Capítulo 2

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Al entrar, vieron a Dorian Gray. Estaba sentado al piano, de espaldas a ellos, pasando las páginas de Las escenas del bosque, de Schumann.

–Tienes que prestármelo, Basil –exclamó–. Quiero aprendérmelas. Son encantadoras.

–Eso depende de cómo poses hoy, Dorian.

–Estoy cansado de posar, y no quiero un retrato de cuerpo entero

–respondió el muchacho, volviéndose sobre el taburete del piano con un gesto caprichoso y malhumorado. Al ver a lord Henry, se le colorearon las mejillas por un momento y procedió a levantarse–. Perdóname, Basil, pero no sabía que estuvieras acompañado.

–Te presento a lord Henry Wotton, Dorian, un viejo amigo mío de Oxford.

Le estaba diciendo que eres un modelo muy disciplinado, y acabas de echarlo todo a perder.

–Excepto el placer de conocerlo a usted, señor Gray –dijo lord Henry, dando un paso al frente y extendiendo la mano–. Mi tía me ha hablado a menudo de usted. Es uno de sus preferidos y, mucho me temo, también una de sus víctimas.

–En el momento actual estoy en la lista negra de lady Agatha

–Respondió Dorian con una divertida expresión de remordimiento–. Prometí ir con ella el martes a un club de Whitechapel y lo olvidé por completo.

Íbamos a tocar juntos un dúo... , más bien tres, según creo. No sé qué dirá. Me da miedo ir a visitarla.

–Yo me encargo de reconciliarlo con ella. Siente verdadera devoción por usted. Y no creo que importara que no fuese. El público pensó probablemente que era un dúo. Cuando tía Agatha se sienta al piano hace ruido suficiente por dos personas.

–Eso es una insidia contra ella y tampoco me deja a mí en muy buen lugar –respondió Dorian, riendo.

Lord Henry se lo quedó mirando. Sí; no había la menor duda de que era extraordinariamente bien parecido, con labios muy rojos debidamente arqueados, ojos azules llenos de franqueza, rubios cabellos rizados.

Había algo en su rostro que inspiraba inmediata confianza. Estaba allí presente todo el candor de la juventud, así como toda su pureza apasionada.

Se sentía que aquel adolescente no se había dejado manchar por el mundo. No era de extrañar que Basil Hallward sintiera veneración por él.

–Sin duda es usted demasiado encantador para dedicarse a la filantropía, señor Gray –lord Henry se dejó caer en el diván y abrió la pitillera.

El pintor había estado ocupado mezclando colores y preparando los pinceles. Parecía preocupado y, al oír la última observación de lord Henry, lo miró, vaciló un instante y luego dijo:

–Harry, quiero terminar hoy este retrato. ¿Me juzgarás terriblemente descortés si te pido que te vayas?

Lord Henry sonrió y miró a Dorian Gray.

–¿Tengo que marcharme, señor Gray? –preguntó.

–No, por favor, lord Henry. Ya veo que Basil está hoy de mal humor, y no lo soporto cuando se enfurruña. Además, quiero que me explique por qué no debo dedicarme a la filantropía.

–No estoy seguro de que deba decírselo, señor Gray. Se trata de un asunto tan tedioso que habría que hablar en serio de ello. Pero, desde luego, no saldré corriendo después de haberme dicho usted que me quede.

¿No te importa demasiado, verdad Basil? Me has dicho muchas veces que te gusta que tus hermanas tengan a alguien con quien charlar.

Hallward se mordió los labios.

El retrato de Dorian Grey - Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora