2 - Celia

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El sol brillaba incluso demasiado para gusto de Celia. No es que no le gustase, simplemente la agobiaba.

Siempre le decían que era más rara que un perro verde. Prefería el frío invierno antes que un caluroso verano que le provocaba arrancarse la piel a tiras y no lograba comprender cómo los demás deseaban lo inverso. No le gustaba la playa, aunque iba cuando su familia decidía ir en grupo ya que no quería ser la que aguase la fiesta a los demás. Odiaba, con toda su alma, quedar rebozada cual croqueta. Tenía miedo a que el mar la arrastrase y, cuando se daba la ocasión, entraba al agua solamente hasta donde lo hacían los niños, fingiendo que se quedaba ahí para cuidarlos. Le molestaba profundamente cuando su piel, con la sal del agua seca por los rayos de sol, comenzaba a estar seca y algo tirante. Y tampoco le gustaban los mogollones de gente, la hastiaba el poco civismo de algunas personas y el sentirse rodeada. Le daba la sensación de que no había escapatoria, pero eso sucedía en la playa, en cines, en centros comerciales y en un sinfín de lugares los cuales, ciertamente, ella trataba de frecuentar lo justo y necesario.

Era una mujer normal, en realidad. Sencillamente sus gustos eran distintos a los de la mayoría, gustase a los demás o no. Para ella, la opinión que importaba en su vida privada, era la suya, únicamente. Le daba igual que le dijesen que debía vestir de una forma u otra, lo que debía consumir, lo que debía decir... Ella era ella, y nadie más. Lo tenía muy claro, tanto que tenía un listado de principios en casa, enmarcado, en su despachito. Éste rezaba diversas normas, pero ninguno de sus visitantes leía más allá de la tercera, pues con toda seguridad se aburrían en ese momento.

«No cambiar por otra persona, sea quien sea, JAMÁS».

«Si quiero opinión, la pido. De lo contrario, puede ser no bienvenida».

«Nadie tiene derecho a ningunearme por no seguir la conducta social impuesta. Yo decido mi vida».

Celia tenía muy clara su conducta; sincera pero respetuosa, agradable con quien lo merecía, comedida en ciertos lugares, amable, divertida y libre. Podía ser explosiva como una granada si se la provocaba pero siempre manteniendo la compostura ante todo. No se rebajaba al nivel de otros, menos aún al de alguien que la quisiera humillar o molestar; o, al menos, así era la mayor parte del tiempo.

Cuando estaba con su familia y amigos, era la chica más graciosa y divertida del mundo, incluso a veces les sorprendía por ciertas actitudes. Un ejemplo de ello, reciente además, es el momento en que imitó una morsa en el cumpleaños de su sobrina, cosa que no terminó demasiado bien para algunos. La niña es una apasionada de los animales y estaba jugando con un grupo de amigos a imitar sonidos. Ella estaba cerca, aunque no en el grupo, pero no pudo evitar intervenir cuando un niño no supo hacer la imitación de una morsa y se empezaban a burlar de él. Tras hacer evidente que ninguno de ellos sabía hacerlo, anunció «si vamos a hacerlo, vamos a hacerlo bien». Se dirigió a la mesa, tomó dos palillos y regresó al grupo infantil. En ese momento, ya algunos adultos la miraban, pero le dio igual. Cabe remarcar que había personas que no conocía ni había visto jamás en la vida. Celia se colocó los palillos en la boca haciéndolos sobresalir por debajo del labio superior y se giró hacia los pequeños. De rodillas, pegó por completo sus brazos a los costados de su torso y comenzó a mover graciosamente las manos, golpeándolas en aparentes torpes palmadas, al tiempo que imitaba el sonido proferido por el animal en cuestión. Fue tan inesperado y divertido de ver al mismo tiempo, que pronto estuvo rodeada de fuertes carcajadas, de niños y mayores. Se sonrojó levemente, algo avergonzada al caer en cuentas de que había desconocidos allí, pero no le dio mayor importancia. No hasta que escuchó el comentario que la hizo saltar como un resorte.

-Vaya forma de hacer la payasa para llamar la atención. Desde luego, algunas no tienen educación -se oyó en el lugar.

Se hizo el silencio, pues antes de que la frase fuese dicha por completo ya se podía ver la reacción en la mujer. Se tensó, sus manos se convirtieron en puños, la mandíbula se le marcó y se podía jurar que una vena en el cuello de Celia parecía a punto de explotar, amenazando con bañar a todos de sangre. Por suerte, la ira de la mujer se dirigió a quien habló, al cual alcanzó a identificar antes de que terminase.

Amor 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora