Las auténticas pesadillas

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 Supo que se había dormido cuando al despertar no recordaba muy bien dónde se encontraba. Poco a poco su memoria fue encontrando el camino y se apartó de la niebla. Todavía se encontraba sentada en uno de los inodoros, por lo que nadie la había encontrado. No sabía qué hora era, no acostumbraba a llevar reloj, siempre miraba la hora en la pantalla de su móvil. Sacó un pañuelo y se limpió el sudor de la frente. Se dedicó a mirar las pintadas que habían escrito en la puerta del váter, sonriendo a su pesar por la originalidad de alguna de ellas.

 Fue el ruido lo que hizo que se sobresaltara de nuevo. Miró a su alrededor, intentando descubrir de dónde provenía y de qué se trataba. Sin lugar a dudas era la cisterna de uno de ellos, pero aparte, detrás de ese ruido, se escondía otro más inquietante, un ruido como si alguien estuviese haciendo gárgaras, como un gorjeo húmedo.

 Se percató de que ese ruido tenía lugar justo a su izquierda, y ahí se encontraba el último cuarto de baño, el que estaba cerrado. Tragó saliva y mientras se levantaba el temblor apareció de nuevo en su cuerpo. Estaba aterrada. Ella era una de las personas más nerviosas y asustadizas del mundo y ahí estaba, acechada por todos los peligros que una vez su mente había imaginado. Salió del váter sin apartar la mirada de la última puerta. Continuaba cerrada y no mostraba indicios de que alguien la hubiese movido, pero los sonidos continuaban saliendo de ahí. El váter la llamaba, sabía que tenía que abrir la puerta porque si no aquellos sonidos no pararían y se volvería loca.

 “¿Más de lo que ya estoy?”, pensó divertida.

 Se colocó delante de la puerta, con las piernas separadas como un pistolero preparado para disparar. El sonido cada vez era más horrible, aquel gorjeo que no podía ser comparado con ningún ruido hecho por una persona.

 —Porfavordiosporfavorhazquenohayanadaahídentro— soltó las palabras tan juntas como en una única frase.

 Extendió el brazo y posó la mano en la puerta, empujándola suavemente. La puerta se abrió con un quejido.

 Gritó y cayó espatarrada al suelo cuando las piernas le fallaron. La cosa, ser, o aquello que fuese lo que se encontraba en el váter la miró con unos ojos furiosos. Era una mujer, eso estaba claro, pero también estaba claro que no podía estar viva. Tenía el cuello cortado, lo que hacía que la cabeza le cayese hacia un lado y un líquido oscuro rezumaba de su boca, manchando el suelo. La cosa-mujer estiró un brazo, rozándole el tobillo. Su tacto era como el de las algas marinas. Sabía que si salía de allí aquel tacto la perseguiría en sus pesadillas. Retrocedió ayudándose de las manos y de las piernas, todavía sentada en el suelo. La cosa-mujer se arrastró a su vez, avanzando hacia ella. A medida que se arrastraba iba dejando un reguero de sangre tras ella. Cuando se dio cuenta su espalda ya estaba tocando la pared y no había forma alguna de esconderse. El ser estaba ya a pocos pasos de ella, podía oler su aliento putrefacto, como a naranjas podridas. Volvió a estirar la mano hacia ella y le agarró del tobillo, arrastrándola con una fuerza sobrehumana. Al caer estirada se golpeó la cabeza y todo se volvió negro.

 Cuando recuperó el sentido notaba la boca seca como el esparto e incluso le dolía al tragar. Se incorporó y miró a su alrededor. No había ni rastro de aquella mujer horrible. Se llevó la mano a la cabeza y comprobó que había estado sangrando. Una horrible jaqueca amenazaba con aparecer. Empezó a llorar otra vez. Había sido un error quedarse allí dentro. Fuese lo que fuese lo que había allí fuera seguro que no podía ser peor. En aquel lavabo estaba volviéndose loca. Se levantó, un poco mareada, y se deslizó hacia la puerta tambaleándose. La golpeó rabiosamente con los puños.

 — ¡SACADME DE AQUÍ, POR FAVOR! ¡ESTOY AQUÍ DENTRO, QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR EL AMOR DE DIOS, ESTOY HERIDA!

 Golpeó unas cuantas veces más, con tanta fuerza que acabó raspándose la piel. Se detuvo y se giró, dispuesta a enfrentarse a un nuevo horror. El lavabo no le daba tregua. Quería acabar con ella, hacer que se volviese completamente loca.

