Parte 1 La escapada

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Él la estaba esperando a la salida de su trabajo. Ella era una de las camareras de un bar que tenía cierta fama, cierto nombre y prestigio.

Al salir por la puerta de su trabajo, ella lo miro desconsolada, cansada, sin apenas poder esbozar una sonrisa. Él con mirada tierna dio dos pasos al frente, le paso su brazo por sus hombros y la acerco a su cuerpo, con la otra mano, tomo las suyas, dándole algo de calor en esa noche tan fría. No dijo nada la llevo casi en volandas hasta su coche.

Le abrió la puerta y la deposito suavemente, como quien deja una delicada porcelana en un estante, con cuidado de no romperla.

Ella se dejó poner el cinturón, no tenía ni fuerzas ni ganas. Durante el trayecto no se dijeron nada, tan solo se podía escuchar la música relajante que él le había puesto para que fuera cómoda. Con el volumen justo, casi de ambiente.

En cada semáforo, sus manos se apartaban de la palanca de cambios del coche y tocaban la cara de ella, dándole calor con sus caricias, apartando suavemente su pelo negro de la cara, para poder ver sus ojos verdes. No estaban tristes, ni vivos... estaban cansado, quizás algo enrojecidos. Pero aun así hermosos.

Ella lo miraba sin hablar, escuchando esa música de fondo. Él abrió un poco la ventanilla, el aire fresco de la calle despejaría un poco el embotamiento que ella tenía.

Recostó su cabeza en el respaldo de su asiento, flexiono un poco sus piernas y se recoloco de manera que, sin dejar de verlo, pudiera tener su cabeza algo más descansada.

Él sin dejar de mirar al frente, podía ver por el rabillo del ojo, cada uno de sus movimientos, como sin dar importancia a todo lo que se movía, para estar más cómoda.

Ya la tenía en sus manos, ya estaba en su poder, todo un fin de semana seria suya.

Tomo el camino hacia su destino, sabiendo solo él cual sería. Era una sorpresa para ella. Un regalo. Llevaban tiempo esperando algo así, como si de una conjunción de planetas se tratase, esperaron el momento para esa escapada. Para un fin de semana único.

Condujo sin pausa, relajado, por caminos de montaña. Casi toda la noche, mientras ella por el cansancio se durmió, con la tranquilidad de saberse a salvo y segura.

Llegaron a una casa rural, apartada de todo, sin otras casas alrededor. La soledad de la noche, del cielo estrellado, de una luna creciente. Él aparco el coche a la entrada, salio del coche y lo rodeo. Abrió la puerta de ella y la extrajo del coche con cuidado, como quien toma un pájaro herido entre sus manos. La luna y las estrellas pintaban sombras a su paso.

La deposito suavemente en uno de los grandes sofás del salón con chimenea. Le puso una manta por encima y se dispuso a vaciar el maletero. Dejo la puerta entre abierta y no tardó mucho en meter las maletas ya preparadas la mañana anterior.

Las llevo al dormitorio y entro en el baño. Puso el tapón de la bañera y vertió en la porcelana blanca del fondo un chorro de gel perfumado, un poco de aceites esenciales y lagunas sales de baño. De su maleta sacó unas velas perfumadas, que colocó estratégicamente por todo el baño.

Encendió un par de baritas de incienso y atenuó la luz del baño. Coloco una enorme y esponjosa toalla a los pies de la bañera. Preparo un mullido albornoz blanco, con la inicial de ella, una enorme E mayúscula bordada en azul, dentro de lo que parecía una especie de escudo heráldico.

Abrió el grifo de la bañera y cuando el agua empezó a llenarla, se remango su camisa blanca para con su mano desnuda agitar el agua y crear una espuma densa, espesa y perfumada.

Cuando la espuma tomo cierto volumen, tomo de una bolsa una pequeña caja, de la que saco cientos de hojas de menta cuidadosamente cortadas. Las esparció por la espuma dando un aire fresco a la bañera y perfumando de menta el ambiente húmedo y cálido del baño.

La escapadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora