Capítulo 1

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Estaba apoyada sobre el capó del coche con las piernas cruzadas, la mano izquierda sobre el capó y en la mano derecha un cigarrillo. Tenía el rostro serio y de no haber llevado gafas de sol, modelo aviador, todo el mundo hubiese podido observar sus enrojecidos ojos verdes y las ojeras bajo ellos, tenía un pequeño corte amoratado en la mejilla izquierda. Tomo una calada del pitillo, profunda y amarga y lo lanzó al suelo apagándolo con su bota militar negra. Se irguió y colocó su camisa de cuadros roja y azul que llevaba abotonada algo más allá de la mitad del torso, sobre una suave camiseta de tirantes blanca. Cogió su carpeta, respiró hondo y caminó hacia la puerta principal de la universidad. Subió las escaleras y entró en su clase con las manos sudorosas. Todo el mundo, al verla entrar, fijó su mirada en ella. Llevaba meses sin aparecer por clase. Mantenía aquella mirada fiera en los ojos, ya sin gafas de sol, y los labios fruncidos. Era el tercer año de medicina y aún no había ido a clase a pesar de haber comenzado dos meses atrás. Para ella era su primer día. Su madre había formalizado la matrícula sin que ella lo supiese, estaba cabreada por ello y solo con pensarlo su rostro adquiría una mueca de rabia. ¿Por qué no la dejaban controlar su propia vida? –Bastante había hecho con presentarse a los exámenes del último cuatrimestre y aprobarlos todos solo para darles el gusto, –pensaba.

                                ***

- ¡Otra vez!- Gritó.

Tenía la respiración acelerada, estaba sudada y cansada.

- ¡No! Otra vez, desde el principio.

Sentía la presión sobre sus hombros y el cansancio bajo sus piernas. Llevaba ensayando más de cinco horas. Giro, plié, de nuevo fouetté.

- ¡Con más fuerza, con más fuerza! -"Si vuelve a gritar la mato", pensó-. Arabesque y giro, Quatrieme devant, ecarté.

Dolor y más dolor en los músculos era lo único que sentía.

- ¡En croix y arriba!

No podía sostenerse en pie. Tropezó y cayó al suelo. Abatida con lágrimas en los ojos permaneció allí tirada durante unos segundos con la respiración acelerada.

- Se acabó por hoy, todos a casa, esto no va a ninguna parte.

Daniella acepto la mano que le tendía Caesar y se puso en pie.

- Deberías tomártelo con más calma.

- Claro, como ella me lo permite.- dijo mirando a su profesora con cierta rabia.

- Sabe que eres la mejor, por eso te presiona, tiene intención de hacer que llegues muy lejos.

Daniella miró a Caesar, que sonriente se despidió de ella. Entró en el vestuario y rebuscó por su bolsa de aseo una toalla, y se la pasó por el cuello secando el sudor y hundió su cara entre las manos. No podía más, estaban siendo unas semanas terribles, quería dejarlo todo, todo y no verlo nunca más.

                               ***

Se reía sin parar. El color rosado de sus mejillas dejaban entrever que se había pasado la noche y parte de la mañana bebiendo. Cualquier cosa era suficiente para sacarle una carcajada.

- Se nota que ayer fue jueves, chicas.

- Perdón, perdón... ya paro.

Trataba de contener su risa pero a su lado no paraban de reír y ella cada vez tenía menos fuerzas para contener su risa.

- Dafne, sal a darte un paseo... y lávate la cara.

- Sí, señor.

Lavó su cara a conciencia y se secó con aquel papel tan áspero que había en los baños de la facultad y se miró en el espejo, pelo castaño claro ondulado, ahora más rubio de lo normal, y ojos marrones verdosos. Aquella agua le había sentado bien, estaba más calmada. Salió de nuevo al pasillo. Caminó hasta el ventanal de cristal y miró a través de él. Era un segundo piso. Entrecerró los ojos para habituarse a la luz solar y miró hacia abajo. Allí estaba ella, fumando un cigarrillo, con su cazadora de cuero negra y sus botas militares, apoyada contra el coche. Vio como arrojaba la colilla al suelo y echaba a andar.

- Dicen que se pegó la semana pasada en El Subway,- Dafne se sobresaltó al oír su voz, se giró y la miró a los ojos-, y dicen también que ella no es quien se llevó la peor parte-. La joven miraba por el ventanal.

- A la gente le gusta mucho hablar, no creo que sean tan ciertas como parecen.

- Vamos, Daf, la hemos visto hacer cosas mucho peores.

- Es tu amiga, no deberías hablar así.

- Lo era, y por eso sé de lo que es capaz-. Aún mantenía la mirada perdía.

- Eres odiosa, Isolda. Todo lo que hizo fue para protegernos.

- Dafne, soy decidida, sé lo que hay que hacer en todo momento para salir beneficiada de una situación,- subió la voz-, y ni tan siquiera a mí se me ocurrió nada como aquello.

- Sabes muy bien lo que la empujó a actuar así.

- Joder, ¿crees que no lo sé?-. Miró fijamente a Dafne-. Pero tienes que admitir que desde entonces es una jodida hija de puta con todos... como si hubiese sacado su verdadero...
Dafne se marchó, dejándola con la palabra en la boca, sin decir nada más. Ya no había más que decir.

                             ***

El chico de las rastas miraba impaciente su reloj mientras se repetía mental mente "¿Dónde narices estás?" Isolda apareció calmada a los pocos segundos.

- ¿Dónde coño estabas?

- Tranquilo, aún quedan 15 minutos. No tienes por qué preocuparte, lo tengo muy bien machacado. Lo único por lo que puedes preocuparte es porque tú estés jodido.

Isolda lo miró detenidamente y una mueca de preocupación se dibujó en su rostro.

- ¿Estás jodido?

- Joder, pensaba que me iba a dar tiempo anoche pero no pude leérmelo por última vez y...

- Tío, no me puedo creer esto. Por eso estás tan nervioso. Se nos va gran parte de la nota en esto...

- Lo sé y lo siento.

La chica se movía de un lado para otro nerviosa. Se llevaba la mano a la frente.

- Tenemos quince minutos para prepararte.

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