 Algo pasó zumbando por su oreja derecha. Giró la cabeza bruscamente ante el sonido. No vio nada. De nuevo un zumbido, ahora por la oreja izquierda. Conocía aquel bzzzzzzzzzzzz tan inconfundible, y ella sentía pánico por aquellos insectos diminutos que provocaban aquel zumbido. Dirigió la vista hacia el espejo y la vio. Una avispa, descomunal, nunca había visto una tan grande, seguramente tenía el tamaño de su pulgar. Se estremeció, pero a la vez, pensó que aquel insecto tenía que haber entrado por algún lugar que ella no había apreciado antes. Caminó despacio, intentando que la avispa no se moviese del espejo, pero entonces vio con horror que otra, todavía más grande que la anterior, se posaba también en el espejo. Y otra. Y otra, Y otra. Docenas de avispas se agolpaban en el espejo, formando un compacto enjambre que se movía grotescamente y zumbaba.

 Una de ellas se separó del cristal y revoloteó alrededor de ella, para acabar situándose sobre su nariz. Cerró los ojos y se quedó muy quieta, llorando en silencio. Si alarmaba a la avispa, seguramente las demás la seguirían. El movimiento del insecto en su nariz provocó que sintiera un terrible cosquilleo. No, no podía ocurrirle ahora aquello. Trató de contenerse, pero la avispa no paraba de mover sus alas y acabó estornudando estruendosamente. Contempló aterrorizada que el enjambre se quedaba parado, como a la escucha, y que después comenzaban a volar hacia ella. Intentó meterse en uno de los váteres y cerrar la puerta, pero descubrió que las avispas salían una tras otra del inodoro.

 Comenzó a darse manotazos en el cabello cuando las notó en su cabeza. Movió los brazos haciendo aspavientos tratando de alejarlas, pero las avispas se posaron en sus brazos, en sus piernas desnudas. Se tapó la cara tratando de que no la picasen en ella. Se convirtió en una especie de nido de avispas andante, su diminuto cuerpo estaba cubierto por los insectos. Gritó cuando empezó a notar las picaduras. Dio vueltas y se golpeó contra las puertas y paredes, tratando de alejarlas de ella pero no funcionó. Se tiró al suelo. Un par de avispas trataron de entrarle por los oídos y las golpeó totalmente fuera de control. En ese momento aprovecharon para caer sobre su rostro, cubriéndolo por completo. Cerró los ojos. El zumbido se hizo insoportable. Y luego, el silencio.

 Abrió los ojos y comprobó que las avispas habían desaparecido. El espejo volvía a presentar su aspecto cochambroso, pero normal. Se levantó y revisó su cuerpo, pero no había rastro de picaduras. Se acercó al lavamanos y comenzó a llorar de nuevo.

 El cristal le devolvió su reflejo pero también algo más: tras ella, alguien con un cuchillo en alto la miraba fijamente. Era ella misma. Giró la cabeza y comprobó que en el lavabo no había nadie, pero cuando volvió a mirar el espejo, su otro yo le cortó la garganta, matándola.

 Se derrumbó y comenzó a gritar y a llorar. Afuera, se escuchaba jaleo. La puerta comenzó de nuevo a ser golpeada. Se quedó contemplando la imagen de su reflejo y supo lo que tenía que hacer. Se quitó una zapatilla y la lanzó contra el espejo, rompiéndolo en unos cuantos pedazos. Cogió uno de ellos y lo miró con aire ausente. Después lo llevó hasta su muñeca derecha y se provocó un largo corte vertical, y lo mismo hizo con la derecha. La puerta continuaba siendo golpeada y sabía que en cualquier momento iba a abrirla aquella cosa que estaba esperándola. Acercó el vidrio manchado de sangre a su garganta. Cerró los ojos, llorando. Después todo sucedió muy rápido. Un profundo dolor inundó su garganta y cayó al suelo, con la vista borrosa. Estaba muriéndose, eso lo tenía claro, pero no sabía que iba a doler tanto.

 Una sombra se cernió sobre ella, la cosa que iba a hacerla pedazos. Pero no, su mirada borrosa acertó a ver un policía, inclinado sobre ella y hablándole a alguien atropelladamente. Vio que había un par de personas más, pero todo eran personas, no un ser abominable y peligroso. Quiso decir algo pero no pudo.

 “Mamá, tengo miedo, mamá, dónde estás, cómo duele esto, me estoy muriendo, mamá y yo iba a decirte que habían escogido mi novela para publicarla, y no estás aquí, no estás aquí para cogerme la mano”, su mente hizo el trabajo que sus cuerdas vocales no pudieron hacer. Y de repente, tan sólo hubo vacío en el vacío.

 23 de Noviembre, 2004. El País.

Aún no se sabe a ciencia cierta qué pudo ocurrirle a Teresa Medina, la joven de veinticinco años que acabó con su vida en unos baños públicos de una gasolinera, situados en la N- 634. Por lo que parece, la joven quedó atrapada en ellos durante casi un día sin poder salir. El policía aseguró que cuando la encontró estaba muriendo asfixiada por un corte en la garganta. También se había cortado las venas, presentaba una herida en la cabeza, y un gran número de picaduras en el cuerpo.

 Fuentes oficiales aseguran que aquella gasolinera se encontraba abandonada desde…

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⏰ Última actualización: Jan 30, 2014 ⏰

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