Gotas de lluvia y sangre.

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Las gotas de lluvia resonaban contra el cristal, y no tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el incesante golpeteo se convirtió en el único sonido de la habitación. Contaba cada segundo, y con cada gota que moría contra la ventana, un suspiro se escapaba de mis labios.

Esa noche una inquietante sensación de desasosiego inundaba mi garganta, y no podía dejar de removerme en el sillón, incómoda en ese pequeño estudio. Sabía que pronto llegaría mi perdición, y lo cierto es que, a esas alturas, ya no me importaba. Incluso la esperaba. Esperaba cualquier cosa con tal de dejar de lado ese estado de intranquilidad y expectación que me embargaba. 

Cuando esuché el golpe apenas me sobresalté. Incluso me pareció algo predecible. La luz de la pequeña cocina se encendió y los fluorescentes iluminaron con su crudo brillo amarillento las sombras, desterrandolas al olvido. Percibí después unos pasos tenues, y el ligero chirrido del cajón de los cubiertos al ser abierto de golpe. Luego, el murmullo de acero de la hoja del cuchillo al abandonar de golpe su lugar. 

Más pasos, y un gemido ahogado por mi parte. La luz de la cocina parpadeaba incesante, recordandome, a buena hora, que debía ser cambiada. Sin desviar la mirada de la ventana, cerré los ojos unos segundos, encontrandome al abrirlos que la luz de la cocina seguía encendida, que seguía lloviendo, y que nada había sido fruto de mi imaginación calenturienta. 

Los pasos volvieron entonces, y fue cuando noté en mi espalda el aire de un cuerpo al desplazarse. Oí el maullido de mi pequeño gato, y el siseo de una voz masculina, embriagadora. Entonces, de golpe, el helador filo del cuchillo se posó sobre mi cuello, y una mano sorprendentemente suave, e incluso delicada, se posó sobre mi mejilla, acariciandola

Fue en ese momento cuando sentí el aguijón del acero, y el dulce olor de mi propia sangre invadiendo mi nariz, y saturando mi olfato. Luego vino el dolor, punzante. Una flecha cálida en la piel de mi cuello, y la molesta sensación del aire rozando el músculo. Miré ligeramente hacia abajo y ví como la sangre caía en gotas sobre mi regazo. 

Entonces acarició mi mejilla y coló sus largos dedos entre mi pelo, tirando de mi, obligandome a mirarle y abriendo más la herida de mi cuello. Apenas noté el aguijonazo mientras fijaba mis pupilas, dilatadas por el miedo, en su rostro, que apenas se distinguía entre la sombras. Solo acerté a distinguir un esbozo de lo que se asemejaba a una sonrisa mientras la presión en mi cabello se volvía mas pronunciada y el filo del cuchillo dibujaba bocetos macabros en mi mejilla. 

Luego, solo noté el dolor. 

Terror y suspense en pequeñas dosis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora