado tanto con su mente hasta finalmente acabar aquí. Me moría de ganas por hacerle el primer reconocimiento y saber que le había pasado. Mientras lo metían en aquella sala de paredes amplias y blancas, no podía parar de pensar en su rostro marcado por quemaduras. Estas no fueron las que atentaron contra mi atención, fue más bien su mirada fría, distante, como si tras ella escondiera un mundo de muerte y tristeza. En la habitación donde lo metieron había una mesa frente a la puerta, en la mesa dos sillas, una frente a otra. La que se encontraba más al fondo de la sala tenía unos grilletes en la zona de los tobillos para asegurar que no pudiese ocasionarme ningún daño. En la esquina izquierda de la habitación una pequeña cama, en la esquina derecha una cámara de seguridad. El hombre se situaba en la silla con grilletes, con una camisa de fuerza. Él seguía sereno o eso aparentaba. La esa se hace notar en su rostro.
Antes de entrar miro su expediente, no pone su nombre, lo que implica que lo tendré que descubrir yo antes de que mis superiores le aposentos con un número. Veo que lo han encontrado en su casa mientras está se quemaba. Él estaba en el salón sentado en el suelo, al parecer sonreía. No se han encontrado familiares ni amigos cercanos. En la casa han encontrado recortes de periódicos distintos. Las noticias no se distinguen debido al humo y las llamas impregnadas en estas. Cada palabra del expediente aumenta mis ganas de conocer su historia. Decido entrar. Entre mis brazos se puede ver un diario, un cuaderno y varios bolígrafos. Me siento en la silla frente a él. Cuando muevo la silla esta chilla como si tuviese miedo de descubrir la historia. Él levanta la mirada. Sus ojos están rotos, no emiten vida, están muertos y creo que no es su culpa. Sus ojos no me dejan centrarme en las quemaduras de su cara. Llevo cinco minutos mirando sus ojos buscando el más mínimo ápice de vida en ellos y no lo encuentro. No se que piensa, su cara no transmite expresividad. Recupero el habla y el sentido.
- Buenas tardes. ¿Podría saber tu nombre?
Él se limita a girar la cabeza pero no me responde. Me niego a irme de aquí sin saber su nombre. Si no lo descubro su nombre pasará a ser "Individuo 303" y me niego a ser la psiquiatra de un número. Vuelvo a intentarlo.
- Aún no te conozco, no se tu nombre ni tu historia. Hoy no te pido que me cuentes todo. Solo tu nombre. Aquí soy la única persona que puede ayudarte. Confío en tí, no tengo ninguna razón por la que no hacerlo.
Se mueve. Por un instante puedo sentir dolor tras escuchar estas palabras salir de mi boca. ¿Qué estará pensando? Sus ojos muertos se empañan de un color triste, aunque intentan revivir no lo consiguen. Lo oigo balbucear como si quisiera decir algo, pero no lo escucho con claridad.
- David...- Gime con poca fuerza en su voz y por un momento pienso que va a llorar. Al articular está palabra su rostro vuelve a encontrarse en un estado inerte. Pienso que si le vuelvo a hablar volverá a revivir para darme algún dato más. Supongo que "David es su nombre" así que lo pondré en el expediente. Decido llamarlo por su nombre para que se encuentre más agusto.
- Entonces te llamas David. Bonito nombre. Bueno David ¿Podría saber tu edad? Si no te encuentras cómodo podríamos seguir mañana David...
Me interrumpe bruscamente
- NO VUELVAS A PRONUNCIAR SU NOMBRE. TÚ NO LO MERECES, NI TÚ NI NADIE. NO MERECÉIS NADA DE ÉL... David...- Acaba susurrando este nombre.
Por un momento la ira se había apoderado de su cuerpo, escupiendo palabras que parecía sacadas de lo más dentro de su corazón. De nuevo sus ojos habían revivido para ser el foco de su rabia para de nuevo morir y dejar frío su rostro. ¿David? ¿Quién es David? Al parecer su nombre no es y según su expediente no lo conocía nadie. Sus vecinos lo definían como "Un hombre solitario que se había mudado allí hacía unas semanas". Todo queda muy difuso y si quiero llevarme bien con el mejor será que lo deje tranquilo hasta mañana. Me despido aunque esto no provoca en el ningún sobresalto. Al salir yo, entran los auxiliares para soltarlo de la silla y acostarlo en la cama.
ESTÁS LEYENDO
Blancas paredes
Mystery / ThrillerEnloquecí en el viejo valle del olvido casi sin darme cuenta. Quise dibujarme una sonrisa en el espejo de aquella desalumbrada habitación, donde me encerraron tras aquella noche de invierno, la noche de invierno cuando todos tenían frío menos yo, me...