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Ayato contemplo el lugar con sus ojos azules cargados por una tormenta que no había parado hace ya mucho tiempo, un año y medio o tal vez más. El lugar, aunque había sido limpiado de los sucesos anteriores aún seguía devastado por la terrible lucha que había avistado en el más puro caos, aquel caos que le había arrebatado parte importante de lo que pudo haber creído algo mejor para él, la visión de un mundo que aquella persona intento mostrarle podía ser hermoso y que ahora solo estaba manchado por la sangre que en toda su vida estuvo presente. Todo fue reemplazado una vez más por el horror. Los humanos le habían vuelto a arrebatar lo que creyó importante. Sus sueños. Sus anhelos de que no todo podía ser una mierda como había estado siendo desde el momento en que su padre había decidido abandonarlos (Incluso si aquello no había estado en el propósito de Arata Kirishima). Sus manos se apretaron en puños tan firmes que los nudillos ya hacían blancos por la fuerza implicada. Su respiración se volvió feroz. Tal como lo había predicho, no importaba el tiempo que pasara, no podría superar el hecho de que allí alguna vez estuvo el cadáver de la persona que amo.

Los recuerdos vinieron a él, la devastación, el principio del fin. No había forma de olvidar aquel fatídico día, su memoria y sus pesadillas jamás podrían borrar ni siquiera una pulgada del dolor que sufrió al experimentarlo en carne propia a tal punto que su corazón pareció haber muerto en donde alguna vez Anteiku había estado en sus mejores años de oro.

−Esto es una reverenda mierda...−pensó Ayato mientras una de sus manos ascendía hasta donde se encontraba su corazón. Seguía doliendo como si hubiera sido herido realmente de manera física (aunque su daño fuera emocional). Aquellas cicatrices que jamás cesarían de palpitar hasta el día en que su última gota de aliento fuera arrebatado por algún quinque, pues ese era su único destino. La única forma que moriría no era estar recostado en una cama rodeado de personas que alguna vez conoció, ese era el privilegió humano, y los ghoul, él, sólo era un monstruo destinado a ser arrasado por una muerte sangrienta a manos de un maldito investigador, y su carnicero vería como sus ojos perdieran su rastro de luz y fiereza que lo había acompañado desde su juventud, desaparecerían hasta extinguirse y él siendo solo un cadáver abandonado al que nadie lloraría jamás−. Así paso contigo ¿verdad? ¿Quién lloraría por un maldito imbécil que fue a morir como una puta mierda? −soltó el de cabellos azules a la nada. Ayato sabía que el odio no era hacia Kaneki, su primer amante, su primer amor. No, ese odio que tanto lo corroía era para sí mismo. Por su debilidad. Por no haber sido capaz de detenerlo. Por permitirle abandonarle sin darle un motivo de volver. Por no haber sido capaz de protegerlo como este había hecho tantas veces con él, era solo una basura al igual que todos aquellos que de joven aborreció, si era consciente, era incluso más patético de lo que Banjou era−. Esto es tan absurdo, no es igual, maldita sea... ¿Por qué mierda estoy hablando solo? −Su voz era un hilo tan suave combinada con gruñidos y un invisible rastrojo de sollozos. Estaba destrozado. Más que sus recuerdos, tan destrozado como el cuerpo que jamás logro recuperar de Kaneki. Las lágrimas empañaron sus ojos, no eran ni muestra de lo que había sido antes del atentado a Anteiku. Respiro profundo tratando de calmar el dolor que sentía en su interior. Ayato sabía que no debería de estar en ese lugar, no otra vez, pero de alguna manera había sido arrastrado a ese lugar luego de hacer sus actividades como "Black Rabbit".

Un sinfín de imágenes aparecían como una película, él escuchando a Kaneki decirle que se iría, él empujándolo a la boca del lobo por puro orgullo, por su egoísmo, sus celos al no ser elegido por el de cabellos albinos. Los ojos de Kaneki teñidos por la tristeza, de alguna manera en ese momento Ayato lo había sabido al verlo, ese sería su adiós. Aquella relación había sido destinada a la tragedia. Había sido ingenuo al creer que tal vez había algo mejor para él y para Kaneki. Ambos habían sido unos idiotas al creer que la felicidad también podía ser parte de ellos, solo habían experimentado una falsa ilusión a lo que ambos llamaron "Un mañana". Recordaba lo que Kaneki le había dicho en aquel momento "Volveré... lo prometo" y él, tan infantil, tan asquerosamente egoísta como había sido le había gritado aquellas palabras que dejaron al hibrido estupefacto. Ayato no era idiota, aun lo acompañaba el rastro de dolor que vio en aquel momento en la expresión de Kaneki "Solo eres una mierda, solo estuve contigo por un maldito juego. Si te vas, solo vete a morir. Aquí no eres necesario..." Y es justo lo que había hecho Kaneki, había muerto, abandonándolo sin saber la verdad, se había ido con aquellas mentiras de su parte cuando en realidad lo único que había intentado decir era un simple "Te amo, por favor... regresa".

Tempestad (AyaKane) (Oneshot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora