La ayudo a salir de la bañera, tendió una de sus manos y tomo la de ella. Vio como las gotas de agua dibujaban líneas sinuosas sobre su brillante y perfumada piel. Poso sus pies en la toalla y él la envolvió en el esponjoso y cálido albornoz. Froto su espalda, su cintura y coloco una nueva toalla sobre su pelo.
Se sentó en el baño mientras la miraba atento y veía como se secaba. Sus miradas se cruzaban de vez en cuando, sin decirse nada, dejando que el silencio y la música pusieran una banda sonora a tan especial momento.
Cuando considero que había terminado de secar su cuerpo, clavo una de sus rodillas en el suelo y coloco unas zapatillas cálidas, una en cada uno de sus delicados pies.
Sus manos acariciaron la piel de sus gemelos y se adentraron bajo el albornoz hasta llegar al muslo. Una sensación de placer y de eléctrica seducción recorrió el cuerpo de ella que, sin poder evitarlo, cerró los ojos e inspiro profundamente. Se relajó de nuevo.
Se alzó ante ella y la beso profundamente, aferrando sus manos a sus caderas, ocultas por el grueso albornoz.
La volvió a tomar entre sus brazos y la llevo al salón. Una gran alfombra presidia el centro, encima una mesa cuadrada de madera maciza, con un enorme cristal. La deposito en el suelo, encima de un montón de cojines, colocados todos encima de una manta de grueso lomo, con pinta de ser cálida y suave.
Ella se sentó de medio lado, dejando ver sus pies, con una mano apoyada en el suelo y la otra cerrando el albornoz a la altura del cuello. La chimenea emitía un agradable calor y el ruido de la madera crepitando y resultaba hipnótico.
Él como si ella no existiera, se marchó a la cocina, lo escucho como hacia cosas en ella y, matando su propia curiosidad por saber que sería lo siguiente.
Apareció a contra luz por la puerta del salón con unas copas en la mano y una bandeja en la otra. Depositó todo en la mesa y se sentó a su lado. Tiernamente aparto un mechón de pelo aun húmedo de la cara de su compañera, sin que ella se alterase lo más mínimo.
En la mesa pudo ver unas copas con algo parecido a un ponche caliente, algo que recordaba a una crema de licor y café, con unas raspaduras por encima de chocolate negro y blanco.
En una pequeña fuente, muy bien colocados, pequeños canapés con salmón, caviar, quesos y verduras frescas. Fue una pequeña ofrenda, un regalo para consolar su cuerpo hambriento, cansado, ya más relajado y perfumado después de tan agradable baño.
Se sentía abrumada, superada, desbordada. Pero a la vez, alagada, satisfecha, plena y feliz.
Él le acerco una de las copas y tomo entre sus dedos uno de los canapés, de queso fresco, mostaza antigua y salmón. Lo deposito suavemente entre sus rosados labios y comió de su mano como tantas otras veces.
Ella le pregunto...
Has pensado en todo ¿no?
Una simple y medio apagada sonrisa fue su respuesta.
Comieron y bebieron plácidamente, entre besos y caricias, masticando una sensualidad a flor de piel, que a cada beso se hacía más intensa.
Sin saber cómo, ni tampoco importar mucho... ella se desprendió de su albornoz y quedo desnuda ante él, se puso de pie y agito su pelo algo húmedo aun. Desde el suelo disfruto del espectáculo de ver su piel dorada por el reflejo de la candela. Acaricio uno de sus pies y se recostó sentado en el suelo, apoyando su espalda en el sofá que tenía detrás.
Con el movimiento de uno de sus pies, ella aparto el albornoz caído en la alfombra y volvió a ponerse de rodillas junto a él. Sus manos finas y bien cuidadas, demasiado para el trabajo que desempeñaba, buscaron el cinturón de piel negra, lo soltó y lo retiro del pantalón. Sus finos dedos, desabotonaron el pantalón y bajaron su fina cremallera.
Sin mover un solo dedo la dejo hacer. No quiso quitarle ese momento, quiso compartir ese instante de poder que da, desnudar a una persona. Aun cuando ella estaba completamente desnuda.
Botón a botón, despejo de su pecho la camisa blanca que tenía puesta, acariciando son sus manos un torso cálido, formado y ligeramente velludo, sin ser excesivo, pero mostrando cierto toque salvaje.
Sus manos terminaron de quitar toda su ropa y la deposito descuidadamente en el suelo, como sin dar importancia, pero mostrando más una prisa por empezar, que una desgana por colocar.
En sus ojos se podía ver no solo el brillo de la chimenea, también el deseo, la pasión y unas desaforadas ganas. Ese baño la relajo, pero también la despertó, la hizo arder por dentro y, sus manos querían compensar tanta dedicación.
Lo acaricio, lo beso, lo mordió...
Se sentó a horcajadas sobre él, muy pegada, sintiendo cada milímetro de su cuerpo en contacto con el suyo. Sus caderas comenzaron un baile sinuoso, lento y sensual. Sintió unas manos aferradas a sus caderas, siguiendo el ritmo, bailando con ella.
Se llevó sus manos a la cabeza y jugo con su pelo, arqueando su espalda y mostrando unos pechos firmes y jóvenes, de pezones disparados y de color rosado. Buscando su boca, los acerco a su cara y deposito suavemente uno de ellos sobre sus labios.
Él lo beso, lo lamió y termino con un bocado que le dejo una marca, como un collar de dientes señalados alrededor de su aureola.
Ella gimió de tal modo que sería difícil distinguir si fue placer o dolor. Y sola, repitió la escena con su otro pezón. Deseaba sus marcas, sus besos, sus bocados.
Ya no era solo la leña la que ardía en ese lujurioso salón. Eran ellos dos los que más calor desprendían. Se notaba una efervescencia creciente en los deseos de ambos, él por hacerla una vez más suya y ella por ser presa de sus perversos deseos.
Tanto se enardeció el ambiente, que tomándola por la cintura la puso tumbada en el suelo, tomo cada una de sus muñecas en sus manos y las separo de su desnudo cuerpo, por encima de la cabeza. Solo rompía el silencio de ese momento tan sensual, el sonido de los besos sobre la piel de ella, que simplemente se abandonó, ante el fulminante ataque del que estaba siendo objeto.
Sintió como se colocó encima de ella, como sus piernas fueron separadas bruscamente por las de él, como quedó tendida, desnuda y haciendo una perfecta y sensual X en el suelo, encima de aquella alfombra a la luz de la chimenea.
Noto como de un solo movimiento fue invadida, penetradas de un solo golpe, con desesperación animal, con esas ganas que horas después recuerda el incómodo, pero soportable dolor de tus caderas. También noto un plácido y doloroso bocado en el cuello, que dio paso a un regalo para sus oídos.
Escucho su voz suave pero firme, decirle claramente como el día, que ya despuntaba por la venta e inundaba el salón
¡Te quiero!
Eso es lo que siempre soñó, un amor salvaje, un amor imposible de dominar, de contener. De esos amores que rompen normas, que unas veces arañan una espalda y otras te cubren de rosas.
Los que dejan tu piel sudorosa y empañan los cristales, de los que sin permiso... roban de tus labios el placer y después te besan en la boca con sabor a sexo.
La sesión de amor salvaje, duro hasta medio día, jugaron a ser el uno del otro, a entregarse de una manera que cada uno pudiera cumplir sus sueños y oscuros deseos. Dejando que los diablos y sátiros imaginarios, salieran de sus cabezas y envolvieran cada rincón de aquel refugio, de esa casa rural que, como testigo mudo, les dejo hacer el amor durante toda la noche.
Desfallecidos, dormitaron desnudos, cansados y satisfechos. Despertaron más por las ganas de comer, que por el ánimo de separarse y ponerse en pie.
En sus ojos estaba escrito, ese cansancio placentero que repetirían más veces a lo largo de ese fin de semana.
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La escapada
RomanceEl regalo de su amante es un fin de semana especial, con sensuales juegos que restauran el cansado cuerpo de nuestra protagonista. Mostrando como un hombre puede cuidar a una mujer y llevarla a un cielo inesperado.