La gasolinera

7.1K 167 29
                                    

 Cuando le entraron los retortijones, justo a medianoche, en una carretera perdida de la mano de dios y con tanta fuerza, supo que no debía parar. Pero una cosa es deber y otra poder, y ella no podía evitar parar o mancharía su preciado coche como una niña pequeña. Jamás sentía retortijones por las noches, sólo a mediodía, después de comer, pero hoy lo habitual parecía no funcionar. No le hacía mucha ilusión tener que parar en medio del campo a hacer sus necesidades como una cabra, pero el último cartel que había pasado hacía ya unos quince minutos le había indicado que todavía faltaban unos veinte minutos para llegar al próximo pueblo.

 Echó una fugaz mirada a derecha y a izquierda, buscando un lugar al menos un poco iluminado, pero la oscuridad reinaba en aquella maldita carretera y sus alrededores. La oscuridad le daba pavor y no quería por nada del mundo adentrarse en esos campos ella sola. Suspiró y un calambre le obligó a llevarse una mano al vientre. No iba a poder aguantar mucho más. Apretó el acelerador y divisó una suave luz un poco más adelante y una sensación de alivio recorrió su cuerpo. Era una gasolinera. Paró y se apeó del coche con toda la rapidez que pudo, pues sus tripas cada vez la apremiaban con más fuerza. Se dio cuenta de que la gasolinera llevaba cerrada un buen tiempo por el estado en el que se encontraban las instalaciones y suplicó para que los baños estuviesen abiertos.

 Dobló la esquina de la gasolinera y los encontró. El recinto no parecía muy grande desde fuera, de carácter rectangular y con la puerta de entrada oxidada, la cual tenía un candado colgando, pero simulaba estar roto. Eso le dio mala espina. ¿Y si había alguien dentro, alguien que quisiese hacerla daño? Fue hasta la esquina de la gasolinera de nuevo y se asomó para comprobar que su coche seguía allí. En efecto, si sucedía algo tampoco tardaría mucho en llegar corriendo a una velocidad razonable.

 Su mente volvió a concentrarse en los retortijones: su tripa ahora parecía haberse enfurecido. Apoyó la sudada mano en la puerta y la empujó hacia dentro suavemente. Le llegó un extraño olor a podrido y a viejo. Se tapó la nariz con las manos y tosió. Dentro estaba oscuro, muy oscuro. Tanteó en la pared buscando un interruptor. ¿Iba a tener que entrar allí a oscuras? No obstante, la suerte se puso de su lado y logró encontrar uno. Una brillante luz iluminó el cuarto de baño, parpadeando, lo que provocó que el interior del lugar tuviese un aspecto irreal.

 Al entrar, comprobó que era largo, mucho más largo de lo que había pensado fuera. Cuatro puertas cerradas a la izquierda indicaban que ahí se encontraban los inodoros. A su derecha, un gran espejo rectangular se extendía hasta la otra parte. Estaba muy sucio. Gruesas manchas blancas lo cubrían. Desde luego no había sido limpiado desde hacía mucho tiempo. No quiso ni pensar cómo se encontrarían los inodoros. Los tres lavamanos tampoco tenían mejor aspecto: uno de ellos estaba completamente marrón y una capa de moho comenzaba a aparecer en uno de los costados que tocaban el suelo. Dio dos pasitos y las suelas de las zapatillas se le quedaron pegadas. Miró hacia abajo y vio un suelo con baldosas que antaño habrían sido blancas, pero ahora algunas presentaban un tono entre grisáceo y marrón, y otras estaban totalmente negras. Aquella suciedad parecía tener vida propia.

 Miró las puertas cerradas de los váteres y se preguntó cuál estaría más limpio. Se situó delante de la primera y la empujó con fuerza. Dentro no había nadie. La taza del inodoro estaba abierta y parecía que alguien allí dentro se había muerto soltando todo su interior. Los excrementos ya estaban resecos y se adherían a la superficie. Unas cuantas moscas revoloteaban, felices por haber encontrado aquel lugar. Cerró la puerta y sintió una arcada, pero fue hasta la segunda puerta y la empujó con fuerza también. Vacío. Ni siquiera se detuvo a mirar adentro, no quería volver a encontrarse un espectáculo parecido. El tercer cubículo también se encontraba vacío. Al llegar a la última puerta comenzó a sudar de nuevo. Sabía que era una tontería, pero los cuartos de baño le daban miedo, imaginaba que dentro de ellos podía esconderse cualquier cosa. Tragó saliva y acercó la mano temblorosa a la puerta. La empujó, pero no se abrió. Frunció extrañada el ceño. Volvió a empujarla pero no cedió ni un milímetro.

Encerrada en sus pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora