Había un cazador, quien, tras un arduo día de caza, se encontraba en el medio de un inmenso bosque. Se hacía tarde, e inseguro de su ubicación, optó por seguir el camino delante suyo hasta eventualmente salir del opresivo follaje. Luego de lo que parecieron horas, encontró una cabaña en un pequeño claro. Tomando en cuenta lo mucho que había oscurecido decidió pedir alojamiento por el resto de la noche. Se acercó y notó la puerta principal entreabierta; no había nadie dentro. El cazador se desplomó sobre la cama individual. Le explicaría al dueño su situación por la mañana.
…….En lo que inspeccionaba el interior de la cabaña se sorprendió de ver las paredes adornadas por una gran cantidad de retratos, todos pintados con impresionante detalle. Sin excepción, parecían estarle observando; sus facciones confluyendo en miradas de profundo odio y malicia. Verles de vuelta se le hizo demasiado incómodo, y en un intento por ignorarles, se acomodó viendo hacia la pared contraria. Exhausto, durmió, intranquilo. …….La siguiente mañana el cazador despertó; se giró, parpadeando incesante por la intensa luz que bañó su visión. Concentrando más su mirada descubrió que la cabaña no tenía retratos, sólo ventanas.
