El día que dejé de confiar en la gente

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Cuando era chico, todos los niños del barrio jugaban afuera, ya sea a las escondidas, a la mancha o a la pelota. Yo me quedaba en casa dibujando o mirando la tele. Por lo tanto, no tenía amigos ya que todos me ignoraban. "Ahí va el raro, ahí va el tonto" se decían entre ellos cuando yo pasaba por la esquina de Paunero y Pedro de Mendoza. Lo contradictorio de todo esto es que no había gente que no me conociera. Todos sabían mi nombre completo y mi apellido, mis gustos, mis cosas... pero con nadie tenía una amistad. Yo intentaba relacionarme con ellos, pero se me escapaban de las manos, me daban la espalda. Y más me inhibía yo... ¿Para qué me iba a relacionar con personas que no congeniaban conmigo?... Igualmente, para no quedar mal, me invitaban a sus cumpleaños, y una que otras veces a "asaltos" o "pijamas party". Una vez alguien me dijo "nosotros te invitamos a mi casa, si después hacés una fiesta vos"... Estaba tan necesitado de amistades, que acepté la propuesta... pero después todas las fiestas eran en mi casa. Mi mamá comenzó a darse cuenta que los chicos me estaban usando. Entonces me prohibió seguir haciendo reuniones. Por lo tanto, perdí "la amistad" de todos.

Una vez, en un cumpleaños, nadie me daba bolilla. Pero vino una nena cinco años menor que yo y me propuso: "¿querés jugar con nosotros, Luchi?". Tan aburrido estaba, y me sentía tan solo, que acepté su invitación. Eran dos nenas y un varón. Ese día jugamos desde el principio al fin... y los demás días también. Ellos me iban a buscar a casa, y yo iba a buscarlos a ellos. Ibamos a todos lados, andábamos en bicicleta, jugábamos a "los Power Rangers", y otros juegos infantiles.

Entonces los chicos de mi edad comenzaron a burlarse de mí, con insultos y agresiones verbales.

La verdad es que nunca me lo planteé, pero ahora que lo escribo pienso me doy cuenta que tenían razón: yo era un chiquilín. Un chico de once años que se juntaba con nenes de seis... es bastante grave... creo.

Entonces mis padres comenzaron con "la psicológica": "dejá de juntarte con esos nenes. Ya sos grande, juntate con chicos de tu edad". Los chicos de mi edad no me daban bolilla y con los nenes más chicos me sentía discriminado ante la sociedad. La única salida que encontré fue recluirme, no salir de mi caparazón, no relacionarme con nadie. La única vez en el día que hablaba con chicos de mi edad, eran las cuatro (u ocho, si teníamos doble escolaridad) horas del colegio, con algunos de mis compañeros.

Un día, a eso de las doce del mediodía, sonó el timbre de casa. Yo estaba con mi mamá. Atendí. No había nadie. Pero en el cartero ví algo que me llamó la atención. Desde la puertita del mismo, se asomaba algo blanco. Lo agarré. Era una carta que decía "para Luchi". La leí enfrente de mi mamá. Era de una misteriosa chica que me citaba a las tres de la tarde en la esquina de la casa de uno de los niños. Mi mamá estaba de lo más contenta, y yo... ¡para qué decirlo! pero... ¿Quién era esa chica?.

Me bañé, me puse perfume, unos jeans azules, unas zapatillas blancas compradas días atrás, corté unas flores del jadín, mi mamá me dio un beso diciendo "Mucha Suerte" y fui al lugar del encuentro. Pasaban los minutos, y la chica no llegaba. En eso, sentí unos ligeros pasos a mis espaldas. Me di vuelta. No había nadie. Otros pasos resonaron detrás de mí. Sin rastros de persona o ser viviente alguno. A los segundos de retornar mi mirada hacia el horizonte para seguir esperando a la chica, una carcajada salió detrás de la gran libustrina de la casa del niño. Giré mi cuerpo nuevamente, y ya no era una, sino unas cuantas carcajadas. En ese momento me di cuenta de que había caído en una trampa de esos energúmenos. En ese momento sentí que esos niños eran la peor basura que jamás me había cruzado en la vida.

Llegué a mi casa llorando y golpeando cuanta cosa se me cruzaba en el camino, por la bronca y la indignación que me consumían a cada paso que daba. Lo peor fue que mi madre – mi pobre madre – también se lo había creído, y eso era lo que más me dolía. Me dolía sentirla angustiada por lo que esos parásitos venenosos me habían hecho.

Entonces comprendí lo poco que se puede confiar en lagente.jr

Los cuentos del Tío LuchiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora