Prólogo

241 16 13
                                    


13 de Abril, 2016, Avenida Grecia, Santiago, Chile. Hora desconocida.

Hacía frío, la verdad, si hubiera sido por mí, no hubiera salido de mi casa; pero por ella, lo habría hecho 20 veces. Y con menos temperatura, si era necesario.

Iba tarde a nuestra cita, habíamos quedado a las siete de la tarde, pero ella salió antes, por lo cual mi idea de puntualidad en ese instante había cambiado, entonces para mí iba tarde. Lo sé, es un poco estúpido.

Mientras iba en la micro revisando los mensajes de Amanda, me doy cuenta que había ocurrido un pequeño accidente que provocaba una congestión considerable cerca del Estadio Nacional. ¿El acontecimiento? Un motorista chocó a un auto y este salió lesionado, estaba lleno de paramédicos asistiéndole.

—Pobre tipo — fue lo único que atiné a pensar en ese instante.

Seguía revisando los mensajes. En ese instante, y toda la tarde que quedaba, solo quería pensar en ella, solo quería verla, se me aceleraba el corazón de saber que la vería, y no quería admitirlo; pero estaba enamorado. En ese preciso instante, una voz interrumpió mis vagos pensamientos (y probablemente babosos) sobre Amanda.

—¿Puedes evitar apoyar tu brazo en mi cada vez que saques el celular para revisar un mensaje?, es bastante desagradable—dijo con un tono de voz alto,  por lo cual deduje que quería que lo escuchara. No pudo desagradarme más.

—Lo siento—fue lo único que atiné a decir.

—Si vas con el celular deberías ser un poco más inteligente, ¿no lo crees?—esta última frase la dijo con un dejo de agresividad, por lo que lo miré, de abajo hacia arriba.

—Cálmate un poco, no es nada del otro mundo, solo no me di cuenta, lo siento.

Se bajó dos paraderos más allá de donde ocurrió el accidente dejando ver que iba con un aparotoso skate y que no sabía manejarlo, ya que al bajarse de la micro, intentó subirse rápidamente y lo único que logró fue saludar al piso con la cara.

Me había enojado un poco, odio la gente así, que necesita que todos lo escuchen para resolver un problema, que no son capaces de hablar de tú a tú necesitando el amargo apoyo de su alrededor. Vamos, los cobardes de toda la vida.

Pero no iba a dejar que eso arruinara mi ánimo. Iba a ver a Amanda. ¡La iba a ver! no podía estar más feliz.

Hasta que llegué. No recuerdo la hora, solo recuerdo estar un poco justo, las siete con un minuto podrían ser.

Ella estaba allí sentada, la vi desde antes de bajarme de la micro.

Lucía preciosa, y para mí, cada segundo más en el que pudiera apreciarla, era un regalo divino, algo fuera de este mundo. 

—El mero hecho de que se haya fijado en mí es algo de otro mundo —pensé de manera bastante atinada. Odiaba engañarme a mí mismo.

Crucé la calle y la vi, me vio, nuestros ojos se cruzaron, se conectaron, se unieron, se besaron en tan solo unos segundos.

—Hola —dijo con su típico tono de «tengo más frío que la mierda».

—Hola —dije esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

Hablamos unos breves segundos afuera del Mall donde habíamos quedado y luego entramos: La verdad sí, hacía mucho frío.

Al entrar compramos un café y salimos rápidamente, ¿por qué?, ni siquiera yo en ese instante lo sabía con certeza, solo quería seguirla hasta el infinito de la mano.

Besos equívocosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora