Philippe: París, 10 de Diciembre de 1910

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Las luces de la taberna empezaban a difuminarse con el contorno. Llevaba ya... ¿siete? vasos de mal vino cortesía del Hérault pequeño. René no había tenido piedad y en cuanto dio señales de haberse recuperado, organizó su fiesta de coronación. Malditas las ganas que tenía él de estar allí, pero su amigo no aceptaba un no por respuesta y recordaba vagamente algo sobre una promesa.

Una camarera en busca de propina se sentó en su regazo dejando sus generosos senos al alcance de su boca. Philippe gruñó, improvisó una disculpa y la apartó con una mezcla desigual de educación e impaciencia.

—¿Demasiado para ti, Dulac? —se burló uno de los nuevos amigos de René. En los cinco días que él había estado enfermo, coincidiendo más o menos con su nueva posición dentro de la empresa familiar, a René le habían aparecido amigos de todos los rincones. Y desde que invitaba a todas las rondas, aún había más.

Una colección de damas de la calle rondaba su mesa buscando las atenciones del rico heredero, alguna se había acercado a él pero no tardaron en darse cuenta de que no eran su tipo.

—¿Te pasa algo, Philippe? —le preguntó René, acercando su cabeza para hablar en confidencia.

—He bebido demasiado —respondió con voz pastosa, restándole importancia.

—Sí, has bebido demasiado porque no haces más que tragar —le gruñó su amigo—. Te quedas ahí, callado y mustio y bebes, bebes y bebes. ¿Por qué no participas de la fiesta?

Philippe movió la cabeza con pesadez, no tenía ganas de dar explicaciones. Porque... ¿qué iba a decirle? ¿Que echaba de menos a Didier? ¿Que contaba los días esperando su señal y que se desesperaba cuando llegaba la noche y no había sucedido? ¿Que celebrar su caída le apetecía tanto como tragarse cristales rotos?

—Si soy tan aburrido, ¿por qué insististe tanto en que viniera? —masculló—. Ahora te sobran los amigos.

—Eres un capullo —gruñó René con un chasquido de lengua—. Y estás borracho, pero sigues siendo mi mejor amigo. Anda, escoge a una de esas bellas damas y benefíciatela a mi salud. Sube arriba, pásalo bien y duerme la mona.

—¿Tras las rondas de vino van las de putas? —replicó con acritud—. ¡Qué generoso, Señor Hérault! Sois todo bondad.

—Mañana te recordaré esta conversación y te morirás de vergüenza, lo sabes, ¿verdad?

—Le he dado fiesta a la vergüenza —corroboró con una enorme sonrisa tras llenarse el enésimo vaso, brindando a la salud de su amigo.

—Y a la inteligencia también —apuntó René.

Rechinaba los dientes, pero a Philippe le quedaba el consuelo de que seis años de amistad prevalecieran más que esa estúpida discusión. «¿Aguantaría también si supiera que me he follado... (o me ha follado, lo que sea) a su hermano?». Por fortuna, todavía no estaba lo suficientemente borracho como para plantearse la pregunta en voz alta.

—Miénteles, miénteles a todos —murmuró entre dientes.

Desde un rincón, una bella jovencita le hacía gestos. Philippe giró la cabeza en un signo de negación, pero la joven insistía.

—Creo que a esa le gustas —le dijo René al oído—. Y...  aquí viene.

Era cierto, la joven se había cansado de hacerle señales desde la esquina y avanzaba hacia él con paso decidido. Philippe suspiró mientras intentaba encontrar una mejor excusa que un “no, gracias” que su amigo comenzaba a encontrar muy sospechoso.

—¡Oh, mi buen Puck! —declamó la muchacha teatralmente dirigiéndose a él con una reverencia—. ¿Haríais el favor de acompañarme a bailar bajo el claro de luna?

Fantasía a Cuatro ManosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora