CAPÍTULO 2: REUNIONES

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-La próxima vez Arnoldo, tú vas formular y yo me quedo en el laboratorio revisando las muestras.- Vociferó Valeria desde la cocina del tráiler el tercer día de guardia a las 4:00 am, mientras preparaba café.

-No seas exagerada Val. ¿Qué tan mal pudo haber sido la noche? ¿La cuadrilla no te ayudó con los sacos de químicos?- Especuló su amigo a medio grito, desde su cuarto.

-Claro que me ayudaron, de eso no es de lo que hablo.- Soltó después de un largo y profundo suspiro.

-¿Y entonces amiga? ¿Qué te pasó anoche que te tiene con tan...- Haciendo pausa se asomó todavía a medio vestir- mala vibra?- Finalmente completó la pregunta colocando una crema sobre el nuevo tatuaje que adornaba su ya tintada piel.

-¿Cuántos tatuajes tienes ya Arnoldo? ¿Todavía vas hacerte más?- Expresó con interés Valeria.

-Mira me quiero tatuar el nombre de… Epa, no te me vayas por las ramas y me cambies el tema.- Se carcajeó el joven descubriendo las intenciones de su interlocutora.

-¡Bueno ya! El ingeniero de taladro supuestamente llegaba anoche, pero se le presentó un inconveniente al transporte que lo traía. Así que el company pasó toda noche quejándose del servicio de transporte y de cómo sin ayuda lo están explotando. ¿Tienes idea de lo mucho que habla ese hombre?- Narró Valeria mientras se sentaba en la pequeña mesa que fungía de comedor.

Después de hacer una mueca de disculpa, Arnoldo tomó asiento frente a su cansada amiga. Esperando tomar un tempranero desayuno, antes de la reunión matinal de operaciones del SN-515. Valeria podía sentir la preocupación debatirse con la burla en el semblante del joven sentado frente a ella, sin embargo eligió sabiamente morderse la lengua, para no ser merecedor de la ya condimentada mezcla emocional que ella exhibía.

Conocedora de los pensamientos de Arnoldo, Valeria le rodó los ojos, mientras con la mayor sonrisa que encontró en su arsenal le lanzó un trozo de fruta deshidratada que se estrelló en el plato de su amigo. La carcajada de ambos llenó la estancia al instante.

Una vez calmada, observó su plato con su escaso desayuno, cortesía de la nueva dieta encontrada por su preocupada madre en internet, soltando un largo suspiro con ganas de llorar.

Con exasperación pasó sus manos por su cara completamente frustrada. Y la verdad sea dicha, que mantenerse despierta toda la noche, no era lo que una mujer necesitaba para ser para ser paciente, mucho menos si se encontraba en esos días del mes, en los cuales su cuerpo y sus hormonas halaban en dirección contraria a su cerebro, volviéndola una madeja de nervios, ansias, mal humor y dolores abdominales.

Valeria daba gracias a Dios de al menos ser la única mujer alrededor, porque de esa manera no tenía que agregar “obsesión por su peso y aspecto” a su larga lista de incomodidades.

Tener más carnes que otras mujeres, siempre había sido una especie de trauma para la chica. Vivía haciendo dietas, ayunando y perdía kilos con la misma facilidad que los recuperaba una vez que se descuidaba o se deprimía. Valeria no era por definición una chica fitness, pero cuando estaba libre bailaba hasta desfallecer y prefería caminar por la ciudad en la que residía, sin embargo el complejo estaba fuertemente arraigado en su fuero interno, logrando que pese a todo, sus inseguridades salieran a flote con más frecuencia de la que ella estaba dispuesta aceptar.

Pasando su vista por el tráiler dormitorio, notó el aspecto rústico de la estancia, que pretendía asemejar los hogares en los que la mayoría de los habitantes de San Martí habían crecido, copiando las cocinas integrales, tal como en la que su padre preparaba nos desayunos domingueros, mientras su madre ponía la mesa; esos recuerdos de su infancia, mantenían a Valeria con la esperanza de que el amor verdadero existía porque lo había visto en los ojos de sus padres.

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⏰ Última actualización: May 15, 2017 ⏰

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