Capítulo III: Un cielo estrellado

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Son las nueve con cuarenta y cinco de la noche, ambos seguimos en el baño, desde hace quince minutos. Para mi parece una eternidad. Para ti solo un pestañazo. Tú sigues aquí, frente a mí. De pronto de tus labios se descuelga un perdona no fue mi intención ¡Te lo juro! Puse mi dedo sobre tus labios, esos hermosos labios que tienes, tan carnosos, tan ricos, tan bien conservados a pesar de tu edad y te digo: No digas nada, tu bus se va, tu esposa está ahí. Es mejor decirnos adiós. Vete por favor. Tú respuesta fue automática: ¡No! ¿Acaso no lo entiendes? Yo te amo En tus ojos se refleja cierta sinceridad y hasta cierto punto creo en tus palabras. De pronto suena el celular.

- ¿No piensas responder?

- No.

- ¿Puede ser tu esposa preocupada?

- No interesa, no voy a responderle hasta que me perdones.

- Jajajajaja, no seas ridículo por favor, permíteme ¿Sí? – saco el celular del bolsillo de tu saco, veo la pantalla y ahí estaba la foto de Andresito. Eso fue todo no necesite de más. – ¡Respóndele! – le dije mostrándole la pantalla del móvil - tal vez desea despedirse de ti.

Le entregue el celular. Saque un cigarro, lo encendí, eche una bocanada al aire. Luego lo empuje y salí de ahí. Esa relación ya se había terminado. No daba para más. Salí del terminal, subí a una moto y me fui al "bar de los chicos". En si un pub gay. Para lo que me importaba si mi familia sabía o no que era o no era homosexual, a mis treinta y cuatro años. Lo que deseaba en ese momento era un vaso de cerveza bien frio para no llorar con todo lo ocurrido. De tal forma que su recuerdo se quede en lo profundo del alma como sus antecesores. La relación con Héctor había sido de esas relaciones difíciles de olvidar. Por ratos quería pensar que nada era verdad, que todo era producto de mi imaginación. Pero era demasiada información: la discoteca, las fotos en las redes, los twuits enviados y ahora su llamada. No podía más, ya no aguante, por eso quería tomar un rato. La moto me dejo en la esquina de Bolívar con Lima. Caminé un par de metros y ahí estaba el pub. Adentro me encontré con uno, que otro amigo, estaban tomando con sus respectivas parejas o Dios sabe lo que eran. Según sabia, la mayoría de los asistentes al bar, muchos de los que ahí iban eran gays con sus respectivos amantes en turno o vividores, mejor conocidos en esta parte del planeta como mostaceros. Ya me daba igual, me valía madres con quien anduviera fulanito de tal o el menganito ese. Me fui hasta la barra. Pedí una cerveza personal. El celular vibró. Lo saque de la casaca negra y vi la pantalla, era un mensaje. Seguro que es de él, pensé. Apague el celular y lo guarde. Enseguida el mozo sacó un vaso de debajo del mostrador, lo colocó delante mío, abrió una botella de cerveza, me sirvió y dejo la cerveza a mi costado. No había mucha gente en el bar, lo acostumbrado para un jueves a las diez de la noche. Me quede un par de horas. Salí del bar y me fui a casa caminando. El departamento no quedaba lejos de ahí, exactamente en la esquina opuesta de la misma cuadra del bar. Avance por la vereda. Quería olvidar. Quería deshacerme de su olor, de su sonrisa en mi mente, de su mirada, de sus ojos celestes, de lo amable que era y de su fugaz enojo. Quería entender lo ocurrido, en qué fallé. Si fui yo, o era él el del problema. Entre al edificio. Subí a mi departamento. Ingresé. Adentro arroje las llaves sobre la mesita de vidrio de centro de la sala y salí al balcón. El cielo estaba hermoso llenos de estrellas. Estaban todas, menos tú.

Fin

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⏰ Last updated: Feb 05, 2017 ⏰

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Los sueños de Venus: Nahuel, amanteWhere stories live. Discover now